Se tendió la teta herida. Como la vaca del poema de Lorca. Customizada, geodésica, infinita. Parecida, sobre todo, a un animal salvaje. Quién sabe si surgida de los camerinos secretos del abismo. En España, en los ochenta, nadie sabía lo que era una teta. Como mucho se intuía. Y se hablaba de la teta poética, la teta mitológica, con malla de piel de tambor y cara de entorno de luna. Hasta que llegó la Costa del Sol. Y todo, especialmente el macho alfa, empezó a parecerse a Fernando Esteso subido a un ciclomotor y trampeando por Torremolinos.

En Málaga, hasta que murió Franco, apenas había habido tetas de alcance público. Se hablaba de las de Gala, descubiertas frente a los bigotes de Dalí. También de Brigitte Bardot, que fue denunciada al gobernador civil por ponerse en plan mirador en una época en la que la provincia todavía se vestía con el misal y el cilicio. Poca teta para tanto borrico. Nada que no solucionara la fiebre del destape, que puso a España en porretas y a corretear por los pasillos. Morosamente y a destiempo, justo cuando los turistas ya casi andaban en otra cosa, con la cerveza y el pescaíto.

La Costa del Sol tenía hambre de teta. Fundamentalmente de puertas para adentro. Y en la mayoría de los casos para estupor de las mujeres patrias, que andaban divididas entre las que se enfrascaban en el pudor y las que iban a la universidad y hablaban con el pelo verde y con razón de Julia Kristeva y la tiranía del machismo -una de las ganadoras de un concurso de belleza de Málaga llegó a declarar por esos días a la prensa que le encantaba ser la esclava de su marido-.

Había, sin duda, mucha confusión. Las edades se superponían y con tanta avidez y tanto discurso era normal que los cuerpos salieran disparados y llegaran a la galaxia altiva. Y más aún cuando a las noches de descoque no se le había ocurrido más reclamo que los desfiles. En la Costa del Sol en 1984 salía en pasarela hasta el obispo. Cada grupo de amigos tenía su concurso de misses. Incluso damas como Isabel Preysler o la nietísima se inventaron el suyo, Lady España, que era como el certamen clásico pero en su versión pija. Con este horno a toda mecha, era sólo cuestión de tiempo que se rizara el rizo y aparecieran los concursos de tetas. Y el tiempo, en la Costa del Sol, pasaba muy deprisa. Miss Tetas le llamaban. Con las velas desplegadas y un motor de fuera borda encendido contra los visillos.

En el mismo mes de agosto en el que la Pantoja se encerraba para adelgazar y se ponía de moda la cirugía se convirtió en motivo obligado celebrar estos corrillos. No existía discoteca de postín en Marbella y Torremolinos en la que no se enseñaran las domingas. Alguien, quizá los socialistas, como decía la prensa más nostálgica, había encendido la lámpara en el infierno y las formas detrás del biombo se correspondían con lo que se preveía. Españoles con ganas de cachondeo y jóvenes turistas que aprovechaban que Estocolmo quedaba muy lejos para sacarse de encima las mantas y los calcetines.

Porque el certamen, casi desde el principo, tenía su composición muy clara. Entre el público primaba lo nacional y en el escenario las rubias. A finales de la década, de hecho, las discotecas llegaban a pagar 6.000 pesetas por participar. Y las chicas aprovechaban para sufragarse el veraneo haciendo algo que en su país no era más que una chiquillada pasada de bourbon. En 1984, a la ganadora de Piper´s, una tal Camile, le regalaron un viaje en avión a Madrid y dos entradas para ver a Julio Iglesias. A la Costa del Sol, si le daba por ser hortera, no se andaba con tonterías. Y en mitad de esto ocurrió aquella otra cosa, la de la edición de Lasser, cuando los organizadores no tuvieron más remedio que salir a la calle para intentar buscar participantes mientras el público se impacientaba y rugía. La razón, la dimisión espantada de las candidatas, que se habían marchado a casa después de descubrir entre las participantes a una sueca de dos metros y ojos verdes de los de lago con reno y floresta rediviva. Demasiada competencia, demasiada España semejante a sí misma. Pero gentilmente en transición. Hacia otro momento histórico. Con la Costa del Sol como punta de lanza. «Árboles y arroyos trepaban por sus cuernos», decía Lorca de la vaca.