Nueve años al volante de un autobús de línea en Málaga dan para escribir una trilogía, pero Guillermo López, de 36 y gran aficionado al ciclismo, nunca se había enfrentado a una «falta de sensibilidad y humanidad» como la que vivió hace justo una semana en un autobús de la Línea 3 (Puerta Blanca-El Palo). Tras intentar hacer entrar en razón a un hombre que se negaba a compartir el viaje con el perro guía de una invidente, el conductor número 931 de la Empresa Malagueña de Transportes (EMT) se vio obligado a interrumpir su recorrido a los pies de La Equitativa y expulsarlo entre el aplauso, los gritos y la aprobación unánime del resto de pasajeros. «¡Inhumano!», gritaron a través de los cristales.

Ocurrió pasadas las 22.20 horas del viernes 21 de febrero, cuando un hombre mayor que iba acompañado por una mujer vio al lazarillo tumbado bajo el asiento de su propietaria en la zona delantera del autocar. «El animal casi ni se veía. Le expliqué que era una clienta habitual que tenía todo el derecho a viajar con el perro, que tenía la documentación en regla, pero fue imposible convencerlo», explica el conductor.

Ni siquiera los dieciocho metros de largo que mide el autobús articulado y la posibilidad de viajar en la otra punta del gusano medio vacío hicieron que cediera lo más mínimo. «Dijo que era alérgico a estos animales y que no tenía por qué moverse», recuerda todavía con sorpresa. Tal y como publicó La Opinión de Málaga en la noticia más leída en su edición digital del martesLa Opinión de Málaga, la intransigencia del hombre comenzó a provocar las primeras reacciones entre los pasajeros, más por su actitud que por el retraso de la línea. Según Guillermo, los clientes más próximos al incidente comenzaron a increparlo y provocó que la joven, «rubia y de unos 30 años», comenzara a ponerse nerviosa. El anciano, acorralado, tiró un último cartucho asegurando que su acompañante, visiblemente avergonzada por los acontecimientos, también era alérgica a los perros.

El pasaje estalló de ira y la joven rompió a llorar. «Ahí abro la puerta del autobús y lo echo, y le digo que si no se va llamo a la policía», explica el conductor antes de añadir que la chica hizo el amago de salir para evitar el conflicto: «Le dije que ni se le ocurriera bajar del autobús».

La indignación se convirtió en júbilo cuando las treinta o cuarenta personas que ocupaban el autocar vieron que se ponía en marcha y que la pareja se quedaba en la acera de los últimos metros de la Alameda antes de llegar a la plaza de la Marina. «No hice nada que no hubiese hecho cualquiera de mis compañeros, pero reconozco que la reacción de los pasajeros fue muy reconfortante. Me encantó», insiste Guillermo.

El viaje continuó con normalidad y entre chascarrillos hasta la parada de la iglesia de El Palo, donde la chica sube y baja habitualmente a los autobuses de la EMT. Esta vez el conductor hizo un inciso voluntario para ponerse a disposición de la joven, que cree que se llama Sheila gracias a la repercusión que la noticia ha tenido en las redes sociales durante los últimos días: «Hablé con ella y le ofrecí todos mis datos para que contara conmigo como testigo ante una posible reclamación». Todavía nerviosa, apenas articuló unas palabras para agradecer el comportamiento del conductor y de todos los pasajeros.