­El maltrato a los padres es el segundo delito más habitual cometido por menores de entre 14 y 18 años de edad, de tal forma que el año pasado se registraron en la provincia, según la Memoria de la Fiscalía General del Estado, 249 asuntos de esta naturaleza, frente a los dos de violencia machista. El tipo delictivo más habitual en esa franja de edad son las lesiones, con 638 expedientes incoados en 2013.

Recuerda la Fiscalía que este tipo de violencia se denomina doméstica porque se circunscribe al ámbito familiar. Los procesos se inician, precisamente, cuando los padres lo denuncian. «En la mayoría de los supuestos se trata de una situación de violencia familiar prolongada en el tiempo y no denunciada por los padres hasta que la convivencia doméstica resulta del todo imposible por el carácter violento y agresivo de los adolescentes», aclara el órgano de acusación pública.

Es más, los padres, muy alterados y dada su extrema situación de nerviosismo, acuden a las fiscalías de Menores andaluzas «exigiendo una respuesta inmediata, lo que motiva la solicitud de una medida cautelar o bien que se adopte la decisión, en colaboración con los juzgados y los equipos técnicos, de seguir esos procedimientos por el trámite de los juicios rápidos», reflexiona el ministerio fiscal en su memoria de 2013, a la que tuvo acceso La Opinión de Málaga.

El perfil del maltratador no cambia en relación a los últimos años, según los equipos técnicos: son menores egocéntricos, con falta de habilidades sociales, con fracaso escolar, materialistas, que no acatan normas y en no pocas ocasiones son herederos de la violencia psíquica o física vivida en el ámbito familiar, o con problemas severos de drogadicción o de salud mental, dice la Fiscalía.

Insiste el ministerio público en que hay el mismo número de casos entre chicos y chicas, aunque el protagonismo delictual de las mujeres ha repuntado. En estos casos, aclara la Fiscalía, no sólo hay que actuar con el menor, sino también con la familia, «por ello, la implantación de programas familiares integrales con sometimiento a programas de mediación para restablecer las relaciones paterno filiales, asumiendo compromisos por ambas partes».

Las fiscalías acuden mucho a convivencias en grupos educativos y la libertad vigilada combinada con programas de intervención familiar. Sólo en casos de reincidencia o extrema gravedad se acude al internamiento en dos de sus modalidades, en régimen semiabierto o en reclusión terapéutica.

Pedir ayuda pronto

La pedagoga y psicóloga Charo Lobato, experta en niños y adolescentes y directora del Centro de Psicología Personal&Mente, ubicado en la Alameda Principal, recalca que la «llamada siempre la hacen los padres». Y confirma lo que dice la Fiscalía en cuanto a la tardía actuación paterna: «Llegan cuando la situación es insostenible, y eso no ha nacido de la noche a la mañana, llaman cuando se les ha ido de las manos».

Lobato recalca que hay que estar encima de los menores, sin agobiarlos, es decir, saber con quién se juntan, qué hacen en su tiempo libre, así no pasan desapercibidos los primeros síntomas de la violencia doméstica, generalmente el fracaso escolar. «Cuando antes se aborde mucho mejor, pero también hay que trabajar con la familia. Un delincuente o un sociópata no nace, se hace», aclara.

En cuanto al perfil, indica: «Hace años, el perfil era el de un chico de un estatus social y económico medio o bajo, marginal, pero en la mayoría de los asuntos ahora son familias sin problemas económicos y de un estatus medio alto. Para que se desencadene este problema hay una serie de factores y un desencadenante», apunta. Y señala a la, en su opinión, base del problema: «La ausencia de límites, sin llegar a la rigidez, porque éstos ayudan a estructurar la personalidad». La adolescencia, recalca, es una época de cambios. «En una casa con disciplina, respeto y cariño y, cómo no, atención, no se dan estos problemas», indica.

Normalmente llegan a su consulta con entre 13 y 15 años. «En sus casas no se han definido las normas y la disciplina, tienen falta de atención y cariño, y suele haber consumo simultáneo de drogas, generalmente hachís, o alcohol. En muchas ocasiones, se detecta por el absentismo y el fracaso escolar, hay una desmotivación. Los padres discuten con el hijo frecuentemente, hay poca comunicación... se dan el chantaje y el terror. Por eso no sólo está mal el chico o la chica, sino que también hay que trabajar con los padres», recalca.

Con sesiones en los que se trabajan los límites, el respeto y la atención mutuas, el trabajo con padres y hermanos y charlas individuales con el afectado, el problema suele solucionarse. «Los resultados que obtengo en consulta son buenos, cuando la familia y el chico, claro está, trabajan», añade.

Patrones educativos inadecuados

El criminólogo José Manuel Peñuelas coincide al 100% con la psicóloga Charo Lobato y la Fiscalía de Menores: «Se trata de sujetos que han recibido patrones educativos inadecuados, procedentes de familias cuya dinámica no es normalizada. Un gran número de ellos son hijos de maltratadores y además algunos son violentos fuera del ámbito familiar».

En su opinión, se están rompiendo en los últimos tiempos los esquemas tradicionales de obediencia y respeto a los padres y el menor ha aceptado el uso de la violencia. Este tipo de delincuentes juveniles «reciben, en tres de cada cuatro casos, un patrón de crianza inadecuado, casi la mitad de los padres sufren algún tipo de problema adictivo o psicológico, y sólo uno de cada cuatro de ellos vive en un hogar con una dinámica familiar normalizada».

El consumo habitual de alcohol y drogas blancas es otra de las características, en muchos casos han sido objeto ellos mismos de malos tratos y asimismo presentan trastornos psicológicos o rasgos de personalidad patológicos. Aquí también hay un componente de género: la madre es, habitualmente, la víctima principal.