Se la ve como una especie de sombra enaltecida, de fogonazo tibio, paseando con aire de monja empalizada por esos pasillos como de refugio de cuento y casa japonesa que tenía el hotel La Roca. Se dice de ella que fue en esos días, en Torremolinos, cuando consiguió tumbar al diablo. Al menos, en el cine, con el director Sáenz de Heredia, que la convirtió entre carcajada y vaso de tequila en la heroína de Goethe. María Félix, cuya belleza según Cocteau resultaba casi de mala educación, estuvo en Torremolinos. Quién sabe si mirando en la grieta de las nubes algún castillo de arena soñado por tanto y tan buen amigo con pedigrí de los de antaño en la Costa del Sol.

Entre ellos, el propio Sáenz de Heredia, que, por aquellos días, entonado como estaba por la playa y las coquinas, se había dejado de monsergas y de señoras con largos abrigos para trasladarse a la provincia. Y, de paso, cumplir con uno de los propósitos que más le obsesionaban en aquella época: rodar en paños de comedia y, sobre todo, en femenino, su versión peninsular del clásico de la literatura. Una opción que ya había retorcido hasta el extremo en Si Fausto fuera Faustina, casi como si quiera explotar el hilo contrario del poema de Gelman en el que Dios se transformaba en mujer.

A Sáenz de Heredia, tan equívoco en sus maneras cinematográficas, habría, no obstante, que ponerle un monumento bajo palio en la Costa del Sol. Aunque fuera nada más que verbalmente, y como de pasada, recordando el mérito incuestionable de haber sido él quien trajo a La Doña a la provincia, lo que junto al paso de cisne de Ava Gadner y el desnudo parcial de Brigitte Bardot probablemente sea lo mejor que le ha pasado nunca a Málaga desde el punto de vista praxiteliano y espiritual. Ninguna belleza tan violenta y a la vez tan confusa como la de María Félix, a la que uno imagina deslumbrante en sus noches en Torremolinos, quizá dando alaridos y rompiendo contra el suelo una botella de Mezcal. La actriz llegó como un ciclón, apenas tres años de quedarse viuda de Jorge Negrete, al que había mandado a freír espárragos al principio de su carrera por querer sustituirla en una película por una novia que, en general, y como todos los novios del mundo, simplemente andaba por allí. Sáenz de Heredia, en cualquier caso, estuvo fino, y supo rodear a la diva de lo mejorcito que en esa época, tan dada a los silencios y a la fuga, quedaba en el país. Fernando Fernán Gómez y Fernando Rey parapetaron a La Doña en la aventura por la Costa del cineasta, empeñado en pasárselo en grande y demostrar con acento literario una verdad que estaba entonces tan de moda como el templo en España: que el diablo sabía mucho por diablo, pero menos que la mujer.

En la película, Fernán Gómez, alejado de la garras de Mefistófeles, estuvo caballeroso. Del modo, todo sea dicho, en el que sólo sabía ser caballeroso Fernán Gómez en este país. Lo cual es de agradecer. Sobre todo, por la integridad del mobiliario de la Costa del Sol, que podría haber saltado por los aires con una discusión entre semejantes cabezas duras de la interpretación. Pero el actor tenía veleidades de escritor. Y éstos, ya se sabe, sentían predilección por La Doña. Le pasó a Cocteau. Y también al mismísimo Rómulo Gallegos. Y a Dominguín, que no era escritor, pero que manejaba el estoque en las fiestas como si estuviera escribiendo endecasílabos para un disco inédito de Raphael.

Quizá, en sus tardes en La Roca, cuando el cielo perdía sus pilas de descapotable, la gran diva mexicana se acordaba de su amigo el matador. O de la coincidencia de pasearse por una zona, Los Álamos, llamada exactamente igual que su pueblo natal. Como protagonista, María Félix le dio una buena paliza al diablo. En una de sus últimos rodajes en España, cuando ya podía presumir, incluso, de ser la nueva debilidad de Buñuel y de Jean Renoir. La mujer que le plantó cara incluso a la mismísima Frida Kahlo -de la que dijo que pintaba bien, pero no muy bien, pese a vanagloriarse de su amistad- recorriendo con una sonrisa el set de rodaje del hotel. Probablemente con algún collar como el de la serpiente que le diseñó en exclusiva Cartier, que se expuso en Marbella en 2011. Todavía con el aliento a tierra llameante de La Doña, Faustina contra el ogro en la Costa del Sol.