Las flores colgaban del techo. Tenían la apariencia de una cama silvestre, quién sabe si tendida para esa hora en la que todas las cosas son ingrávidas y el cielo se asalta preferentemente bien fresquito, con mucho más hielo que utopías de salón. Desde el viernes 30 de enero ya no reciben sus luces rojas. Ni tampoco los ritmos, mezcla de máquina y de hombre, que hacía que los huesos se movieran con suaves y cálidas ondulaciones, como inducidos por una serpiente salida de un baño turco. El Level, uno de los bares clásicos del centro, a medio camino entre la canallesca y la cháchara resultona de los modernos, echa el cierre, derribado, como tantos otros, por la crisis, pero también por la falta de riesgo que últimamente acompaña a la movida nocturna de la ciudad.

Con la caída del consumo, heredera del modelo de recuperación a la cartuja impuesto por Rajoy, los bares han dejado de jugársela con la experimentación. En la mayoría de los locales del centro se ofrece porra y boquerones y cuando cae la tarde se escucha pachangueo, con apenas concesiones para la emulsión de patata y algún éxito del rock pinchado a fuego lento con todos los atributos sentimentales de la edad. La noche malagueña ha empezado a no diferenciarse demasiado en su variedad a la de un pueblo de Jaén. Un par de referencias rockeras milagrosamente imperturbables, un templo del heavy, dos o tres bares pretenciosos y otros en los que todavía sigue siendo alternativo servir a Pearl Jam y a Radiohead. En esta cruzada económica contra la diversidad, el Level, como también el Fraguel Rock, instalado desde mucho antes en una esfera menos exigente, ha sido el último en caer. Y esta vez con las botas puestas, con su doctrina de dj y electrónica y una clientela ya entrada en años, en plena cuesta nostálgica de cremas hidratantes y carritos de bebé.

Jesús Sánchez, presidente de la agrupación de hosteleros y fundador del bar, asegura que no pudo siquiera asistir a la última sesión. «Fue el primer local que hice como yo quería. Todo esto me resulta doloroso», indica. La homogeneización de la oferta va a conseguir poco a poco que no sólo se entronice una supuesta época dorada, sino que cualquier otro tiempo se enuncie con la seguridad de haber sido mucho mejor. El del Level es el de finales de los noventa, cuando Jesús, asociado con Nuria Ruiz, decidió montar en el centro un local que permitiera dar salida a nuevas corrientes. «Acababa de venir de Suecia y, como pinchadiscos, estaba harto de que siempre me pidieran los mismos éxitos de radiofórmula. No había en Málaga un buen local donde escuchar funky y electrónica», sentencia.

Sánchez, que abandonó hace dos años el proyecto, subido a la ola de la restauración, recuerda que su idea era crear un establecimiento que sirviera al mismo tiempo como bar y como club. «Fue una buena época. Los bares que ofrecíamos otra cosa nos retábamos para descubrirnos música», sentencia.

Por la barra del Level, iluminada vagamente a lo David Lynch, han pasado músicos como David Cantero (Chambao, Danza Invisible) o el dj Cristóbal Potrafke, exsocio de Sánchez y uno de los propietarios que ha visto, entre notas y secuencias, desaparecer el local. Eso en lo que respecta a la tripulación, porque entre los clientes se cuenta con buena parte de la escena malagueña de las últimas décadas. El propio Sánchez, que abrió las puertas del bar en 1999, fue integrante de Los raperos del Sur. El Level muere en el número 10, como Maradona a la espalda. Beato de sí mismo hasta el final.