­Un mercado de barrio es como una cicatriz para un legionario. No se trata sólo de negocios, de las leyes de la oferta y la demanda, de los productos frescos o de la distribución; es, sobre y ante todo, una seña de identidad. Como el Cautivo para la Trinidad o la Esperanza para los percheleros. Por eso, el mercado de Carranque es hermano de su barriada, ya que nacieron en 1958, y ambos se mimetizan de tal forma que las calles adyacentes parecen formar parte del edificio comercial, reformado en 2009 por el arquitecto Ignacio Dorao respetando la modesta y obrera estética de una zona sobre la que Málaga, parida desde el Centro Histórico, se expandió por su extrarradio haciendo ciudad a golpe de autarquía, como el régimen. Aquellos años sesenta y setenta, época de esplendor de los mercados de barrio, ya no van a volver, porque han cambiado los usos comerciales, sociales y familiares, pero Carranque lucha por revertir ese maremoto, por minimizarlo y busca revivir su propia primavera.

Así lo explica a La Opinión de Málaga el presidente de la Asociación de Comerciantes de Mercados Municipales, Juan Manuel Bravo, que tiene su negocio en Carranque, y que se ha reservado para esta visita una exclusiva. En concreto, con el fin de dinamizar la plaza comercial y aumentar la afluencia de público van a hacer a la entrada del edificio un mercadillo de plantas cada sábado a partir del 1 de noviembre, una iniciativa que dará cobijo a 12 puestos y en la que va a colaborar la Asociación de Floristas de Málaga. «Ellos ponen las flores y nosotros la afluencia de público, así ambos nos beneficiamos», explica, al tiempo que insiste en que son los propios floristas, los que saben de esto, los que van a poner la parte comercial en este asunto.

En su opinión, es una idea novedosa que no se circunscribe únicamente a las flores sino a todo tipo de plantas, algo básico si se tiene en cuenta la escasez de viveros de la capital y la cantidad de viviendas con jardín, recalca, que hay en Carranque o en el área de influencia del mercado: Puerto de la Torre y Teatinos, entre otros barrios.

«No hay tiendas para comprar plantas, o hay pocas, y en este mercadillo van a poder hacerlo. Hemos pedido presupuesto al Ayuntamiento para que nos haga la publicidad. Creemos que puede haber demanda, así no habrá que ir al extrarradio a comprar plantas», reflexiona. La gente que compre plantas es posible que desee adquirir productos frescos en el mercado y los que acudan cada mañana de sábado a los puestos luego podrán llevarse flores a casa. Todo un símbolo para Carranque, otra superficie comercial maltratada por la crisis y golpeada por la debacle de la que muchas familias están tratando de levantarse: el paro maldito.

Lo primero que se hizo para relanzar el mercado fue su reforma integral, que costó 1,89 millones de euros y se inauguró en 2009, incluyendo los puestos provisionales de transición de una infraestructura a otra. Dorao, el arquitecto, conservó la esencia del antiguo edificio con los característicos arcos de la fachada incluyendo un diseño metálico y de madera para reforzar la esencia primigenia de la obra. Un bello mural pende de una de las paredes, un enorme bodegón con fotos que captó el mismo arquitecto, también fotógrafo.

Además, ahora el mercado tiene hilo musical, en Navidad se hacen muchas actividades típicas, y en los dos últimos años han hecho una exposición de fotografías, cuenta Bravo, sobre los primeros años del barrio, que también nació en el 58. «Pusimos fotos de los vecinos de la época, del equipo de fútbol, de las pandillas, del equipo de balonmano del colegio de monjas... tuvo una gran acogida», precisa el presidente de los comerciantes de mercados de Málaga. Nunca falla replegarse en la propia historia identitaria para entenderse a uno mismo.

Aquí, como la mayor parte de los mercados, los comercios han pasado de padres a hijos siguiendo la lógica natural y las leyes de la herencia, porque si algo hay en Carranque es memoria y la historia de la barriada y de esta superficie comercial se funden en negro y los límites de lo que es barrio y de lo que es mercado se difuminan, mezclándose en la mente de los más viejos del lugar.

Los colores ocres, cremas y beis presiden las casas matas que rodean al mercado denotando el origen proletario o tal vez recordando lejanamente el tono de la arena norteafricana, ya que el 50% de la población que llegó al barrio a finales de los cincuenta y principios de los sesenta eran funcionarios o trabajadores del Protectorado español de Marruecos, una vez que la nación alauí se independizó de la metrópoli. El resto procedía de la emigración del interior de la provincia o de otras zonas de la ciudad. Además, el incentivo era importante por las viviendas sociales.

Esa memoria demográfica de un núcleo entonces joven, fronterizo casi, ha dado paso a una zona repleta de familias de clase media que tiran como pueden en medio de un vendaval financiero desproporcionado, y eso afecta a los usos comerciales. Así lo explica el pescadero José Aguilar, que lleva desde los 16 en el mercado y tiene ahora 64. «El mercado ha cambiado, clientela de la de antes hay menos. Había ahí una calle y en cada casa vivían 12 personas, compraban pescado y muchas cosas y no un cuarto, sino dos o tres kilos», sonríe. Las familias numerosas de aquella España que se concretaban como moldes en matrimonios indisolubles eran el caldo de cultivo del mercado, sus clientes fijos, de toda la vida, y hoy las grandes superficies y la crisis han acabado con ese público natural.

Las familias jóvenes cobran poco y hacen la compra viernes o sábado por los trabajos o la rapidez del modus vivendi de hoy. «Es una barriada de trabajadores», insiste Aguilar, que tiene dos hijos pero prefiere que no cojan el negocio. «Se nota la crisis». Hoy, lo que más vende es salmón, bacalao o rape. «Se llevan poca cantidad», aclara.

Maremoto económico

La marea económica ha dejado aquí, como en otras zonas, una caída de las ventas del 50% de media, dice Bravo, aunque no es ajeno al resto del comercio. Eso sí, todos reconocen que la reforma del mercado le ha dado algo de vidilla a la actividad. Bravo insiste en que incluso la vida del comerciante es dura: se levantan entre las dos y las cuatro de la madrugada, van a Mercamálaga, se hacen con el género, abren a las siete o las ocho, y acaban a las cuatro. Por eso, lo de abrir por la tarde sólo es para los que tienen capital como para tener otra persona.

Estos pequeños empresarios venden como nadie los puntos fuertes de sus negocios: los productos son frescos, la mayoría de la tierra, y además el trato al cliente es personalizado, cercano y cariñoso. Hay una corriente de comprensión mutua entre los compradores y los vendedores, que sufren por igual los rigores de un invierno económico que se multiplica en una barriada popular, humilde, que cada mañana se despierta contando con los dedos lo que hay para tirar el resto del mes y que aún así no pierde la fe.

En la carnicería Rueda padre e hijo, de nombre Antonio, se baten cada día con la realidad. «Yo cogí esto en 2007, era electricista. Lo que más se vende es pollo, aunque la crisis se nota», dice el vástago, que además tiene un grupo de reggae llamado Malaka Youth.

Su padre fundó el negocio en el 75 y también tiene claro que el mercado ha sufrido una metamorfosis para bien: «Hay higiene, presencia, la clientela sigue siendo la misma, la de un barrio antiguo con personas mayores, la juventud ha tirado para las grandes superficies, aquí hay calidad. Se trata al cliente como antes, con agrado, simpatía, calidad y precio, porque la crisis se vive en esas casas», indica Antonio Rueda sénior.

Francisco Martín Fernández tiene 40 años y es el comerciante novel del mercado, aunque le viene de estirpe, pues la frutería que ahora dirige la fundó su abuelo en el 58. «Está la cosa regular y esto es duro. Tengo que ir a Mercamálaga y hoy estoy levantado desde las dos», indica.

También se queja de que la juventud se ha alejado de los mercados municipales, aunque la afluencia de público repunta los viernes y los sábados. Lo que más vende son las frutas de temporada: mandarinas, melocotones o peras. «Se llevan tres o cuatro piezas», relata, y luego cuenta que su abuelo Manuel, vecino de El Palo, se cambió de barrio por las casas sociales y fundó una saga de comerciantes.

Puestos

Carranque tiene hoy 33 puestos -antes tenía más del doble, pero se redujeron para darle más espacio a los comerciantes-, la mayor parte de frutas y verduras, pescados y carnes, aunque hay tiendas de comestibles y algunos sin adjudicar.

El presidente de los comerciantes también tiene su puesto en Carranque: comestibles Bravo, que regenta su hija Mónica. Muchos productos son de la zona, como la morcilla o el chorizo, aunque el jamón serrano y los quesos son los más solicitados. «Sí corto el jamón, tengo experiencia, pero se puede mejorar», ríe Mónica ante la aprobación de su padre.

Benjamín Navarro tiene 35 años y lleva adelante una carnicería. Su hermano está al frente del mismo negocio en Atarazanas. «Aquí el trato al cliente es más cercano, esto es un mercado de barrio», apunta, y reflexiona sobre la crisis: «Ahora la gente se lleva pollos o hamburguesas. Un filete de ternera es hoy un artículo de lujo», sentencia.

El presidente Bravo recuerda que antes había más vida en todas partes, la plaza de la iglesia acogía a los jóvenes y el mercado era el ágora pública, «el periodiquillo de la época, donde se reunían las vecinas», reseña.

Cuando comenta esto, dos jóvenes de en torno a 20 años pasan con sus compras recién hechas, lo que atribuye a los programas que ahora han puesto de moda la cocina como una actividad y cool. «Tenemos que revalorizar la cocina tradicional». En las calles colindantes, todas con nombres de vírgenes -Esperanza, la Palma y Buen Consejo-, la vida bulle en comercios también de toda la vida: una relojería, una peña malaguista, un vendedor de cupones y otro de flores y plantas. Un anciano se ayuda de una muleta en su lento peregrinar hacia el mercado y saluda al florista ambulante. En Carranque se busca desesperadamente una nueva primavera comercial, a partir del 1 de noviembre.

Los protagonistas

Juan Manuel Bravo Lara

Iniciativas para salvar la crisis

El presidente de la Asociación de Comerciantes de Mercados Municipales de Málaga, Juan Manuel Bravo Lara, tiene una charcutería muy prestigiosa en el mercado de Carranque que ahora regenta su hija. Fija la caída de ventas en un 50% por la crisis, «como ha pasado en todo tipo de actividades», aunque él no se rinde y plantea numerosas iniciativas.

José Aguilar

Las familias ya no son lo que eran

José Aguilar lleva trabajando desde los 16 años en Carranque y tiene ahora 64. Su negocio es Pescadería Pepe y Dani. Él cogió el negocio del jefe. «Sí, el mercado ha cambiado, es más moderno con puestos en condiciones, aunque clientela de la de antes hay ahora menos. Recuerdo que había una calle detrás y en cada casa vivían 12 personas», señala.

Francisco Martín

Un trabajo intenso y duro

Cuatro meses es el tiempo que lleva Francisco Manuel Martín Fernández, de 40 años, al frente de la frutería Pepe Luis, que fundara su abuelo Manuel allá por el año 58. «Está la cosa regular. Esto es duro, a las dos de la mañana tienes que estar levantado, y estás aquí en el mercado hasta las cuatro de la tarde», reflexiona.

Benjamín Navarro

Un filete de ternera es, hoy, un artículo de lujo

Benjamín Navarro tiene 35 años y tiene la carnicería Hermanos Navarro en Carranque. Su hermano lleva la sucursal de Atarazanas, el primero de los mercados municipales. «Ahora la gente se lleva pollo o hamburguesa, un filete de ternera se ha convertido en un artículo de lujo», señala Benjamín Navarro, que sigue haciendo frente a la crisis.