Los primeros boy scouts malagueños (entonces exploradores) eran alumnos del Centro Técnico, una escuela preparatoria de futuros militares que estaba en el palacio de Crópani, en la calle Álamos. El periodista Zaragüeta (pseudónimo de José Navas Ramírez) escribió de la primera salida de estos exploradores, unos 60. Fue a Pizarra en abril de 1913 y «los alumnos del Centro entonaron al salir de la estación el himno del Colegio, dando entusiastas vivas y los hurras de ordenanza, rindiendo tributo al origen inglés de la asociación».

Esta y otras muchas escenas del pasado han sido recopiladas gracias al trabajo del abogado, escritor y scout malagueño Pablo Portillo Strempel en Los Exploradores Malagueños 1913-1936, un libro de 350 páginas que fue presentado el pasado viernes en Unicaja, con la asistencia del jefe scout de Andalucía, Álvaro Ortega. La obra ha sido editada por el Grupo Scout 125 San Estanislao.

Pese a que los documentos más importantes se perdieron durante la Guerra Civil, el autor confiesa que se ha llevado la «gran sorpresa» por la mucha información que ha podido encontrar en prensa, sobre todo fotografías. Y aunque el fundador del movimiento scout en Málaga fue el militar Joaquín Mañas, director del Centro Técnico de calle Álamos y futuro hermano mayor de Mena, el gran impulsor del escultismo fue quien le sucedió poco después, en 1915, el también militar y exvoluntario de la Guerra de Cuba Enrique del Castillo Pez, que cuenta con una calle en Málaga y fue nombrado Hijo Adoptivo de la ciudad.

«Cuando yo era un scout con 12 ó 13 años, mi abuelo Pepe (José Portillo Gómez) que también fue scout, me hablaba de un tal don Enrique. No podía imaginar que se trataba de este Enrique del Castillo que aparece en el libro», cuenta Pablo Portillo, que explica que cuando su abuelo quiso ingresar en los exploradores, hacia 1915 ó 16, «su madre no quiso porque eran gente uniformada». Sin embargo, una tarde apareció el propio Enrique del Castillo, que le habló de las actividades y la naturaleza de este movimiento juvenil, fundado en Inglaterra por BadenPowell y ya convencida, la madre le permitió formar parte. Por cierto que gracias a entrar en los scouts, su abuelo Pepe pudo entrar con el tiempo en Ferrocarriles Andaluces, ya que Del Castillo daba clases de morse a los exploradores.

Otra de las cosas que más sorprende al autor de esta investigación es el gran número de actividades de estos primeros scouts: «Hacían unas 30 salidas al año», calcula. En tres ocasiones visitaron Gibraltar y una de las veces, en 1934, pudieron charlar con la mujer de Baden-Powell. «Él venía enfermo, le habían intervenido y no pudo desembarcar, saludó desde cubierta».

Además de a los boy scouts, lady Baden Powell pudo charlar con las entonces conocidas como girl-guides de Málaga (las guías), pues la rama femenina del escultismo se fundó en plena República, en 1933, aunque tuvieron poca actividad.

El perfil de los primeros exploradores eran jóvenes de familias acomodadas «que sabían leer y escribir y estaba formados». El libro recoge también sus actividades filantrópicas, como la asistencia que prestaron durante la huelga del pan de 1918.

Un capítulo muy interesante es el que dedica a las reuniones mundiales de exploradores (Jamboree)como la que se celebró en Inglaterra en 1929 y a la que acudió un grupo de scouts malagueños. Gracias al coleccionista Francisco García, Pablo Portillo ha tenido acceso al cuaderno mecanografiado de la visita... pasada por agua por cierto: «Los quince días estuvo lloviendo».

La obra cuenta también con las aportaciones del padre jesuita José Pablo Tejera, el renovador del escultismo en Málaga tras los más de 30 años en que estuvo prohibido durante el Franquismo. En los años 60, cuenta Pablo Portillo, los scouts, aunque ilegales, estuvieron funcionando ligados a algunas parroquias, una actividad de la que apenas hay documentación. En todo caso, el autor -padre, hijo y nieto de scout- quizás aborde en un próximo libro la segunda parte de esta apasionante historia del escultismo en Málaga.