Pocos supieron intuir la magnitud del golpe. Ni siquiera esa misma noche, desvalijada por los barbarismos de la Champions, que dejaron sin eco las tertulias de valoración postelectoral. En unos comicios de seguimiento minoritario, con la contraprogramación sangrante del fútbol, había nacido un fenómeno, Podemos, que a pesar de sus 1,2 millones de votantes, casi todos los gurús de los grandes partidos entendían como una simple llamada de atención envuelta en los estertores chispeantes del 15-M; nada, en definitiva, de lo que preocuparse ni digno de interrumpir el brindis, que en esa ocasión , en Andalucía, tenía un protagonista claro, la presidenta de la Junta, Susana Díaz, el único jalón del PSOE que, si bien a duras penas, logró mantenerse en pie en esa prolongación de la debacle para los socialistas que fueron las europeas.

Nueve meses después, y con el partido de Pablo Iglesias ya ejerciendo de rodillo, es precisamente la propia Susana Díaz, la primera en tirar al suelo el equipaje y bailar el cuerpo a cuerpo con Podemos. En una semana marcada por la ruptura del pacto con IU y el adelanto electoral parece difícil negar que son los chicos de Errejón -y no Pedro Sánchez, ni tampoco Ferraz- los que marcan y definen la agenda de la presidenta. Si existía alguna duda, la mandataria la disipó con la disolución del bipartito, que justificó tachando a IU de «radicales», en clara alusión el coqueteo táctico e ideológico de la coalición con la formación que lidera el politólogo de la Complutense. Menos de veinticuatro horas tardó Susana Díaz en evidenciar, ataque tras ataque, quién es su máximo oponente, que por una vez no está en el PP, sino en un movimiento que amenaza con arrebatarle a buena pate de sus incondicionales.

Con las autonómicas y las municipales como primera piedra de toque, el partido de Pablo Iglesias se prepara para despedazar los viejos esquemas e introducir un elemento de alta imprevisibilidad en el cajón de las papeletas. Incluido, en Andalucía, donde el partido no tiene de momento tanta fuerza como en otras regiones. El miedo a la podemización del electorado está detrás, según muchos analistas, de la maniobra de defección de Susana Díaz, que con la anticipación pretendería dar un golpe de efecto y agarrar al movimiento en paños de camisa, sin líder reconocible y con buena parte de su estructura aún por cementar en la autonomía.

A menos de dos meses para las elecciones, la presidenta sale indudablemente al ataque, con una ofensiva arriesgada y compleja en sus ramificaciones, pero sin el éxito asegurado. José Pablo Ferrándiz, uno de los líderes de Metroscopia, cree que la ruptura del pacto puede dar lugar paradójicamente a un escenario de mayor inestabilidad que el que intenta combatir, en su explicación formal, Susana Díaz. En la actualidad, la foto fija de las encuestas es la siguiente: de celebrarse hoy las elecciones, el PSOE sería la fuerza más votada, el PP perdería votos y Podemos desplazaría en cuarto lugar a IU, cuyo despeño tiene mucho que ver con la ascensión vertiginosa de los de Pablo Iglesias. En las cábalas iniciales, una cosa parece clara: los socialistas, por más que se repongan del adelantamiento de los populares, están a día de hoy lejos de la mayoría absoluta. Y con un mapa de potenciales aliados más remiso que nunca a sus intereses particulares. «Ahora mismo no tendrían más remedio que gobernar en minoría o buscar un pacto que no parece fácil. Díaz ya ha dicho que descarta a Podemos; con IU ha habido un desenlace con bronca y un gobierno con el PP sería la tumba política para el PSOE», declara.

La obsesión de los partidos tradicionales con Podemos, a quien muchos pronosticaban una vida efímera, va más allá de una confrontación de ideario. Si el PP ve en el partido de Iglesias a un nuevo enemigo surgido justo cuando pensaba en sacar aire de la flaqueza de sus adversarios, en IU y PSOE escuece el encantamiento discrecional que ejerce sobre su electorado. Según los datos de Metroscopia, la mitad de los votantes que se decantaron por los de Cayo Lara en las pasadas elecciones tiene previsto votar a Podemos en la próxima convocatoria. El porcentaje en los socialistas fluctúa entre el 25 y el 30 por ciento, lo que, en términos absolutos, representa una paletada de miles y miles de votos. Demasiados como para no compartir el foco de la rivalidad con el PP, que tiene depositada precisamente en la división de la izquierda a una de sus máximas esperanzas.

El alcance de la revolución electoral de Podemos empezará a desvelarse esta primavera con una doble cita, las autonómicas y las municipales, que condicionarán fuertemente al partido y al resto de fuerzas. De sus alianzas y antipatías dependerán en buena parte los resultados de las generales. Ni siquiera el propio Podemos está a salvo de Podemos ni de su más que presumible condición de «llave de gobierno» en las elecciones regionales. «Imagina que en Madrid gana el PP sin mayoría absoluta y ellos se ve en la tesitura de pactar con el PSOE o permitir que gobiernen. ¿Qué harán?», razona Ferrándiz.

Municipales. En las municipales, donde el movimiento todavía anda buscando acomodo con otras formaciones, el bipartidismo tampoco parece inmunizado. El voto local, acota el especialista, suele ser más personalista, pero eso no quita que hasta las alcaldías se extienda también el terremoto. La mayoría absoluta, indica Ferrándiz, va a estar cara. Y en la mayoría de los casos no por desconfianza hacia los candidatos tradicionales, sino por la entrada en escena de nuevos partidos, muchos de ellos con opción de obtener concejales. De la convergencia de Podemos con otras fuerzas y plataformas no sólo depende Ganemos, cuyo potencial sigue siendo una incógnita. «No nos atrevemos a hacer encuestas hasta que se definan los candidatos. Ahora todo está en el aire», resalta.

Los sondeos sobre participación también empiezan a reflejar la irrupción de Podemos, que ha alterado el peso de la abstención en la intención de voto. En Andalucía, por ejemplo, las expectativas son ya similares a las de 2012. Del repudio a la votación como castigo, se ha pasado a la papeleta del desencanto. Tanto en el caso de Podemos como de Ciudadanos, que también podría abrirse hueco en el Parlamento. Y, además, con un fenómeno nuevo, febrilmente enraizado en la inminente e inusual catarata de elecciones. Ferrándiz prevé que habrá menos voto en bloque con otras ocasiones, con electores que cambiarán su predilección en función de la convocatoria. «Vamos a aprender mucho de estas elecciones. Son las primeras con Podemos y con una oferta electoral mucho más amplia. Sobre todo, en lo que respecta a partidos con capacidad para conseguir representantes», apunta. Pablo Iglesias agita el mapa. Y con una onda expansiva que llega hasta el sillón de los concejales.