­Francis se llevó el miércoles el susto de su vida. Y no es para menos. Este carnicero del barrio de la Carretera de Cádiz acababa de entregar un pedido a la archiconocida Pastelería Christian y, cuando salió del local hacia las 19 horas de la tarde, se detuvo a charlar con Antonio, de la tienda de encurtidos de la calle Gaucín.

«De repente sentí un golpe en el hombro. Me empezó a doler», contó ayer a La Opinión mientras familiares y amigos le visitaban en la quinta planta del Hospital Carlos Haya tras haber sido operado en la noche del miércoles. Postrado en una cama reclinable, el carnicero aún no daba crédito a lo que le había ocurrido. «Es que me han dado un balazo», sostenía. Su novia, Mari Carmen, a los pies de la cama, aún tenía miedo ayer por lo que le podía haber pasado al padre de sus hijos.

En un primer instante a Francis no se le pasó por la cabeza que le hubieran disparado. Ni siquiera se habían dado cuenta de que en la calle Frigiliana un policía se encontraba en el suelo debatiéndose entre la vida y la muerte. La bala perdida que se cruzó en su camino vino a alojarse sobre la clavícula. «Un poco más y no lo cuento», reconocía ayer.

Y es que desde el lugar de los hechos hasta donde él recibió el balazo hay una distancia considerable: alrededor de 100 metros. De repente sintió revuelo, caos y miedo, mucho miedo. «Se me pasó de todo por la cabeza», admitió Francis, que no podía dejar de pensar en sus hijos y en su mujer. «Ahora nos tenemos que casar», bromeó.

Pese a que las ambulancias tardaron solo unos minutos, a él se le hicieron eternos. De hecho, reconoce que tardaron un poco más en asistirle porque los sanitarios se encontraban confundidos ante la situación. Antonio «el de las aceitunas» le ayudó a taparse la herida, que no sangró a borbotones. Conforme pasaban los minutos el dolor se hizo más intenso y dejó de mover el brazo. Se temía lo peor.

Las balas perdidas del compañero del agente que finalmente falleció en Carlos Haya se toparon con este carnicero de 30 años y con otra joven que recibió el roce de una esquirla en la cabeza y que ayer ya estaba en su casa.

Aunque Francis no quiere juzgar la actuación del policía que efectuó los disparos -al menos fueron cinco- admitió que de no ser por la fortuna, no estaría vivo. «Yo no voy a juzgar cómo actuó el policía, pero yo tengo dos hijos», subrayó. Así, reconoció que no solo podía estar muerto, sino haberse quedado mal. A lo largo del día de hoy le harán las pruebas pertinentes para conocer el alcance de la lesión de la bala que le alcanzó. Aún así, se mostró optimista, aún incrédulo por haber recibido un balazo y estar vivo. Francis corrió más suerte que Paco, al que ayer lloraba toda Málaga.