Ha fallecido León Pecasse, el padre de la Asociación de Crohn y Colitis Ulcerosa (ACCU) de España y médico de miles de malagueños.

Este holandés llegó a Málaga casi por casualidad. Alguien le había hablado de las bondades de la tierra, de su clima y de lo bien que le sentaría para la enfermedad de Crohn, por la que le habían declarado inválido en 1972 para ejercer su profesión como químico de investigación.

Llegó a la Costa del Sol al abrigo de una meteorología benévola que no le ocasionara crisis de su enfermedad. Tan bien le sentó que se aventuró a hacer la carrera de Medicina en 1974. Hizo el MIR y logró una plaza de Medicina Interna en la sanidad malagueña. Pasó por las consultas del Hospital Civil y acabó en las del Clínico, donde trabajó gran parte de su carrera hasta su jubilación hace unos años, aunque incluso tras su retiro laboral siguió vinculado a la consulta de Crohn.

Médicos, asociaciones y pacientes coincidían ayer en la misma idea. Se ha ido un luchador. Un luchador contra su enfermedad. Un luchador por la salud de los demás. Un hombre que se hizo a sí mismo y que puso en el centro de todas las miradas una enfermedad de la que, hasta su diagnóstico, poco se sabía.

Pero en su afán por ayudar a los demás fue más allá y se convirtió en vicepresidente de la Fundación Cudeca. Ayer, esta entidad que presta cuidados gratuitos a los enfermos de cáncer lamentaba la marcha del doctor, ya octogenario, que nunca cejó en su empeño por el reconocimiento de lo invalidante de la enfermedad. «Cada día que gracias a mi esfuerzo y al esfuerzo de otros que actúan de la misma forma, un paciente se siente feliz, ha aceptado su enfermedad, vive mejor y ha salido el sol en su vida, me siento feliz», dijo en una entrevista.

Pero el altruismo de León Pecasse era auténtico, de los que casi no quedan. No tenía intereses pues, de haberlos tenido, como siempre decía, se habría hecho rico. No lo hizo porque, según confesaba siempre, así era más feliz. Sus bondades traspasaron toda frontera y se erigió como traductor no oficial en el Hospital Clínico, a donde llegaban pacientes de medio mundo. «Siempre se prestaba a todo», le recordaban ayer. Junto a él, su mujer Annie, que durante años regentó desinteresadamente la biblioteca del centro sanitario al que acudían numerosos enfermos sin diagnóstico y que salían reconfortados con las palabras del doctor.

Se ha ido uno de los grandes, uno de tantos que se deshizo por poner nombre y apellidos a una enfermedad y sin el que muchos hoy se sentirán huérfanos.