Jesús Anaya y Rubén Bustamante están exultantes. Atienden a la prensa con desparpajo minutos antes de que la Obra Social la Caixa y la Asociación Arrabal AID les entreguen los diplomas del programa Incorpora que certifican que han finalizado un curso de formación técnica en hostelería que iniciaron como presos en la cárcel de Alhaurín de la Torre y que han completado con prácticas reales aprovechando que disfrutan del segundo grado. Sus caras y sus testimonios representan a sus otros 18 compañeros de viaje hacia un futuro prometedor.

Jesús, que ahora tiene 30 años, entró en prisión con 24 por un delito de tráfico de drogas por el que fue condenado a 11 años. Asegura que nunca consumió y que su único vicio era ganar dinero fácil con la venta de estupefacientes, una actividad que siempre estuvo en su entorno desde que era un crío. «Crees que vas a ser millonario y que no te van a coger nunca, pero eso es una gran mentira. Tarde o temprano te ves solo en la cárcel con tu mujer y tus dos hijas al otro lado de un cristal», explica con crudeza. Jesús reconoce que antes de entrar en prisión tenía un visión de la vida que los educadores de la cárcel y del Centro de Inserción Social Evaristo Martín Nieto le han ayudado a corregir. «Ha sido una experiencia gratificante y dura al mismo tiempo porque hemos salido de donde hemos salido, pero la realidad es que gracias a este curso he salido de la prisión a los cinco años de condena con un título y unas prácticas en las que me han enseñado unas habilidades que no tenía», asegura antes de abrir la llave del futuro más próximo con optimismo. El joven es consciente de que la situación en la calle es muy difícil, pero eso no le frena: «Tengo expectativas, ganas y fuerzas para seguir luchando por lo que me han enseñado. Yo he puesto de mi parte y veo un futuro próspero».

El discurso de Rubén es clavado al de su compañero, como las ganas de coger el diploma. Es su gran meta desde que le condenaran con apenas 20 años a nueve y medio de cárcel por un intento de homicidio en una pelea en la calle. Con 24 años, sonríe mientras cuenta cómo le ha cambiado la vida perder parte de su juventud a la sombra de Alhaurín de la Torre: «Ahora sé valorar el cariño que te dan, las ayudas que te ofrecen para salir adelante y no hundirte. La cárcel te cambia para bien si tú quieres que sea para bien». A pesar de cometer su error tan joven, Rubén asegura que siempre supo que su condena iba a ser «muy grande» y eso le llevó al buen camino. «Decidí hacer cursos, aceptar la ayuda de la familia y de las amistades para seguir progresando como persona», afirma. Su nueva actitud le permite trabajar periódicamente en el hotel donde hizo las prácticas de camarero, aunque también lo han llamado de otras empresas para hacer trabajos de inventario.