La radiografía descriptiva de la provincia, en su comparación con el inicio de la democracia, deja entrever un nada despreciable salto demográfico. Málaga ha crecido en habitantes, aunque no de un modo precisamente natural, sino a través de la aportación de los emigrantes, que ha compensado el descenso de la natalidad en los últimos años. La población, en suma, se ha avejentado, con un descenso de 12 puntos porcentuales en el recuento de los menores de 15 años y un salto de 6 en la proporción de mayores de 65 años. Como contrapartida, la entrada de inmigrantes, incluso pese al efecto retorno traído por la crisis, refleja diferencias abisales. De hecho, la capacidad de la provincia para atraer a ciudadanos de otros países es 22 veces mayor que la de hace tres décadas. Las cifras también responden a un aumento generalizado de la movilidad. Quizá, a nivel doméstico, íntimamente relacionado con el cambio del modelo productivo y la pérdida progresiva de protagonismo de la agricultura y la ganadería. Resulta llamativo que 1980 el 59,31 por ciento de la población residía en el mismo municipio en el que había nacido. Actualmente, el porcentaje se ha reducido drásticamente. Hasta figurar, por debajo, incluso, del 25 por ciento. El mapa humano ha cambiado. Málaga se mueve.