El robo de siete piezas del patrimonio de la Catedral ha puesto al descubierto la labor callada y disimulada del responsable. La paciencia y el engaño han sido claves de un hurto que ya está siendo investigado por la Policía Nacional y que apunta a las personas con alguna relación con el templo.

Uno de los aspectos que más ha llamado la atención de este robo es la impunidad que ha tenido el ladrón. Las sustracciones se han venido realizando durante meses, o por lo menos eso es lo que se intuye en el entorno de la Catedral. Nadie se dio cuenta de que faltaban piezas hasta finales de enero. Primero fue una la que se echó en falta. Una revisión más profunda del patrimonio descubrió que eran siete los elementos que no estaban.

Al parecer, el responsable de los robos intentaba disimular lo más posible las piezas que se llevaba. Aprovechaba la existencia de otros enseres parecidos a los robados, aunque de menor valor, para usarlas como un trampantojo, un señuelo para que hicieran pensar que seguían en su sitio, aunque en realidad estuvieran ya en casa ajena.

Las primeras investigaciones han permitido poner al descubierto la técnica de engaño del ladrón, que se ha aprovechado de la confianza ganada en el Cabildo de la Catedral para tener acceso a numerosas dependencias. Además, la falta de control y vigilancia han jugado a favor de esta persona, de la que se está casi seguro de que es alguien que frecuenta la basílica y conoce perfectamente dónde buscar, qué coger y cuándo.

El disimulo ha sido fundamental para ese expolio continuado del patrimonio de la Catedral. El robo de un portapaz del siglo XVII, que fue la séptima pieza sustraída, fue lo que hizo saltar todas las alarmas. Una revisión a fondo del patrimonio y su comprobación con el inventario existente permitió descubrir la magnitud del hurto. En total siete piezas y, en todos los casos, donde se suponían que estaban habían puesto otro elemento, de menor valor, pero que disimulaba su ausencia.

El engaño fue tal que se tardó tres meses en descubrir la falta del portapaz del siglo XVII, que fue la primera pieza que se detectó como robada, tras su último uso. A partir de ese hecho, se empezó a tirar del hilo y se descubrió la magnitud del problema.

La denuncia del pasado 30 de enero, tal y como adelantó La Opinión de Málaga, ha puesto en marcha las investigaciones de la Policía Nacional. Las sospechas recaen en alguien cercano a la Catedral. Las cerraduras que no estaban forzadas y la continuidad de los robos descartan el hurto casual por parte de alguien que se haga pasar por turista o de un ladrón profesional. Además, es necesario franquear hasta nueve puertas o cancelas para llegar al objetivo.

Sin embargo, el perfil sí apunta a alguien con cierto conocimiento de arte, lo suficiente para discriminar las piezas a elegir, y con los datos suficientes sobre las dependencias de la Catedral como para identificar su objetivo.