Tiene Javier de Villota (Madrid, 1944) un aire de hidalgo del Siglo de Oro, listo para defender causas perdidas sin por ello perder el porte. En su árbol genealógico hay afamados actores, escritores y pintores de la talla de Javier Gutiérrez-Solana, su tío abuelo. Así que en su casa era normal hablar de Valle Inclán, de Julio Romero de Torres, de Gómez de la Serna... viejos conocidos de la familia. Una impronta artística «que es como si te pusieran una inyección intravenosa de emoción, de energía», confiesa.

Estudiante de Dibujo en la Escuela de Artes y Oficios con 14 años, dos años más tarde una experiencia le marcará la vida: decide averiguar lo que siente un mendigo, así que toma unas ropas viejas y pasa cuatro horas pidiendo dinero en la calle Narváez. Todo el mundo le ignora. «No me dieron ni cinco céntimos, ni me miraban», cuenta.

Este ponerse en el lugar de quien sufre ha sido uno de las constantes de su carrera, como haría su admirado Goya o Gutiérrez-Solana. «Creo que la sociedad necesita gente que sienta las cosas y si eres artista puedes manifestar esos sentimientos al máximo. Con la pintura hay que denunciar determinadas situaciones de la mejor forma que podamos porque el sentimiento es algo que fluye dentro de nosotros», expone.

Así, este arquitecto, joven profesor de Análisis de Formas en la Escuela Técnica Superior de Arquitectura, recoge en una serie de dibujos, Los Grises, la represión de la policía franquista en la Ciudad Universitaria. Y cuando decide quemar las naves en 1977 y dedicarse en exclusiva a la investigación del arte, se instala en Inglaterra, donde una inoportuna úlcera le conduce al Hospital Kingston, cerca de Londres. Allí realiza la serie Kingston Hospital como artista-convaleciente. «Quedé impresionado del poco nivel que había en este hospital y en el que casi pierdo la vida. Todo ese sufrimiento y el que veía en los demás fueron la base argumental para hacer unos dibujos y cuadros, muchos de ellos en el propio hospital».

Y de Inglaterra, estancia de varios años en Estados Unidos. Su arte, por cierto, no deja de evolucionar: del metacrilato de vinilo al sincretismo inspirado en dibujos infantiles y al expresionismo mixto (figuración y abstracción). Cuadros impactantes, llenos de fuerza y una poderosa capacidad de sugestión en los que Javier de Villota recoge el drama de Biafra, reflexiona sobre la catástrofe del 98, los estragos de la Inquisición o lanza un grito de indignación contra el terrorismo etarra.

Una de sus acciones artísticas más significativas tuvo lugar en 1994, cuando la matanza del mercado Mariscal Tito de Sarajevo, en la que una bomba acaba con cerca de 80 personas en un segundo. «Había civiles con sus hijos y aquello me partió de verdad el alma». En diez días, imbuido de «una actividad frenética de rabia», Javier de Villota aplica sus conocimientos médicos (estudió tres años de Medicina) para montar El mercado de la muerte en pleno Paseo de Recoletos de Madrid. Para ello realiza más de veinte cadáveres con fibra de vidrio y gomaespuma y trajes «de verdad, de los que utilizábamos cualquier día».

El artista madrileño pudo exponer ese mercado de la muerte, junto con una importante parte de su obra en el Museo de Arte Contemporáneo de Houston, en 2009. «Todo aquello fue muy impresionante para los americanos», recuerda.

En su impresionante taller de San Sebastián de los Reyes, una nave industrial de dos plantas, va realizando sus obras, la mayoría de gran tamaño. Entre los próximos proyectos, este artista con obras en el Reina Sofía, el Museo Vaticano o el de Alejandría prepara para noviembre una exposición itinerante y retrospectiva en México (México D.F., Zacatecas y Mérida), así como en la Galería Nacional de Hungría, también en noviembre, donde se expondrá su temprana serie de Los Grises. Y en diciembre, exposición itinerante con el Instituto Cervantes en Belgrado y Sofía en la que se expondrán obras más recientes en las que homenajea a Ernest Hemingway y José Tomás.

Como recuerda James Harithas, el comisario de la mencionada exposición de Houston de 2009, a Javier de Villota le va como anillo al dedo la famosa frase de uno de los personajes del comediante Terencio: «Hombre soy. Nada de lo que es humano me es ajeno».

Compromiso cívico y social de un artista que desde este mes es académico correspondiente en Madrid de la Real Academia de Bellas Artes de San Telmo.