Un siglo después de abrir sus puertas, primero para asistir a personas en riesgo de exclusión social, y después para velar por el cuidado y la educación de niños huérfanos o con problemas sociales, «La Casa del Niño Jesús» de la malagueña -y denostada- calle Pozos Dulces cerrará sus puertas. Pero no lo hará de forma definitiva, pues a partir de ahora será Cáritas Diocesana la institución que se ocupe de explotar el patrimonio adquirido desde 1911 en el entorno del Centro malagueño. Ante las trabas legales y económicas, esta institución fundada por el padre jesuita José María Aicardo decidió en una reunión de su junta el pasado 30 de noviembre su disolución, por lo que decidió donar todo su patrimonio a esta entidad para que lo dedique a sus fines propios.

Compuesta por un enorme caserón en el que parece haberse detenido el tiempo y dos edificios en los números 17 y 19 de la misma calle, esta institución ha dado cobijo, comida y ropa limpia a miles de niños venidos de todos los lugares del mundo, aunque la mayoría procedía de la provincia.

Aicardo fundó junto a Trinidad Álvarez un hogar en el que ayudar a los más necesitados. Tras una guerra e incendios, la institución, que se llamaba «Cristo abandonado» entonces, acabó en manos de María Luisa Estrada y del padre Bernabé Copado, que compraron con su propio patrimonio los edificios que ahora dona la institución. La acogida de «La Casa del Niño Jesús» fue tal que el proyecto se exportó a las vecinas provincias de Cádiz y Sevilla, aunque cerraron antes que en Málaga, donde lo hizo en 2008.

La secretaria de la entidad, Rosario Sánchez, reconocía ayer su «pena» por el cierre de la institución a la que tanto ella como su familia se han dedicado en cuerpo y alma. Pero el cambio de la normativa para el acogimiento de niños y de accesibilidad más tarde, complicaron la existencia del centro, que en sus últimos años de vida sirvió como unidad de estancia diurna y de estudio para niños en riesgo de exclusión social.

Con un comedor, aulas, una capilla -en la que se han celebrado comuniones, entierros e incluso una boda- cuarenta camas y un gran patio, este hogar acogió a niños a los que dio una oportunidad. Uno de ellos era Juan José Pino, de 38 años. Vive en el corazón del Centro de Málaga desde que tiene siete años. «Llegué el 17 de septiembre de 1984, nunca lo olvidaré», cuenta el hombre, que lo hizo junto a sus cinco hermanos, dos de ellos mellizos, cuando sólo contaba con siete años. Era el mayor de todos y tiempo después sus padres fallecieron. Todos sus hermanos fueron adoptados -y separados- excepto él. «He sido feliz, aquí hice la Primera Comunión», cuenta el hombre, que siente nostalgia al pensar en la desaparición de su hogar como lo concibió desde el día en que tuvo la suerte de toparse con la solidaridad de un grupo de mujeres que quería, como al resto, ayudarle.

Junto a él está, Mercedes Ruiz, que durante 30 años se ha ocupado de la ropería y de las comidas de los niños. Ahora seguirá contratada por Cáritas, pues es la guardesa y mejor conocedora del edificio, del que se sabe todos sus entresijos.

La institución diocesana aún no ha decidido a qué destinará los números 17, 19 y 21 de Pozos Dulces, aunque sí tiene claro que continuará con la labor asistencial iniciada por las voluntarias y los jesuitas malagueños.