­Sin noticias de Mauthausen. Día tras día. Así vivió la mujer de Juan Téllez Moreno los años de la Segunda Guerra Mundial, sin saber si su marido volvería a abrazar a sus pequeños hijos, que dejó obligado por las necesidades de la guerra allá por 1936. Ni una simple carta, ni un breve rumor salía del hermético centro donde, represaliado y violentado, pasaría sus últimos días.

El conocido como campo de concentración de los españoles ­-situado en la actual Austria- esconde aún los cuerpos de miles de personas que sufrieron las atrocidades acometidas por los nazis. Juan Rubiales empezó a buscar el paradero de su abuelo en 2001, movido por el orgullo de conocer cuál fue su pasado.

Juan Téllez Moreno, con 34 años y como tantos hombres de Jimera de Líbar, huyó a los montes con el estallido de la Guerra Civil dejando tras sí a una familia a la que no volvería a ver. Las noticias que a mediados de julio venían cantándose voz a voz desde el Campo de Gibraltar sembraron el pánico de los pequeños pueblos de la Serranía de Ronda. El ejército franquista venía mandando al paredón a todo aquel afín a la República o al que se negaba a apuntarse en sus filas. Las soluciones para los habitantes, trabajadores sin afiliación política y con el único propósito de ganar un jornal digno, eran correr o caer en manos de los sublevados. Este hecho no evitó la entrada en batalla. En la escapada fueron alistados en el bando republicano, donde lucharían por sentimiento o mera obligación salvavidas para mantener izada la bandera tricolor.

Pasarían años hasta que llegara a Francia, exiliado para evitar ser capturado por los vencedores de la guerra. «Mi abuelo no podía quedarse en España. Si lo cazaban, lo fusilaban», dice Rubiales. Mientras el conflicto reprimía a la población, Téllez recorría la geografía española debido al repliegue que se iba sucediendo. La provincia de Córdoba fue el último lugar conocido dentro de España en el que alguno de los habitantes de Jimera, de los que partieron con él y regresaron, lo vieron, cuenta su nieto. Sería en febrero de 1939, con la caída de Cataluña, cuando pisaría por última vez su país.

Una vez en territorio galo, la Guerra Mundial impidió un placentero, aunque lejano, exilio. Comunicándose con su esposa a través de cartas, que llegaban abiertas, mantenía el escaso contacto que aún le quedaba con sus raíces. Tras la invasión por los nazis, se enroló, probablemente, en las Compañías de Trabajadores Extranjeros, dirigidas por el ejército francés, o participó en las actividades clandestinas de la Resistencia gala. Nunca se sabrá con certeza.

Apenas dos años después de cruzar la frontera sería apresado por los alemanes y enviado a la prisión o Stalag XVII-A en Kaisersteinbruch. Su posterior deportación al campo de concentración de Mauthausen, como parte de un grupo contingente de 200 españoles que ingresaron el 7 de abril de 1941, le introdujo en un profundo aislamiento, donde era imposible conseguir papel y lápiz para enviar epístolas a su casa. Su familia nunca supo más de él.

Sus condiciones de vida sufrieron un nuevo revés. Allí desaparecieron las escasas posibilidades de perdón, rendición, piedad o ley. De los 200.000 presos que pisaron el barro del campo de exterminio, más de la mitad murieron por la fatiga física de los trabajos obligados, el insuficiente pan y las enfermedades virales causadas por las condiciones infrahumanas en las que vivían.

Maltratados y humillados, 148 malagueños sufrieron el holocausto nazi en este lugar, catalogado como uno de los más espantosos. Juan Téllez Moreno sería trasladado al subcampo de Gusen el 20 de octubre de 1941, donde falleció el 14 de noviembre del mismo año.

Una década de búsqueda

«Había momentos en los que me quedaba sin camino por el que seguir investigando, pero al final aparecía una pista de alguna asociación o alguien que ayuda en asuntos de esta causa». Tras años tirando del fino hilo que separaba el reconocimiento del esfuerzo realizado por su abuelo y la impotencia de no conocer la verdad, llegó el agradecimiento de manos del Gobierno francés en 2006 en forma de una indemnización económica, que llegaría en 2011. «Demasiado tarde», apostilla Juan Rubiales. Su madre falleció días después del ingreso del dinero sin llegar a saber de éste y su abuela tuvo que mantener ella sola a dos hijos sin recibir ninguna pensión, debido a la imposibilidad de conocer cual había sido el papel de su marido en la Guerra Civil. «Cuando de verdad mi familia necesitaba este dinero para salir adelante no lo tuvo. En lo que menos pensé cuando empecé a indagar fue en eso».

Rubiales espera ahora, entre los escalofríos que le provoca abrir las carpetas donde guarda la documentación, poder viajar algún día a aquel lugar que tanto dolor causó a miles de familias. «Ni mi madre, ni mi abuela querían que yo moviera todo esto. Aún tenían miedo. Les había causado demasiado daño. Hasta las cartas que mi abuelo mandó antes de entrar en el campo de concentración mi abuela las rompió».

El campo de concentración de Mauthausen fue liberado por los estadounidenses el 7 de mayo de 1945. Los pocos españoles que volvieron a casa se encontraron con el silencio impuesto por la dictadura. Los que fallecieron allí, como Juan Téllez, permanecerán por siempre en el que fuera uno de los lugares más sangrientos de la historia para evitar que la pérdida de memoria causada por el tiempo y la falta de huellas físicas lleve a las generaciones venideras a repetir el mismo error que a mediados del siglo XX sufrió la humanidad.

@alvaros_a