Si nos situamos en los años 40 y 50 del siglo pasado se nos vienen a la memoria los estraperlistas que traían de Gibraltar a Melilla (vía autobuses de Portillo y el melillero, respectivamente) artículos que no se expedían en los comercios de la capital porque no se importaban de los países productores por la escasez de divisas, y las pocas disponibles se destinaban a favorecer la industrialización de Cataluña y Vascongadas, que encima se quejan del comportamiento de España y pretenden independizarse bajo las batutas de los señores Mas y Urkullu.

Los productos que entraban de contrabando en España procedían, como acabo de apuntar, de Gibraltar y Melilla. Los productos más demandados eran las medias de cristal (nailon), el whisky, el queso de bola holandés, perfumes, los jabones famosos de la época (Lux y Palmolive), galletas inglesas y danesas, tabaco, puros, cremas de belleza, determinadas colonias, nescafé, café, té... y muchos más. En Málaga, concretamente, con la vista puesta en otra parte por la policía, podían comprarse en un piso de la calle Cisneros, en un pequeño local de la calle Denis Belgrano y en las porterías de las casas de la calle Carros, hoy absorbida por la plaza de la Marina. En los portales se exhibían sin el menor pudor las mercancías citadas.

Cuando la economía del país mejoró y se empezaron a importar con licencia del Ministerio de Comercio los deseados y demandados productos extranjeros y los malagueños podían comprarlos libremente sin buscar los puntos clandestinos de venta, aparecieron los indios o hindúes de la India para no confundirlos con los indios de las películas norteamericanas del Oeste con John Wayne pegando tiros. Las tiendas regidas por los indios proliferaron en Málaga con artículos vedados o de coste muy elevado, como tomavistas, cámaras fotográficas, relojes de pulsera y despertadores, palitos de incienso, cintas de vídeo, transistores... Hubo muchas tiendas regentadas por indios de la India con disgusto del comercio tradicional de la ciudad que no podía ofertar esos mismos productos a los precios fijados por los nuevos colonizadores.

Pero surgieron unos nuevos competidores que sin establecimientos fijos ganaron terreno aunque con menos artículos. Me refiero a los marroquíes con sus alfombras, artículos de piel, babuchas, mochilas, maletas, relojes, artículos de playa, chilabas..., que ocuparon un lugar destacado en la vida comercial de la ciudad. Los marroquíes, con su cantinela de «barato, barato» no necesitaban locales para vender sus productos porque lo hacían según la tradición o costumbre del país, en plena vía pública, en las playas, en los mercados de abastos o junto a los semáforos.

A los indios y marroquíes les salieron unos inesperados competidores: las tiendas de Todo a Cien. Por veinte duros se podían adquirir multitud de artículos, desde batas de cola a cacerolas, sartenes, relojes, toallas, colonia, cremas para la cara, cuerpo y calzado, matamoscas, matacucarachas, marcos, bombillas, cafeteras... Las tiendas de Todo a Cien o Veinte duros invadieron los barrios de la ciudad permitiendo a personas de escasos medios económicos mejorar sus ajuares y decorar sus hogares aunque con elementos de escasa calidad y mal gusto. Pero para muchas familias, el nuevo comercio fue una solución para salir de la mediocridad.

¡Llegaron los chinos!

Mientras en las tiendas de Todo a Cien y los marroquíes de «barato, barato» convivían sin roces porque cada colectivo centraba su actividad comercial en artículos diferentes, en las principales ciudades españolas empezaron a establecerse modestos restaurantes regentados por chinos, con decoración china y comida china. Los rollitos primavera, el arroz tres delicias y el cerdo agridulce entraron en liza. En poco tiempo, la presencia de los restaurantes chinos con la cocina tradicional y la cantonal se extendió por todo el país, y lo que fue una ola se transformó en un arrollador tsunami.

A la par de la expansión de los restaurantes surgieron pequeños comercios regentados por chinos y atendidos por chinos. Los denominados bazares chinos se propagaron por la geografía española y las señoras se acostumbraron pronto a «comprar a los chinos». Y de empezar por calles secundarias y lo más cercano posible a los mercados de abastos poco a poco, por lo menos en el caso de Málaga, la expansión continúa por calles y lugares céntricos. En los nuevos bazares se podía comprar -y se puede comprar- todos los días del año, de día y de noche, festivos religiosos y no religiosos, sin horario de apertura y cierre.

La Administración española, en manos socialistas primero, de los populares después, de los socialistas otra vez y de los populares en el momento presente, ha sido incapaz de poner orden o no se ha atrevido a adoptar unas medidas correctoras para evitar la anómala situación. Mientras los comerciantes de toda la vida están sujetos a normas, leyes, reglamentos y disposiciones que emanan de los ayuntamientos, de las comunidades autónomas del Gobierno central, el colectivo chino va a su aire y vende de todo a cualquier hora del día y de la noche.

En los bazares se ofrecen toda clase de productos, desde toallas a colonias y perfumes, jabones, geles, biquinis, batas, chanclas, zapatillas, zapatos, compresas, rizadores de pelo, sábanas, manteles, delantales, tenazas, clavos, bombillas, lápices de colores y de grafito, vasos de plástico y vidrio, cintas de video, relojes, hamacas, pan, paraguas, toda clase de vinos y licores, agua, refrescos, lejía, palillos para comer arroz, palillos para tender la ropa, palillos de dientes, pintalabios, laca de uñas, ventiladores, abanicos... y quizás trajes de torero y banderillas. Lo último que he descubierto en uno de estos bazares es la colocación en el exterior de mesas y sillas para servir desayunos con sus pitufos y aperitivos con toda clase de tapas, cerveza, tinto de verano y con lo que el cliente pida porque no existe el «no hay» en el comercio chino.

Y después, ¿qué?

Ahora dominan los chinos, pero como en todas las actividades humanas y no humanas, existen ciclos que cambian el rumbo de nuestra vida. Los chinos, ¿serán sustituidos o desplazados por otras etnias?

No soy adivino, y por mi DNI, creo que para el nuevo ciclo no estaré en este mundo. Pero como predecir es gratis, mirando al mundo que nos rodea y lo que acontece en los cinco continentes, quizás los sucesores de los chinos sean los africanos, los del África negra, que ahora se contentan con vender en las playas y plazas públicas muy concurridas bolsos de marcas famosas (falsificadas por supuesto), pareos, pashminas, relojes, disquetes y lo que encarte, aunque los países de procedencia no produzcan nada de lo que exponen y venden en mantas extendidas sobre el pavimento de las aceras y arena de la playa. Inician su lucha por la subsistencia ofreciendo pañuelos junto a los semáforos y poco a poco progresan ampliando la oferta.

Los africanos de momento no disponen de locales donde desarrollar su actividad comercial, pero todo se andará ante la mirada preocupante de los comerciantes que pagan el alquiler de un local, su decoración, su luz, la recogida de basuras, el IBI, el impuesto de sociedades, la Seguridad Social, las inspecciones de Trabajo, los informes de Bomberos, la salida de emergencia, los empleados, los puentes, las bajas maternales, los días de asuntos propios, el IVA, las cerraduras inutilizadas con silicona los días de huelga, la rotura de lunas ... y los competidores ni pum.

Quizás antes que los africanos lleguen los yihadistas y los islamistas de Hamás, que cada día son más y como sigan expandiéndose como parece, llegarán también a Málaga para vender burkas, chilabas y turbantes y obligarnos a convertirnos, por cojones, al Islam.

*Guillermo Jiménez Smerdou es exredactor de Radio Nacional de España en Málaga y premio Ondas