La tradición de liberar a un preso se remonta al reinado de Carlos III cuando en 1759, viviendo Málaga una época de austeridades y penurias, se declaró en la ciudad una terrible peste. Ante esta situación, los reclusos pensaron sacar en procesión la imagen del Nazareno que se veneraba en un convento cercano, seguros de que con ello atraerían la protección del cielo sobre la ciudad. Al no ser concedida esta petición, los presos salieron a la calle y se apoderaron de la imagen de Jesús El Rico, conservada en su capilla, llevándola por los lugares más afectados por la epidemia. Tras la procesión, volvieron todos a sus celdas, sin que uno sólo aprovechara para fugarse. Cuando las noticias llegaron al rey, determinó conceder a la cofradía el privilegio de liberar a un preso.