Un chico de 24 años conduce de Tarifa a Málaga después de pasar un fin de semana con su pareja. Es el 29 de junio de 2003. Comienza el verano. Óscar Lisbona había terminado su licenciatura en Educación Física. De pronto, un golpe de viento le desplaza al carril izquierdo de la carretera y una autocaravana le embiste por detrás. El joven sufre un traumatismo craneoencefálico que le sumió inmediatamente en un coma profundo.

«Tuve la gran suerte de que detrás de la caravana había un guardia civil que llamó de inmediato a la ambulancia. Unos minutos más y habría muerto», confiesa. Óscar llegó al hospital en un coma de grado cuatro según la escala Glasgow. «A mis padres le preguntaron si querían donar mis órganos». Sin embargo, 33 días después, despertó.

«Creí que había transcurrido una sola noche. No era consciente de lo que me había pasado. Como si hubiera vuelto a nacer, era un niño en un cuerpo de 24 años».

Óscar había dedicado toda su vida al deporte: canterano del Unicaja hasta los 18 años, jugador del C.B. El Palo y C.B. Granada. Ese curso había acabado su segunda carrera, INEF, antes había terminado Magisterio de Educación Física, tenía pareja e iba a comenzar a escribir su tesis doctoral.

Proyectos paralizados. «Mi pareja no soportó que los médicos le dijeran que no iba a ser la misma persona que antes. Ahora no soy la misma, soy mejor persona».

Óscar Lisbona se transformó. «Antes del accidente era un chico muy ambicioso que luchaba por superar mis metas personales. Ahora, mi meta personal es ayudar a la gente que ha pasado lo mismo que yo o a personas desfavorecidas».

Nada más salir del hospital comenzó a dar charlas en los colegios. En aquella época se apoyaba en dos muletas para andar y hablaba con mucha dificultad. «Contar mi historia no solo me ayudaba en mi logopedia, sino que me aliviaba de una carga emocional». Sin embargo, su madre fue la que le hizo dar un paso mas allá. Decidió que quería escribir su historia. «Mi madre me dijo: tienes que escribirla para ayudar a los demás, y para poder hacerlo, debes recuperarte».

A partir de ese momento, dedicó todos sus esfuerzos a esas dos tareas. Once años después solo necesita de una muleta para andar, trabaja como monitor en un gimnasio, sigue dando charlas, tiene el libro de su vida publicado, creó una asociación, participó en la travesía a nado de la Malagueta, y por si no bastara, ha sido entrenador de baloncesto y animador físico en centros penitenciarios.

«Para recoger hay que sembrar. Ahora voy a recoger todo lo que he sembrado durante estos años». El 2015 será su año: ha sido nominado a los premios Andaluces del Futuro en la categoría de valores sociales por ser un ejemplo de superación y por su trabajo social durante estos últimos años.

Además, en marzo leerá su tesis doctoral, también dedicada a ayudar a los deportistas profesionales. «Recuerdo que cuando estaba en COU, dejé de ir a clase, estudiar,... Creía que iba a vivir del baloncesto. Mis padres me dieron un toque de atención obligándome a trabajar. Vi que no era el camino». Óscar Lisbona aceptó la mano y se volcó en estudiar: acabó las dos carreras y participó en dos proyectos de investigación. El accidente no le dejó escribir la tesis entonces.

«En una recuperación tan larga necesitas pequeñas metas que ir superando y muchos estímulos que te animen a continuar luchando. El próximo año voy tener el mayor estímulo de mi vida. Voy a ser papá». Óscar Lisbona mantiene la mirada en algún punto lejano con una inmensa sonrisa en los labios. «Cuando entreno y pienso en mi hija, es como si mis músculos se alegraran. Noto que mejoran más rápido».

«Mi accidente nunca fue un problema, sino una meta más en mi vida». ¿Cuál será la meta final?, Óscar se ríe. «En cinco años pienso correr la Maratón de Málaga». Serán 42 kilómetros de superación.