El sol tenía una cualidad como de cinemascope y por la calle Larios berreaban hasta los coches. La fotografía es añosa, pero en sus protagonistas, como en casi todos los retratos de la era del color, pesa una seguridad conmovedora de saberse para siempre contemporáneos. El tiempo, sin embargo, ha movido sus casillas. Y en Andalucía casi a bofetadas, con un contenido de tres décadas que en evolución social y tecnológica equivale a casi medio centenar de años. Málaga, con permiso de Feijoo, sí hizo la transición. Subida al vértigo del siglo. Con una reinvención económica repleta de altibajos, aunque avasalladora en su trato con el pasado.

Con motivo de la celebración del Día de Andalucía, la Junta ha liberado una serie de datos estadísticos que permiten medir la transformación de la provincia desde 1980, cuando la democracia apenas había empezado a reacomodarse en España. Desde entonces hasta ahora, a nadie se le escapa la violencia del salto. Aquel exabrupto de Alfonso Guerra, cuando dijo que al país no lo iba a conocer ni la madre que lo parió, era, de alguna forma encendida, completamente certero, si bien no tanto por méritos políticos como por movimientos más profundos y generales.

Una vez triturada la lona de la dictadura, España se arrancó los estribos y aceleró en los cambios. En Málaga se fabricó una nueva provincia que alargó la mecha del turismo y mutó hasta en los asuntos familiares. Son precisamente los años metamórficos los que reflejan los datos. Con todas sus exageraciones. Y una lectura casi siempre favorable en la actualidad, salvo en un punto esencial que ensombrece el resto de resultados. Por supuesto, no podía ser otro que el paro. Tan inflado en los últimos meses en Málaga que ni siquiera es capaz de dialogar con suficiencia con su pareja de hace más de treinta años.

Si se comparan la mayoría de los indicadores la conclusión es inevitable. El grado del bienestar y de desarrollo de la provincia en la actualidad es a todas luces superior al del pasado. Incluso, en su parte más plástica. Sin embargo, también se percibe el esqueleto de errores y de debilidades. En el caso del desempleo, la inferencia es trágica. La provincia, a pesar del imponente engranaje desatado en las últimas décadas, no ha sabido configurar un mercado con capacidad de absorber a su nueva mano de obra. La tasa casi se ha duplicado, pasando del 18,31 por ciento de 1980 al 35,73. Un síntoma de involución que golpea agresivamente también a las mujeres, pese a que es precisamente en esta época cuando se produjo su incorporación masiva al mundo laboral y a las universidades.

La frialdad de la comparación es heredera, sobre todo, de la destrucción de empleo localizada principalmente en dos franjas de población: la de los jóvenes de entre 16 y 24 años, donde se constata un descenso de la tasa de actividad de hasta trece puntos, y la de los mayores de 55, que se han quedado sin sitio en el mapa laboral de la provincia, con una caída de la cuota de hasta el 14 por ciento. Sin duda, el transcurso del tiempo arrastra una economía que ahora boquea junto al desorden global de la crisis, pero que puede vanagloriarse de haber dado un volantazo radical en todos estos años. Tanto en números como en horizonte.

En 1980, con el país todavía emponzoñado por la estrechez y los aires dictatoriales, la provincia mantenía un sistema económico infinitamente menos complejo, con resuello todavía decimonónico. Ni la construcción ni los servicios abrazaban la cuota de pastel del PIB que generarían más tarde. Y los números de la agricultura y de la industria, de la otra Málaga fabril, eran muchos más altos. La aportación del primer sector ha descendido del 7,65 al 2 por ciento. Y la del segundo, el de la fábricas, ha pasado a menos de la mitad (6,11).

La economía de Málaga, en lo que al triángulo clásico se refiere, se ha hecho más monocorde, aunque con una cantidad de matices que echan por tierra cualquier tipo de mecanismo simple. En los últimos treinta años, y así se traduce en la estadística, se ha asistido al despegue del sector tecnológico y a un aumento generalizado del juego económico, que se ha puesto en pie, tanto a nivel de actividad como de salarios -pese a la depreciación introducida por la crisis, los precios y la remuneración están muy lejos de los de la década de los ochenta, cuando el sueldo medio se detenía en 11.032 euros por temporada-.El valor de las exportaciones, por ejemplo, se ha multiplicado, enlazando ambos periodos con unos extremos que conectan desde los 54,2 millones a los 1.358. Y más allá del relativismo de la evolución de la moneda, se ubica la proliferación de las sociedades mercantiles. En términos brutos, con un tránsito que va de las 484 que operaban en 1980 a las 4.664 actuales. Además, Málaga ha modificado su porción de riqueza en el conjunto de la comunidad, aportando ya casi la quinta parte del global económico.

Los cambios se ilustran también en el sector turístico, que, después de varias crisis internas ­-la última, la de 1993- se ha convertido en el verdadero puntal del progreso doméstico. En este indicador, a diferencia de los emborronados por la ecuación del euro, no existen trampas: las plazas de hotel han aumentado sin ningún tipo de rubor (de 34.790 a 79.156). Y lo que es aún más relevante, con un balance espectacular en las pernoctaciones, que es el baremo que mejor marca el movimiento. En este último caso, las cifras se hacen eco de un avance de casi 11 millones de estancias.

En lo que respecta al turismo, el mejor ejemplo es la capital, que hace apenas diez años estaba fuera del circuito. Su crecimiento, asociado también a una rigurosa transformación del espacio, da buena cuenta del protagonismo alcanzado por la industria. Especialmente, tras el descuelgue de la construcción, cuya impronta en todo este tiempo se nota hasta en el precio de la vivienda. Comparar el índice por metro cuadrado de 1980 y el de 2013 es hablar, en suma, de dos planetas diferentes, con una distancia triplicada en euros, muy por encima de la pauta de crecimiento de los salarios.

Los cadáveres dejados por la crisis se agolpan también en el conjunto de deudores concursados, que ya se acerca a los dos centenares. Y en un tipo de planificación familiar que contrasta brutalmente con el de hace treinta años. Los hogares malagueños han menguado, con una media de miembros que se sitúa en 2,8. También ha bajado el número de hijos (de 2,47 a 1,8). Por contra, se han disparado los hogares en los que las mujeres tienen a su cargo a uno o varios dependientes (de 2.700 a 18.500).

Otros cambios, más pacíficos, refieren a la profunda revisión de las costumbres. Sobre todo, en lo relacionado con un fenómeno netamente contemporáneo como son los llamados singles, que han pasado de la práctica inexistencia a sumar más de 100.000 hogares -en la estadística se añaden en este apartado a viudos y ancianos-. En la comparativa, destaca asimismo la proporción de hijos nacidos fuera de matrimonio, que en 1980 era anecdótica y ahora significa más del 40 por ciento.

Málaga se ha transformado. Y la repercusión del avance penetra, incluso, en el noviazgo. La edad de matrimonio se ha desplazado en los hombres y en las mujeres, que actualmente no dan su consentimiento con facilidad antes de los 30 años. Los padres también son mayores de lo que eran de manera primeriza en la década en la que España conoció a Solchaga. Quizá por la entrada en la universidad -los titulados representaban al 5 por ciento de la población, ahora son uno de cada cinco habitantes- Y por algo igualmente importante, la reducción del analfabetismo. Probablemente, el mayor éxito en todo este periodo acelerado.