Juan (nombre ficticio) no había cumplido los 18 cuando empezó a tener fuertes dolores de cabeza y anorexia. Un buen día, comenzó a oír voces. «Sabía que algo no iba bien, porque oía a gente que conocía, que me daba avisos, pero no estaban allí, no los veía». Padeció durante un año este estado, que le obligó a dejar sus estudios de bachillerato a consecuencia de que no se podía concentrar. «Yo sabía que no era real, pero no me dejaban ni dormir». Contó lo que le pasaba a su madre, que lo llevó a psicólogos y psiquiatras que no dieron con la medicación adecuada. Un día desapareció.

«Me fugué de casa, dormí en la calle cuatro días», narra el joven, que confirma que este fue el primer y único brote que tuvo, y gracias al cual hoy toma una medicación que lo mantiene estable.

Las voces le decían que no se acercara a casa. «Es como si en mi casa hubiera algo malo, veía bichos. Todos las noches iba a una gasolinera y me compraba unos rosquitos y dos botellas de agua. Y dormía en un parque». Mientras, su familia le buscaba desesperada sin saber qué le había ocurrido. El quinto día corría hacia Cártama cuando le paró una patrulla de la policía. «Me querían meter en el coche, pero dentro veía unos fantasmas y me opuse». Al final, consiguieron llevárselo consigo y estuvo ingresado un mes en la Unidad de Salud Mental del Hospital Civil. Tiene una variante de la esquizofrenia.

«Yo ahora me siento mucho mejor, hago deporte en la Asociación de Familiares con Enfermos de Esquizofrenia de Málaga (Afenes) y me he hecho mi grupo de amigos», cuenta el joven, que señala que esta ayuda le ha ayudado a salir más, pues a raíz del brote perdió a muchos de sus amigos.