La suya es una amistad forjada año tras año desde hace casi 60. Cuando hablan los cinco no hay protagonismos. Todos cuentan anécdotas del otro y disfrutan escuchando al amigo. Comen juntos una vez al año desde 1973, cuando la vida laboral volvió a reunir a todos en el Aeropuerto de Málaga. Ya llevan 41 comidas anuales repletas de recuerdos.

Francisco López Angulo, los hermanos gemelos Juan y José Gutiérrez Moreno, Juan Fernández Naranjo y José Luis Rodríguez Cano (cuatro malagueños y el último, nacido en Sevilla pero de familia granadina) entraron juntos en 1956 en la Escuela de Especialistas o de Transmisiones de Cuatro Vientos, en Getafe, para ser radiotelegrafistas. A comienzos de los 50 había cerrado la Escuela de Especialista de Málaga, la de calle Cuarteles (los famosos gurripatos), así que tuvieron que poner rumbo a Madrid. Tenían entre 16 y 19 años y el año de curso les sirvió también como servicio militar.

Juan Fernández Naranjo había hecho prácticas de telegrafista, «no de radiotelegrafista», puntualiza, en su Álora natal, aunque para entrar, confiesa que su padre firmó en realidad una autorización «creyendo que me iba de telegrafista al Valle» (de Abdalajís).

Francisco López Angulo partió casi de cero, aunque acompañaba a un cabo a verle trabajar en el gonio (goniómetro) norte de Churriana, un pequeño centro de control aéreo anterior a las torres de control.

«El avión preguntaba qué rumbo tenía que poner con nubes, para ir de Getafe a Málaga», pone como ejemplo de funcionamiento Juan Gutiérrez. Él y su hermano gemelo José son conocidos por sus amigos como los Guti. Los dos, hijos de un radiotelegrafista, hacían prácticas siendo niños con su padre, que estaba en el gonio sur de la Carretera de Cádiz. «Mi padre nos dejaba el manipulador y el piloto no sabía si era mi padre o un niño de 10 ó 12 años».

En cuanto a José Luis Rodríguez, se enteró de que un amigo iba a la Escuela de Transmisiones y así descubrió su existencia. Todos pasaron un duro examen para entrar, aparte de que no se podía suspender dos veces. «Empecé verde totalmente, fíjate si estaba verde que en la primera prueba en morse me dieron un papel y en vez de traducir y escribir las letras, escribía punto y raya en lugar de la a. Un sargento por detrás me dio un cogotazo», recuerda entre risas José Luis.

Fue un año muy complicado, pues compaginaban la mili con estudios. «Era la élite de la aviación», cuenta José Gutiérrez. «Allí se hacían especialidades como radiotelegrafista, mecánico de radio, de transmisiones... dábamos clase de mecanografía, de recepción y transmisión telegráfica... nos sentábamos en mesas que representaban, cada una, una base aérea y nos comunicábamos con mensajes», resume Francisco López Angulo quien, como otros alumnos, se compró en el Rastro de Madrid una «chicharrilla» con una pila y un manipulador para hacer prácticas «porque no tenía la experiencia de ellos».

Matemáticas, Geografía, Meteorología, el código Q de comunicación... una vez terminado el curso (de unos 60 alumnos, finalizaron cerca de 40), tuvieron que firmar cuatro años en el Ejército, aunque todos ellos, una vez finalizado este periodo, se marcharon a otros destinos. En 1973 ya están los cinco amigos trabajando juntos en el Aeropuerto de Málaga, del que Francisco López Angulo acabaría como jefe de personal durante 7 años.

La jubilación les llegó entre los 60 y los 64 años y sus reuniones anuales son conocidas por todos los que cursaron como ellos la 11ª promoción del 56 y por mucha más gente. «Tenemos compañeros que saben de nuestra historia y que se han querido unir, somos conocidos en toda España», cuenta Francisco López Angulo.

Controladores aéreos, meteorólogos, radiotelegrafistas, responsables de los planes de vuelo... sus respectivas vidas profesionales han sido muy variadas, pero comparten una misma trayectoria, algo que explica José Luis Rodríguez Cano: «Arrancamos con una carencia de instalaciones, estábamos prácticamente con el coche a pedales y nos hemos jubilado con el ordenador y las nuevas tecnologías. Tenemos un bagaje de conocimientos de todos los pasos que ha dado la profesión. Ha sido un reciclaje continuo».

58 años después, los cinco amigos rebosan de recuerdos, ánimo y salud. Juan Fernández Naranjo achaca tan buen estado de revista «a una vacuna que nos pusieron a todos» nada más llegar a la Escuela que cambió sus vidas.