­A veces no hay sitio para la literatura. En ocasiones, la estética no puede reemplazar u ocultar el hastío, ni matizarlo ni doblegarlo. Eso ocurre en el mercado municipal de Ciudad Jardín, un recinto cuyos comerciantes han visto caer un 70% sus ventas desde el inicio de la crisis y que tiene en su radio de acción, muy cerca, casi echándole el aliento en el cogote, tres supermercados pertenecientes a grandes firmas. Ello, unido a que al público joven no le engancha comprar en estos edificios, algo común a todos los mercados por el cambio de usos horarios, laborales y sociológicos, ha supuesto que buena parte de los negocios sólo logre cubrir gastos y el resto, sacar para ir tirando. Pese a todo, como el escritor Charles Bukowski, el mercado de Ciudad Jardín sigue peleando a la contra, haciendo frente a la marea. Esta plaza, deben pensar los comerciantes, no se rinde.

El mercado de Ciudad Jardín es, una vez más, uno de esos edificios que pasan desapercibidos para el malagueño, pero que exhalan ese aire decadente y algo romántico de la arquitectura autárquica, la que preconizaba el régimen para hacer urbe y llegar a las clases populares. La superficie fue inaugurada el 18 de julio de 1953, justo a los 17 años de la rebelión fascista que luego se convirtió en una orgía sanguinaria y asesina entre hermanos azules y rojos. Obra del arquitecto Luis Gutiérrez Mérida, la infraestructura vino al mundo cuando su barrio ya existía, pero aún daba pasos con el taca taca, por eso no se puede concebir la barriada sin su mercado y tampoco éste se explica si su contorno, convirtiéndose ambos en un nudo gordiano que Ortega y Gasset posiblemente no habría podido deshacer.

Ciudad Jardín es tan importante para la Málaga de las cartillas de racionamiento que su misma esencia lleva el sello de lo popular, de esa energía inmortal que siempre está apegada a lo tradicional y de ahí, también, le viene ese aire rebelde que tan certeramente concreta en palabras la presidenta de los comerciantes del mercado, Loli Rico, que además tiene una carnicería que inauguró su padre en el 78 y en la que trabaja su hija Priscila. «Las ventas han caído un 70%, en mi caso, y en algunos casos más», dice, para calificar luego de «fatal» la situación de la plaza. «No tenemos dinero ni aparcamientos», sentencia.

En su opinión, que representa el sentir mayoritario de los 59 negocios del mercado, habría que peatonalizar la manzana y poner aparcamientos en batería para que la gente pudiera comprar con tranquilidad. «Hemos luchado para que las calles se hicieran peatonales, hay un proyecto, de forma que pusiéramos aparcamientos en batería en los dos lados, cabrían muchos coches y se nos negó», dice Rico mientras corta la carne con precisión sobrehumana sin dejar de mirar al redactor y a la fotógrafa.

«Comprar es una necesidad vital de la gente y si no hay aparcamientos, dan dos o tres vueltas con el coche y se van. Y si paran sobre la acera, pasa el coche de la Policía Local, les hace la foto y multa», indica. También se queja de falta de limpieza en las aceras que rodean el mercado, del estado de los servicios... la lista de agravios es amplia pero no cae en el siguiente punto. Luego, con orgullo, destaca que Ciudad Jardín estuvo años fuera del circuito municipal de mercados en una suerte de autogestión: «Pagábamos menos y teníamos mejor servicio. Limpiar nos costaba menos, la acera estaba más limpia porque el guarda lo hacía».

Aquella aventura a la escocesa empezó en 1986 y acabó en 2011 y luego volvieron al seno municipal, pero siguen muy descontentos, o al menos eso es lo que se percibe, lo que se pellizca en el ambiente.

Loli Rico es comerciante de pata negra. Su padre fundó el negocio en el 78. Tres generaciones contemplan su carnicería. «Me gusta mi trabajo, mi oficio». Lo que más se vende, dice, son productos precocinados y el pollo. «La gente gasta menos, nos las vemos y nos las deseamos para pagar cada tres meses el recibo», apunta.

Su hija Priscila García, de 28 años, ha seguido los pasos de su madre y su abuelo. «Como en casa en ningún sitio. ¡Búscate un jefe que sea mejor que tu madre!», bromea, pero su progenitora la corrige rápido: «Lo que pasa es que lo que hay por ahí no le interesa».

Ciudad Jardín fue otro de esos barrios hechos a base de casas sociales. Según la página www.ciudadjardinmalaga.es, en 1924 el arquitecto Gonzalo Iglesias presentó el proyecto y en 1926, el propio Alfonso XIII entregó la primera vivienda a la viuda de un oficial fallecido en Marruecos a través del entonces alcalde, el celebérrimo doctor Gálvez Ginachero. La Sociedad de Casas Baratas -1925/1961- fue la promotora de la zona norte de la capital y muchos de esos inmuebles, ocupados paulatinamente a través de décadas y a medida que iban siendo construidos, fueron ocupados por trabajadores de la Sociedad Malagueña de Tranvías, Hidroeléctrica del Chorro, Tabacalera, etcétera...

Tras la Guerra Civil, llegaron los años de Juan Palomo y ese aire monástico, de recogimiento y contención se perpetúa a la perfección en la arquitectura autárquica, casi intimista de paredes encaladas o color crema rematadas con tejas, de las casas de la zona, siempre con jardín o huerto interior, de ahí la denominación de la barriada, un nombre común en varias ciudades españolas, por cierto. Luego, en los sesenta, llegaron el desarrollismo, las autoconstrucciones en la ladera del monte y a finales de los ochenta y principios de los noventa las grandes urbanizaciones. En el caso del mercado, su fachada central cuenta con tres arcadas de medio punto, un icono del barrio.

El barrio creció y, tras asumir la emigración del interior de la provincia y el posterior baby boom, hoy es una zona con muchas realidades encontradas: o población ya mayor, que sigue siendo el núcleo fundamental de los clientes del mercado, o la segunda generación, ya madura, que continúa viviendo allí, y sus hijos, que en muchos casos se han alejado. Sin duda, ésta es una de las zonas con más densidad de población de toda Málaga y aquí, claro está, también la crisis ha hecho de las suyas.

Ahora, los clientes gastan menos y eso tiene que ver con el paro y las ayudas sociales. Pero también con el hecho de que haya tres grandes superficies comerciales en la zona. Rico, por cierto, indica que algunos de los clientes que tienen al mercado como su centro de referencia son el humorista Manolo Doña, la artista María Lozano, el cantaor Antonio de Canillas y el siempre recordado Juan Rosa Mateo, El Pulga, componente del Dúo Sacapuntas, tristemente fallecido en diciembre de 2012 a los 51 años. Otra vez, la Málaga que sonríe ante la adversidad o la que canta para reivindicar al pueblo como figura colectiva esencial de la ciudad.

Antonia López y Pilar Paniagua son madre e hija y defienden, por encima de todo, la frescura de los productos y el trato cálido, cercano, del tendero de siempre. «Muchas veces me dicen ´en vez de esta ternera llévate esto que es más barato y sale mejor´», sonríe Paniagua. Otro vecino que acaba de comprar la carne del día reseña: «A este mercado lo que le hace falta es un empujoncillo para atraer a la gente», y Rico se queja de que no se puede competir si una gran superficie arrasa con el pescado en Mercamálaga y venden un kilo a un euro y su compañero, por ejemplo, ha debido pagar siete u ocho euros por esos mil gramos.

Nuria Rico es hermana de Loli y tiene una tienda de ultramarinos desde hace siete años. «Lo que más vendo es el jamón de pata negra, es el producto estrella... el cocido también», precisa. «¿Lo tienes cortaíto?», pregunta una clienta a bocajarro y Nuria contesta con un sí rotundo. «Es que ya son más amigos que clientes», apunta, y luego bromea con el inspector del mercado sobre su probada pericia a la hora de cortar jamón.

El edificio ha sido reformado en tres ocasiones parcialmente pero con profundidad: en 1982, 2003, esta parcial, y 2008. Eso, reconoce Loli Rico, les ha dado algo de vuelo, «las cosas como son», dice.

Pedro Espinosa, de Pescadería Pedro, comparte el trabajo con su hija Loli, que se encarga de los congelados. «Éste fue el primer mercado de Málaga que tuvo la autogestión», dice orgulloso. Acto seguido relata que su trabajo es duro: se levanta a las cuatro de la mañana para ir a Mercamálaga, a las siete llega al puesto y cierra a las dos y media de la tarde. «Cuando llego a casa sólo almuerzo y a descansar», precisa, aunque recuerda que él está en el negocio del pescado desde el 75, pero que el puesto lo inauguró su abuelo y en él han trabajado ininterrumpidamente cuatro generaciones de la familia. «Siempre pescado de la Bahía de Málaga o de Cádiz», cuenta, pero relata que muchas veces «si no hay boquerones, parece que no hay pescado».

El cliente de hoy, añade, quiere el producto limpio. Su hija Loli cuenta que antes era dependienta en una tienda de deportes, pero que se vino a trabajar con su padre en los años del boom. «Cayó el ladrillo, caímos todos», sentencia Pedro, que aún así tiene esperanza en que la cosa remonte: «O nos adaptamos a otros horarios... No podemos tener un empleado por la tarde», recalca. Después, vuelve a quejarse de que «el Ayuntamiento dio mucho pie a las grandes superficies comerciales», colocando tres muy cerca del mercado. Incluso, cuenta que a él le ha comprado, por ejemplo, Ana Reverte, y su hija interviene para recordar que «esto se está quedando para la gente mayor», a lo que su padre opone que la gente que trabaja «va a una gran superficie».

Antonio José Ríos lleva 25 años en la frutería homónima que fundó su padre justo cuando nació el mercado. «Las ventas dejan que desear, hay más días malos que buenos. La clientela, sobre todo, busca calidad», diagnostica con frialdad médica, para responder con contundencia: «Para que esto mejore hace falta fomentarlo en los medios y dar facilidades para que se pueda aparcar».

Las últimas en llegar a este coqueto mercado son Noelia Reguera y Gema Romero, que regentan el bar El Mercaíto. «Desde julio, nos metimos aquí por la situación, a ver cómo nos iba. La cosa está floja, nos centramos en los desayunos y también en las cervecitas y las tapas del mediodía, casi siempre compramos productos del mercado», precisa Borrego.

Loli Rico

Reclamaciones

Loli Rico, presidenta de los comerciantes del mercado de Ciudad Jardín, se queja de que las ventas han caído un 70% debido a la crisis económica, aunque reclama, por ejemplo, que se hagan aparcamientos en batería alrededor del mercado para facilitar las compras y que se limpien más y mejor las aceras del recinto, entre otros aspectos.

Pedro Espinosa

El boquerón, producto estrella

Pedro Espinosa es pescadero y recuerda que el mercado de Ciudad Jardín es el primero que se autogestionó desde 1984 y hasta 2011, ejercicio en el que volvió al Ayuntamiento. En cuanto a su propio negocio, en el que le ayuda su hija con los congelados, asegura que mucha gente no ve más pescado que los boquerones y que hoy los clientes quieren el género limpio.

Antonio José Ríos

Un momento difícil

Su padre era el comerciante más antiguo del mercado de Ciudad Jardín y ahora él lleva adelante la frutería. «Tengo fruta y verdura de temporada, mucha del Guadalhorce, sobre todo los cítricos. Las ventas dejan que desear, hay ahora más días malos que buenos», reflexiona, para indicar que los sábados se nota algo de más afluencia al recinto.

Gema Borrego

Un bar para el mercado

Gema Borrego y Noelia Reguera regentan desde el pasado julio el bar El Mercaíto, una apuesta arriesgada en los tiempos que corren. «La situación estaba mal, y nos metimos a ver cómo nos iba. Ahora vamos bien, tirandillo, la cosa está floja. Nuestro fuerte son los desayunos, luego también tenemos las tapitas, casi siempre elaboradas con productos de aquí», dice Borrego.