­Mecánico, cervecero, organizador de mercadillos, dueño de un restaurante, animador turístico, adiestrador de perros, jockey, campeón de motocross. Limpió los caballos de medallistas olímpicos, le advirtió a la princesa Angela Fürstin Fugger de que no se manchase de helado, tocó con José D´Aragón, recorrió toda Europa, desde Suecia hasta España, con su moto. Y eligió Málaga.

Aún no ha llegado la hora de la cita; pero antes de que llamen, Jörg Perleberg abre la puerta de su casa. Una pequeña construcción de una planta justo enfrente del paseo marítimo de El Palo. Este alemán de 70 años es fiel reflejo del estereotipo físico bávaro. De piel rosada, barba rubia, ojos claros y rostro redondo. Su carácter es otro cantar. Antes de que puedas decir «buenos días» ya se ha presentado, te ha sonreído y se ha reído.

Jorge es tan querido en el Palo como su organillo. Un instrumento típico alemán, hecho totalmente de madera y cuyos rodillos perforados producen una música que sorprendió hasta al propio José D´Aragón. «Cuando escucho a Mozart me viene siempre al pensamiento el organillo de Jörg», llegó a decir el virtuoso guitarrista zaragozano. Por su forma de ser extrovertida y por su música, Jorge se ha convertido, en tan solo cinco años, en un vecino más de El Palo. Recuerda todos los nombres y apellidos de quienes le ayudaron y de quienes le han tratado bien desde que llegó. Ellos le corresponden de la misma manera. «Gracias por llenar los corazones de sentimientos», reza un dibujo de una tatuadora dedicado a Jorge.

¿Pero cómo acabó este alemán de Rastede -al norte de Alemania- en El Palo? «Cuando me jubilé recorrí Europa entera montado en mi moto, desde Suecia, pasando por el sur de Francia y, por supuesto, Málaga. Lo que me encanta de aquí es que todos son malagueños, todos son paleños. Yo también soy paleño, me gusta compartir sus problemas y la forma en la que nos ayudamos».

Jörg Perleberg nació en Köslin -la región más occidental de Polonia- pero con tan solo un año tuvo que huir de la zona por culpa de la Segunda Guerra Mundial. «Venían los rusos». Su familia se estableció en Rastede, cerca del castillo del Duque de Oldenburg. Se hizo amigo de su hijo y gracias a esa amistad nació su primera gran afición: los caballos. En las caballerizas del Castillo Rastede coincidió con Hans Günter Winkler o Fritz Thiedemann, dos leyendas de la hípica y ganadores de múltiples oros olímpicos. Con el tiempo y la adultez, se fue separando del ámbito de la competición.

Sin embargo, le nació otra devoción: los perros. Compaginó el adiestramiento de perros policías y de defensa con su ocupación: ora mecánico, ora trabajador en una fábrica de cerveza. Por un reto nació su gran tercera afición: las motos. Se lo tomó tan en serio que acabó ganando campeonatos regionales: motocross, acrobático y salto. Cuenta con pasión esos momentos. Dejó tan arriesgada profesión y montó un restaurante en Scharnebeck, a la ribera de un afluente del Elba. Con el tiempo compró un hotel y creó una empresa de excursiones turísticas por el río. Con ese tridente consiguió un gran éxito. Jorge muestra con orgullo fotografías de su bar repleto de moteros. E incluso algunas instantáneas de cómo transformaron su terraza en un plató para grabar un anuncio de helados.

En verano sigue organizando rutas turísticas por el río. «Cerca de 25.000 reservas en un año», apunta. En invierno, toca en ocasiones para él y, en otras, para los niños de una residencia infantil en Kolo, Polonia. «Toco para alegrar los corazones».

Jorge llega a Málaga cuando el frío se apodera de su bungaló en Bülow, un pequeño municipio al noreste de Alemania. «El hielo deja a las casas sin agua corriente y bueno, aquí?», sonríe mientras señala las formas del suelo que los rayos de sol crean al atravesar la ventana. Durante estos seis meses, si se pasan por El Palo, podrán disfrutar de Jorge tocando su organillo. Desde canciones típicas alemanas hasta La cucaracha. «Aquí tengo el sol arriba, el mar a un lado y las montañas al otro, ¿para qué quiero más?».