El caballero inglés Ellis Veryard después de visitar Málaga la resumió con esta frase: «Es una pequeña ciudad mal construida y sucia, pero tiene muchísimo comercio». La frase, ojo, no es de nuestros días sino del siglo XVII.

No deben dolernos prendas si en esa época la futura Ciudad del Paraíso entraba en la categoría urbana de tugurio, e incluso de tugurio infecto, aunque con una importante ventaja con respecto a otros tugurios de su tiempo: contaba con una red de alcantarillado, herencia árabe en su mayoría, algo que también disfrutaban ciudades como Valencia o Toledo, no así Madrid, que tuvo que esperar al Siglo de las Luces para tan importante evento higiénico.

La situación a finales del siglo XV no era muy distinta. El Archivo Municipal, que cada mes expone un documento singular, ha iniciado 2015 mostrando las medidas que tomó el Cabildo para atajar la epidemia de peste que tuvo el detalle de pasarse por la ciudad en 1583 y que repetiría visita en muchos momentos del siglo XVII. Unos 12.000 muertos dejó entre 1582 y 1583.

Puede decirse que la ciudad se blindó. Ni siquiera podían desembarcar los barcos, salvo en El Perchel (en las Torres de Fonseca) y en la playa del Postigo de los Abades, donde asomaba una incipiente Catedral de Málaga, pues sólo contaba con medio siglo de obras. También se mejoró la limpieza que, por cierto, llegaba de higos a brevas, cuando la acumulación de porquería en las calles, muchas de ellas terrizas, alcanzaba niveles alarmantes y los malagueños exhalaban «vapores nocivos», como cuenta una crónica del siglo siguiente.

Se decretaron también enterramientos comunes, con toda seguridad en el extrarradio, y se ordenó quemar las ropas de los infectados, cuenta el documento. En este sentido, también se aprovechaba para purificar las casas de los apestados. María Dolores Fernández, en su amenísimo (y grueso) estudio sobre los hospitales malagueños, cuenta que, además de marcar las zonas afectadas con alguna señal roja, se regaba con vinagre, además de picar y encalar de nuevo las habitaciones.

Pero quizás lo más significativo de este documento -con una caligrafía que recuerda a los trazos en el aire de dos duelistas- es la pequeña mención que hace al Hospital de San Andrés.

En realidad, se trata de la primitiva ermita de San Andrés, en El Perchel, que en ese año ya estaba en obras para transformarse en iglesia. Situada en las afueras de la ciudad y en un sitio muy aireado, era el lugar adecuado para habilitar al lado un hospital para los enfermos de peste. Precisamente en 1583, a ese hospital e iglesia en ciernes llegó para atender a los enfermos y ofrecer misa a los pescadores el fraile carmelita Gabriel de la Concepción.

Su excelente trabajo motivó que al año siguiente, pese a que ya había una quincena de conventos en Málaga, la ciudad donara la iglesia y unos terrenos vecinos para que los carmelitas construyeran el convento de San Andrés. En ese terrible año de la peste puede decirse que El Perchel nació como barrio de Málaga: se hizo mayor.