A cada momento, venga o no a cuento (cuando se acercan las elecciones es tema diario de censuras al Ayuntamiento de turno) los políticos de la oposición se explayan en sus críticas contra el que está gobernando. No he recortado y guardado lo que los censores manifiestan a los periodistas y se publica en los periódicos, y mucho menos me he entretenido en grabar lo que sueltan sobre el mismo tema en las radios locales. Más o menos dicen que Málaga está sucia, que el servicio de limpieza es malo, que en lugar de una empresa privada se encargue de la tarea sea el propio Ayuntamiento a través de una empresa municipal la que lo haga, que solo se barre la calle Larios, que las barriadas están abandonadas, que la porquería se acumula en la mayoría de las calles de la ciudad, que es una vergüenza, que los turistas se quejan del cómo está de sucia la ciudad...

No sigo porque cualquier lector que esté dedicando unos minutos de su precioso tiempo a leerme sabe de sobra lo que se dice una y otra vez sobre el tema de la limpieza de la ciudad; bueno, más que de la limpieza de la suciedad.

Cuando nuestro Ayuntamiento era presidido por un alcalde elegido a dedo, y no existía la oposición, los palos iban directamente al alcalde. Aguantaba todas las críticas porque era el único responsable y porque apenas si pagábamos impuestos. Ahora, cuando gobiernan los socialistas, la oposición (entiéndase PP) critica al PSOE; cuando el PP gobierna, la oposición (entiéndase PSOE), censura al PP... y los que no gobiernan porque no ganan las elecciones, critican a unos y otros con la esperanza de ganar un día... y si ganan les lloverán las críticas por PP y PSOE.

Plan de choque. No recuerdo exactamente quién era alcalde (de los elegidos a dedo; creo que Cayetano Utrera) cuando la concejalía de limpieza se le confió a don Pedro Castro Ibáñez, un hombre que para mí era merecedor de todos los respetos. Hizo y ejerció la carrera de practicante (la conversión en ATS o Ayudante Técnico Sanitario vino después) y accedió al Ayuntamiento por uno de los tres tercios establecidos por ley. Mi admiración por esta persona es porque a punto de jubilarse, aprovechando la creación de la Universidad de Málaga con una facultad de Medicina que empezó a funcionar en los bajos del Hospital Civil, se matriculó en la nueva facultad y pudo cumplir un deseo que no pudo hacer realidad cuando joven: ser médico. Hizo la carrera y llegó a ejercerla cuando ya, por su edad, estaba a punto de jubilarse.

Pues bien, Pedro de Castro, a poco de hacerse cargo de la concejalía de la limpieza decidió atajar el problema endémico de Málaga, que la ciudad estuviera limpia. Planificó una serie de actuaciones encaminadas a lograr lo que hasta entonces nadie había conseguido.

Puso en marcha un Plan de Choque, y la calle elegida para su proyecto fue la calle Nueva, que pese a su nombre es una de las más antiguas de la ciudad. El Plan de Choque consistía en destinar dos o tres barrenderos a la calle y estar desde primera hora de la mañana hasta el final de la tarde ejerciendo su trabajo: barrer, barrer, barrer... y entregar a cada peatón una cuartilla en la que se informaba del nuevo plan de limpieza, pidiendo la colaboración del ciudadano, que no arrojara nada al suelo, que existían papeleras para tal uso... En fin, concienciar a los malagueños de su obligación de contribuir a la limpieza de la ciudad.

¿Resultado del primer día del Plan de Choque? Un fracaso. Los ciudadanos malagueños, acostumbrados a no colaborar, no solo no usaron las papeleras para arrojar los paquetes de tabaco vacíos, los periódicos ya leídos, los envoltorios de chucherías y todo lo inservible, ¡tiraron al suelo las octavillas invitando a ser más limpios, o mejor dicho, menos puercos.

Aquella campaña, igual a las modernas de la Dirección General de Carreteras pidiendo cordura, educación, respetar las señales de tráfico, no hacer uso del móvil conduciendo, utilizar el cinturón de seguridad y otros consejos similares para evitar accidentes, no sirvió de nada. Los malagueños siguieron arrojando a la vía pública todos los residuos habidos y por haber, y los accidentes mortales y no mortales, siguen produciéndose todos los días con alzas los fines de semana y los llamados «puentes» laborales. Más de cincuenta mil personas perdieron la vida en España en lo que va de siglo por accidentes de tráfico.

Cuando Pedro de Castro me confesó el fracaso de su Plan de Choque para concienciar a los malagueños para que fuéramos menos guarros (es el vocablo más idóneo para esta parcela de la vida ciudadana), le expuse mi opinión al respecto. Recuerdo que le dije que en el hipotético caso de que yo fuera concejal algún día propondría a la corporación municipal la reducción del servicio de limpieza, limitando el servicio al barrido y retirada de hojas secas y ramas de árboles desgajadas por el viento. De barrer papeles (entonces no había plásticos), cáscaras de pipas, mondas de plátano, colillas, excrementos de animales y otros residuos que configuran el mundo de los desperdicios, nada de nada.

Una solución. A los pocos días, la ciudad de Málaga sería un gran basurero, la representación genuina del malagueño de pura cepa que gusta refocilarse con sus propios desechos.

Al Ayuntamiento llegarían protestas de los vecinos, bien de forma personal, bien por carta, bien a través de los medios de comunicación. La respuesta era tan sencilla como expeditiva: la ciudad está sucia porque ustedes la ensucian. Ya saben lo que tienen que hacer: limpiar lo que han emporcado y no volver a caer en la tentación de arrojar las basuras a la calle.

Claro, ni Pedro de Castro admitió mi drástica solución ni yo accedí al Ayuntamiento ni antes, ni ahora, ni nunca.

Si bien mi propuesta era impensable adoptarla, dentro de este segmento (es un vocablo que está de moda) hay algunas acciones que se pueden llevar a cabo sin llegar a extremos tan radicales.

Si la ciudad de Oviedo está considerada como la más limpia de España no es descabellado poner en práctica el sistema que aquel Ayuntamiento ha impuesto para que la ciudad sea un ejemplo. Basta con invitar, previo pago por su asesoramiento, al municipio ovetense responsable del servicio, para que informe cómo lo ha conseguido.

Otro recurso (este un poco más caro pero menos oneroso de lo que cuesta cada Semana Santa barrer las calles después del paso de las procesiones) es contactar con Singapur, un país que tiene una superficie de 641 kilómetros cuadrados (la provincia de Málaga tiene 7.276) donde la limpieza es tal que arrojar un simple papel o cajetilla de tabaco al suelo se sanciona con una multa de 500 dólares. Allí nadie tira al suelo ni la cerilla utilizada para encender un cigarrillo. Con la aplicación de métodos de la escamondada ciudad asiática, Málaga podría no ser una sucursal del Centro Pompidou de París, sino el propio Pompidou; los ingresos por sanciones convertirían a nuestro Ayuntamiento en el más rico del mundo... si es que los malagueños tuvieran dinero suficiente para pagar las multas.

Lo de Singapur es casi una utopía; lo que no es imposible, por ejemplo, cercar los días de mercadillo la zona y retener a los vendedores y compradores hasta que ellos mismos barran las basuras emanadas durante el tiempo que han desarrollado su actividad; cercar los recintos destinados a los «botellones» hasta que los participantes no se llevan las botellas, plásticos y mierda acumulada durante la jornada... o ponerse en contacto con los Testigos de Jehová que cuando celebran actos multitudinarios en lugares concertados, como el estadio de La Rosaleda, la plaza de toros o un recinto similar, al finalizar sus rezos, sermones, cánticos... recogen ¡todo! lo que han ensuciado, dando muestras de una exquisita educación, esa que se echa de menos en las escuelas, en los institutos, en las Universidades, en los campos de fútbol, en las fiestas patronales...y que no se enseña en ningún centro público ni privado. En mi niñez existía la Cartilla de Urbanidad en la que se enseñaba una cosa tan sencilla como es la educación. La idea de Zapatero con la asignatura para la Educación Ciudadana o algo así tampoco contemplaba la obligación de no ensuciar las calles.

«Muy marrana». Tal como anda el patio (Málaga) cada malagueño y cada malagueña necesita un barrendero que vaya tras él durante el día y parte de la noche para ir recogiendo todo cuanto va dejando tras de sí, y si alguno tiene perro, ¡dos barrenderos!

Mientras tanto, ¡leña al mono! En este caso, al Ayuntamiento de Málaga, la primera en el peligro de la Libertad, Muy Leal, Muy Ilustre, Siempre Denodada, Muy Hospitalaria, Muy Benéfica... y no quiero, por respeto a la ciudad, agregar al escudo «Muy marrana».

*Guillermo Jiménez Smerdou es exredactor de Radio Nacional de España en Málaga y premio Ondas