Primero pensó que eran petardos. Los gritos de la gente en la calle le alertaron. Salió de detrás del mostrador de su frutería mientras las clientas que tenía en su local se refugiaban al fondo de la tienda. En ese momento vio cómo una bala impactaba en la pared de la frutería, levantaba una nube de polvo y entraba Stefan Reinert, el indigente que solía merodear por la calle Frigiliana. Estaba herido. Sangraba. Vio una silla que había dentro de la frutería y se sentó allí exhausto. Un policía entró arma en mano y, apuntando a Stefan, le gritó hasta en seis ocasiones que se tumbara en el suelo. Cuando se tiró, varios agentes lo detuvieron y se lo llevaron.

Paco Gómez, propietario de la Frutería Frigiliana y hasta ese momento testigo de excepción de la detención en su local del indigente, recordaba ayer por la mañana toda la escena con tranquilidad. Aunque también reconocía que apenas había podido dormir esa noche. Eso sí, lo excepcional de la situación no impidió que abriera por la mañana con normalidad y que, entre conversaciones con los clientes sobre lo ocurrido el miércoles por la tarde, sirviera kilos de paraguayas o trozos de sandía.

Esa extraña mezcla entre el recuerdo de la tragedia y cotidianidad, con toques de indignación, era el ambiente que se vivía ayer en la calle Frigiliana. No era raro encontrarse con grupos improvisados de vecinos que se paraban en la acera para comentar lo ocurrido el miércoles por la tarde mientras hacían la compra. «Que se lo lleven a Alemania», «a ver qué dice Merkel ahora», «deberían haberle pegado tres tiros», «con la excusa de que está loco no irá a la cárcel»... Los ánimos estaban encendidos en contra de Stefan Reinerr, que era muy conocido por la zona al llevar varios meses viviendo en un edificio abandonado de la calle Frigiliana y pedir dinero junto al Mercadona. Sin embargo, si algo destacan los vecinos es la violencia con la que se solía comportar: «Nunca le miraba a la cara, porque se ponía a gritar e insultar, y si le respondías, te podía pegar», señala Roberto, vecino de la calle Frigiliana que reconoce que pasaba a su lado «mirando siempre a otro lado».

Rocío Pérez, que trabaja en la cercana Cafetería Paraíso, en la esquina de la calle Gaucín con la avenida Velázquez, recuerda que no es la primera vez que Stefan tiene un problema con la policía. En marzo fue detenido después de amenazar con un cuchillo a un joven que salía de un gimnasio y agredir a un policía local.

Agujeros de bala

La curiosidad y la necesidad de saber qué había pasado llevó a muchos vecinos a recorrer la calle Frigiliana, en una búsqueda de los restos de la tragedia. Tres agujeros de bala eran los testigos mudos de lo ocurrido el miércoles. Uno estaba en la Frutería Frigiliana, otro había atravesado el aluminio de la puerta del Bazar Estrella y un tercero estaba en la pastelería Christian, ya en la calle Gaucín y a donde llegó una bala perdida que hirió a un viandante en el hombro, mientras una mujer recibió un golpe de una esquirla.

Yolanda Galeote, de la Tintorería Inglesa, recuerda con consternación lo ocurrido. Estaba trabajando cuando ocurrió todo, pero el cuchillo del agresor estaba a pocos pasos de su local: «Era un cuchillo jamonero muy grande y estaba casi todo manchado de sangre». Todavía no se puede olvidar de esa imagen, como tampoco de la sensación de impotencia que transmitía el compañero del agente fallecido: «Sufría viéndolo».

Ese fue el final de una escena que parecía sacada de una película, pero que terminó trágicamente con la muerte de un policía, apuñalado presuntamente por el mendigo, y dos viandantes heridos en la refriega. Todavía ayer la indignación era importante y un pequeño altar improvisado por los vecinos recordaba el punto donde falleció Francisco Díaz. A su alrededor, caras de pena, comentarios de indignación y la sensación de impotencia por una tragedia que debería haberse evitado.