La historia comienza en 1969, el joven geólogo Luis Linares, que trabaja un par de meses como becario en Navarra, visita con otro compañero becario el monasterio de San Salvador de Leyre. Sentados al final de la nave central de su milenaria iglesia, los monjes empezaron a cantar. «En ese momento me di cuenta de que el Románico me había enganchado», confiesa.

Muy cerca del monasterio, por cierto, se cuenta que San Virila, abad de Leyre, se quedó dormido junto a una fuente y al despertar comprobó que había dormido tres siglos.

El sueño secular de esta fuente navarra y otras historias de 67 iglesias y monasterios románicos de toda España las recoge ahora en Agua y Románico. Manantiales y fuentes en el Románico Español, un libro del que este afable hidrogeólogo granadino, residente en Málaga desde 1980, no tiene constancia que se haya escrito algo similar. La obra está editada por la Academia Malagueña de Ciencias, institución a la que pertenece desde 1995 (ocupa el cargo de bibliotecario) y mañana jueves la presenta a las 19.30 en la sede (calle Moratín, 4,1ºB).

Luis Linares ha aprovechado la prejubilación de hace unos años para dedicarse más si cabe a esta afición de recorrer España con su mujer en pos del Románico y el agua. Y si algo ha constatado es que muchos de estos lugares de culto cristiano sucedieron a su vez a lugares paganos relacionados con el agua que fueron cristianizados.

Un ejemplo muy claro es el de la iglesia de Santa Marina de Aguas Santas, en Orense, en honor de una virgen cristiana, martirizada y decapitada por los romanos, por negarse a casarse con un noble. En el entorno de la iglesia hay tres puntos de nacimiento de agua, que la tradición cuenta que fueron los tres sitios donde golpeó la cabeza de la santa al caer. Uno de estos tres puntos, un pozo, se usa como ritual de sanación. Y muy cerca se encuentra una cripta bajo la basílica de la Asunción, donde esta misma santa fue supuestamente introducida en un horno y luego rescatada por San Pedro. La cripta está relacionada con un establecimiento termal romano o prerromano, posiblemente vinculado a rituales iniciáticos.

«Al visitar estos sitios me di cuenta de que ese modelo se repetía: el Cristianismo cristianiza lugares de culto paganos», resume.

Al académico granadino le atrae del Románico «su sobriedad», pero también sus emplazamientos a veces ignotos, porque «tú no te encuentras una catedral gótica perdida en medio del bosque o metida dentro de un volcán», como sí pasa con algunas joyas de este arte medieval.

Por eso, y con la memoria aún fresca de una reciente visita a Praga tomada por «una riada humana» de turistas, el hidrogeólogo se queda con un turismo más horaciano, alojándose por ejemplo en una hospedería en Aguilar de Campoo, en Palencia, «para ver iglesias perdidas» de los alrededores, algunas abiertas por algún encargado del lugar para poder disfrutarla a solas.

De esta guisa ha visitado la fuente junto al monasterio de Suso, en La Rioja, donde a Gonzalo Berceo le visitó la inspiración o iglesias tan enigmáticas como la de San Adrián de Sásabe, en Huesca, permanentemente inundada al construirse sobre un manantial. «Esto no es casual, el agua sigue entrando allí y está construida ex profeso en un sitio donde surge el agua subterránea, ¿qué significa?, se está buscando algo», explica.

El agua, fuente de pureza y de vida y también una de las señas más hermosas y menos exploradas del Románico.