En el año 1974 se produjo una auténtica revolución en el mundo de los entretenimientos. Todavía no se habían inventado los juegos electrónicos con exterminio de marcianitos, a los que sucedieron miles de juegos que hacen las delicias de los jóvenes, semijóvenes y talluditos caballeros que en lugar de matar el tiempo matan marcianitos.

En 1974, repito el año, irrumpió en el mercado mundial el satánico invento del señor Ernö Rubik, profesor de arquitectura natural de Hungría. El invento, que se extendió por todo el planeta, llevaba y lleva el nombre de su creador: el cubo de Rubik. La idea del autor, cuando diseñó el famoso cubo, era incentivar entre sus alumnos de arquitectura el estudio y solución de los problemas matemáticos, una asignatura primordial para el ejercicio de la profesión, o sea, el dominio de la ciencia matemática.

El artilugio tuvo una acogida sensacional, y mientras la mayoría fracasaba en el intento de combinar los seis colores del juego, unos avispados jóvenes, incluso niños, ante los asombrados ojos de los que habían renunciado al cubo, lo resolvían con cierta facilidad, primero en unos minutos, y después en segundos. Creo que el récord mundial anda en los quince segundos. No hace muchas semanas, en un programa de una televisión española, apareció un joven que con los dedos de los pies en un minuto hizo el juego. Quien escribe estas líneas nunca fue capaz de resolverlo ni en un minuto ni en una hora.

El cubo debe haber convertido en millonario al señor Rubik, que ignoro si vive todavía. Lo curioso es que no ha desaparecido del todo; estuvo de moda durante algún tiempo pero nunca pasó al olvido como otros tantos juegos que tuvieron su época y que hoy, las nuevas generaciones no han oído nunca hablar de ellos. A esos juegos me voy a referir hoy para refrescar la memoria de los mayores y para ilustrar a los muy jóvenes que no habrán oído nunca alguno de los que voy a recordar.

El yoyó

Uno de los juegos que causó furor en el mundo de los entretenimientos fue el Yoyó, que no ha desaparecido totalmente del mercado y que renace de sus cenizas como el Ave Fénix. Consiste el juguete en dos pequeños discos, unidos en el centro por un cilindro corto y delgado, al que se le enrolla un cordón que permite al jugador subirlo y bajarlo. Si pierde el ritmo tiene que empezar de nuevo. Al principio, el jugador novato no consigue dominarlo pero a base de tiempo no solo puede estar largo rato subiendo y bajando el disco sino que puede permitirse el lujo de recrearse inventando posturas y lanzamientos.

El Yoyó fue un invento de los chinos. En su época de esplendor, en Málaga, no era raro ver señoras encopetadas jugando al yoyó en plena calle; las señora de hoy, en lugar del Yoyó, van por la calle con un móvil pegado al oído o tecleando mensajes para sus amigas comunicándoles que van por la calle Nueva, que van a tomar un café en tal sitio, que después irán al súper y que si encarta tomar una cerveza antes de regresar al hogar.

El diábolo

Otro juego de la época, y que alternó con el Yoyó, fue el Diábolo o Diavolo (en italiano). Era un juego un poco más voluminoso y que exigía moverse en un espacio mayor. Consistía, y consiste, porque no ha sido erradicado totalmente, en un carrete formado por dos conos unidos por el vértice, al cual se le imprime un movimiento de rotación por medio de una cuerda atada al extremo de dos varillas, una para cada mano del jugador. Al alcanzar cierta velocidad, el carrete es lanzado al aire, y el jugador debe recuperarlo sin que caiga al suelo.

Los primeros intentos suelen ser baldíos, o sea, que el carrete escapa al intento de recuperarlo. Al poco tiempo, con la práctica, el jugador vence la dificultad y a partir de ese dominio del sencillo artefacto se permite lanzarlo con más fuerza, darse la vuelta y hacer perrerías con el carrete.

Las niñas y sus juegos

Así como algunos juegos citados eran especialmente diseñados para los niños, las chicas tenían en los colegios otros juegos que solo practicaban ellas: la comba y el infernáculo.

Saltar la comba era un juego muy popular entre las niñas. O saltaban sin la ayuda de nadie manejando los dos extremos de la cuerda sin pisarla ni enredarse en ellas, o dos amigas eran las encargadas de balancear la cuerda. Aunque era un juego eminentemente femenino, los boxeadores profesionales, para ganar en agilidad y poderse mover en el ring con más desenvoltura, en los entrenamientos saltaban a la comba, y creo que siguen saltando aunque el boxeo ya no es lo que era antes, al menos en España.

El infernáculo es otra cosa. Si una niña de diez o doce años le dice a su padre que en el colegio juegan al infernáculo, que suena a infierno, lo más probable es que el progenitor denuncie al centro docente por incitar a las niñas a peligrosas prácticas.

Nada más lejos de la realidad aunque lo del infierno es cierto, porque según la Real Academia Española «infernáculo procede del latín, infernaculum, de infernum, infierno». La definición de la satánica palabra es: «Juego que consiste en sacar saltando sobre un pie un tejo de un trazado en el suelo». ¿Y qué clase de juego es? Pues lo que en Málaga se ha dicho siempre y se dice el teso o el guiso, que de infierno no tiene nada.

En el diccionario de Juan Cepas (Vocabulario Popular Malagueño), la definición de guiso es: Juego infantil que consiste en pintar con tiza o carbón sobre el suelo unos cuadrados numerados del 1 al 10 y saltar luego sobre ellos.

Ahora las niñas de once y doce años, en lugar de saltar a la comba y jugar al infernáculo se dedican a mandar whatsapp, mensajitos, hacer fotos con los móviles y ensimismarse en el aparatito de marras desconectándose del mundo que las rodea.

El trompo o la peonza

Del trompo o la peonza he escrito en un reportaje anterior. Los niños de hoy saben de lo que se trata, han jugado algo con los amigos y se han maravillado al descubrir a expertos en su uso que son capaces de mantener la peonza en movimiento y llevarla de un lado a otro. Pero no es una distracción que ilusione a los niños de hoy que se inclinan por otros entretenimientos más costosos y que asedian a los padres para que les compren nuevos juegos y distracciones.

Sucede lo mismo con el juego de las bolas. Ya no se ven niños jugando a las bolas o canicas. Había que hacer un agujero en el suelo y conseguir con su bola empujar a la del rival hasta hundirla en el agujero.

Tampoco los niños utilizan los patines de hace años, con cuatro ruedas cada uno. Hoy, el más difícil todavía, se ha impuesto y da susto verlos (y verlas, porque las niñas patinan más que los niños) con patines similares a los que se utilizan en las pistas de hielo. Lo de cuatro ruedas en paralelo y no se ven. Ahora las cuatro ruedas están en línea continua.

Los niños tenían otros entretenimientos según la edad. Por ejemplo, el aro. Algo tan sencillo como un aro de madera o de metal que el niño manejaba con la ayuda de un palito para que se mantuviera en vertical y no se desplomara al suelo. ¿Se acuerda alguien de los niños vestidos de marinerito con un aro y un palito junto a sus papás? Habría que recurrir a las postales de España de hace un siglo para recuperar la típica imagen de los niños con su juguete preferido.

La rana

La rana no ha sido precisamente un juego de niños; preferentemente su hábitat estaba en los bares y tabernas de los pueblos y de los arrabales de la ciudad. Para algunos lectores el juego de la rana es algo así como la Play Station para mí: ni idea de cómo se come eso.

La rana tenía un tamaño y hechuras parecidos a la máquina que había, y hay, en algunos bares, donde el jugador, mediante la introducción de monedas, mueve unos resortes que le permiten que las bolas del juego que rocen o choquen con determinados obstáculos. Cada vez que logra tocarlos se encienden luces y se suman puntos. Todavía se ven algunas de esas máquinas pero su uso ha dado paso a otras más rentables para los propietarios. Me refiero a las tragaperras.

El juego de la rana era más simple: había que introducir un disco metálico por la boca del batracio lanzándolo desde cierta distancia. Acertar era difícil... y el juego producía un ruido molesto aumentando por los comentarios en voz alta de los éxitos o fracasos de los participantes. No sé si quedan ranas en bares y tabernas. Al parecer los coleccionistas de cosas raras pagan buenos precios por hacerse con uno de estos artilugios pintados de verde persiana.

*Guillermo Jiménez Smerdou es exredactor de Radio Nacional de España en Málaga y premio Ondas