Sucedió en Málaga hacia el año mil novecientos cuarenta y tantos. Quizás en alguna hemeroteca aparezca el periódico con el relato que ahora recupera el olvido.

Un alto funcionario de Renfe fue destinado a Málaga para ocupar un puesto de relevancia. Si la memoria no me traiciona era ingeniero industrial y llegó a ser concejal de nuestro ayuntamiento.

Al tomar posesión del nuevo destino se sorprendió del largo periodo de tiempo que transcurre entre la entrega de un paquete facturado en Málaga y la llegada a su destino, en este caso, Madrid. No entraba en sus entendederas que un paquete, grande o pequeño, facturado en Málaga un determinado día no llegar a manos de su receptor hasta un mes o dos meses después.

Para salir de dudas tuvo una feliz y extraña idea que puso en práctica: facturarse como paquete en el despacho que Renfe tenía en la esquina de Puerta del Mar con Atarazanas.

Llegó al despacho donde se entregaban los paquetes y le dijo al empleado que lo facturara para la entrega en una vivienda en Madrid. El empleado no entendió el encargo y pensó que el señor que pretendía ser facturado como un paquete estaba tomándole el pelo o que no estaba en sus cabales.

Después de un diálogo que parecía extraído de La Codorniz, la revista de humor de la época, consiguió su propósito. Se pesó en la báscula, pagó el importe del transporte y se sentó junto a los paquetes de distintos tamaños que estaban en espera de ser transportados desde el despacho de Puerta del Mar a la Estación. Se atrevió a preguntar si el traslado se efectuaría enseguida, a mediodía, por la tarde... El empleado, avezado en el tema, le dijo que ni enseguida, ni a media mañana, ni por la tarde. Su respuesta, ante la insistencia del señor convertido en paquete, fue la de un funcionario de limitadas competencias: «Depende».

Depende El traslado del despacho a la estación dependía del volumen de paquetes acumulados en el despacho, dependía del camión de recogida, dependía del personal que tenía que cargarlos... Total, que no podía facilitarle el día y la hora en que se produciría el traslado.

El señor paquete fue tres o cuatro días a la oficina de Renfe para conocer cuándo se iba a despejar la incógnita del depende. Al quinto día de permanecer teóricamente entre cajas de madera, de cartón, jaulas con maquinaria más o menos pesada.., el empleado le dijo que ese día estaba previsto el traslado. ¿A qué hora?, preguntó; y la respuesta fue la de siempre: Depende.

Total, que a última hora de la tarde del quinto día llegó un camión con dos hombres para cargar todos los paquetes, una tarea lenta y pesada porque entonces no había carretillas ni otros elementos mecánicos que hoy facilitan estos trabajos. Cuando se frotaba las manos pensando que terminaba su estancia en el almacén, surgió un contratiempo; no podía subirse al camión porque no cabía un paquete más.

Entonces, preguntó: ¿Mañana? Y salió la palabra mágica: Depende. Y tuvo el funcionario la delicadeza de extenderse en la respuesta: Depende del volumen del paquete a transportar.

Al séptimo día desde que se facturó y pagó el precio del transporte, un camión lo llevó teóricamente hasta la estación; para no ser tratado como un bulto más tuvo la precaución de subirse a un taxi y ordenar al taxista que siguiera el camión hasta su destino.

A un almacén Ingenuamente pensó que al llegar a la estación, todos los paquetes, incluido él, iban a ser colocados en un vagón de mercancías para partir raudo hacia Madrid. Pero cuál fue su sorpresa cuando descubrió que todos los paquetes se guardaron en un almacén en espera de ser distribuidos según los destinos.

Habló con el personal interesándose por la fecha del traslado del almacén al vagón. No hubo respuesta convincente. Volvió a repetirse lo de depende de...

Al tercer o cuarto día (iba todos los días al almacén donde estaba como paquete) comprobó con alegría que había llegado el esperado momento: Al vagón y hala, a Madrid, se dijo.

En lo del vagón acertó; en lo que erró fue en lo segundo: el vagón con todas las mercancías no se enganchaba en ningún tren de aquel día. Había que esperar.

Dos días después, tras observar cómo el vagón iba de una vía a otra, empujando hacia delante y hacia atrás, casi sufre un infarto al comprobar que era enganchado al rápido, que era el nombre que recibía el servicio diurno Málaga-Madrid; el nocturno llevaba el marchamo de exprés. El primero tardaba catorce horas en llegar a la capital y el segundo once o doce.

Como empleado de Renfe no tuvo que pagar billete, y en lugar de viajar en el vagón de mercancías, lo hizo en primera clase, cuando los trenes tenía primera, segunda y tercera clase.

Bobadilla Cuando el rápido, con la lentitud que le caracterizaba llegó a Bobadilla, centro neurálgico de Renfe porque es lugar de encuentro de otras líneas férreas y se enganchan y desenganchan vagones que van o vienen de otras estaciones andaluzas, comprobó que el vagón de los paquetes de Madrid era desenganchado y empujado a una vía muerta porque no le correspondía ese día Madrid. Tenía que esperar otro rápido o despacio para continuar el viaje.

Tuvo que bajarse del vagón de primera, tomar un café en la cantina (el peor café del mundo porque solo era cebada tostada con achicoria y leche aguada de cabra) y hacer indagaciones para conocer la fecha exacta del enganche con destino a Madrid.

¡Camino de Madrid! Ya había perdido la cuenta de los días transcurridos desde que tuvo la idea de convertirse en paquete para saber por qué tardaban tanto los envíos que se hacían a través de Renfe de toda clase de objetos.

Estaba a punto de llegar a su destino... pero comprobó que todo lo vivido hasta aquel momento era el prólogo de lo por venir: paradas en Aranjuez y Villaverde, estación de Atocha, nuevo almacenamiento, demora en los repartos...y al final, entrega en su domicilio de Madrid donde llegó molido pero poseedor de la información que necesitaba para intentar que el servicio de transportes de mercancías de Renfe fuera eficaz.

Parece que no lo logró entonces porque las agencias Rey Soler, Nieves y otras dedicadas al transporte de mercancías por carretera cumplían unos horarios que la gran maquinaria y burocracia de Renfe era incapaz de atender.

*Guillermo Jiménez Smerdou