­Entre todas las imágenes que cuelgan de la leyenda del Miño, existe una que, con independencia a su posible inexactitud, revela con encarnizamiento pictórico el trauma de la catástrofe. Lo cuenta el exministro Francisco Silvela, en la necrológica que escribió de Trinidad Grund, en la que habla de un cura hundido en la noche y mirando las aguas desde un puente, afanándose a toda prisa por administrar colectivamente, como en los frescos urbanos del apocalipsis, el consuelo mágico de la extrema unción.

Más de un siglo y medio después del hundimiento, producido también un 29 de marzo, el de 1856, el llamado Titanic malagueño, apodado así por el historiador Fernando J. García Echegoyen, es todavía, para sus investigadores, una colección inacabable de postales negras. El funeral de Estado en Antequera, la propia Trinidad Grund amarrada a la punta de un madero, comerciantes despertando en agitación de ropa de noche y sábanas lujosas, sin tiempo para salir del camarote antes de morir. Pocos naufragios han consternado tanto a la sociedad malagueña como el que se dio en aguas cercanas a Tarifa con el pequeño vapor, en el que murieron, rumbo a la Feria de Sevilla, 64 de las 86 personas que viajaban a bordo. La mayoría perteneciente a la alta burguesía que rotula el callejero y describe la silueta industrial de la ciudad. Incluidos los Grund y los Heredia.

Javier Noriega, de Nerea Arqueología Subacuática, una de las firmas que más a fondo ha investigado el hundimiento, explica que la tragedia se produjo de manera súbita, como en uno de esos castigos mitológicos en los que la violencia ni siquiera deja sitio para la expiación. El Miño había partido horas antes y fue embestido por el Minden, una bestia de bandera inglesa que mezclaba el carbón con la vela, considerablemente más grande y poderoso. Las causas del accidente, que dieron lugar a una tentativa de instrucción judicial, se resumen en varias especulaciones, aunque las décadas van haciendo ganar peso a la tesis que defiende Noriega, que cree que la embarcación británica no tuvo tiempo de ver llegar al Miño y que, incluso, pudo haber un error en la conducción del vapor. El golpe dejó un balance de daños siniestro y desigual. El Minden salió indemne y el barco que viajaba Sevilla se resquebrajó. En apenas ocho minutos. Con estrépito de platos rotos y las barcas de salvamento sin echar a la mar.

Los documentos recabados por Noriega enuncian la escabrosa maniobra de rescate: el Minden, durante más de media hora, a cañonazo limpio contra el aire, encendiendo bengalas para pedir auxilio al puerto de Gibraltar. De sus lomos se descolgaron los botes. El primero regresó con 21 supervivientes, 17 de ellos miembros de la tripulación. El segundo vino vacío. En los meses siguientes hubo numerosas expediciones, la mayoría infructuosas, como la emprendida por la propia iglesia católica en la búsqueda de José Fontana y Boscasa, entonces canónigo de la catedral.

Isabel Sánchez, autora junto a Luis Calvo del documental Trinidad Grund: una historia sumergida, insiste en la relevancia que tenía para la alta sociedad de la época, enfebrecida de catolicismo, el hecho de recibir sepultura en tierra, con todas las exequias correspondientes a la liturgia. A su paso por Málaga, el Miño, con salida oficial en Barcelona, nutrió el pasaje con 36 personas, entre las que figuraban nombres ilustres como el del marmolista José Frapoli, que había trabajado en el altar de La Manquita. Ninguno, sin embargo, de destino tan enrevesado como el de Trinidad Grund, que se había embarcado con el doble propósito de liquidar una herencia y olvidar en la feria de Sevilla el suicidio reciente de su esposo, Manuel Agustín Heredia. Según el panegírico de Silvela, Trinidad se salvó del naufragio gracias a su vestido, que quedó enganchado a un trozo de madera. Sus dos hijas pequeñas, Isabelita y Manuela, fallecieron en el hundimiento. Las tenía agarradas de la ropa, hasta que quedó inconsciente, en el desorden de la caída, al golpearse en la cabeza. La viuda de los Heredia quiso ser enterrada con ese mismo vestido, como símbolo de su unión a las niñas y a la desgracia. Un Titanic cruelmente televisivo, marcado como un hierro candente en la costa de Tarifa.