­La conversación tuvo que ser forzosamente extraña, parecida a la de un interrogatorio mantenido a dos bandas entre un físico teórico y un cuidador de amapolas. La religiosa atendiendo al otro lado de la verja a un arqueólogo, del equipo de Nerea, que le preguntaba por la existencia de figuras de mármol. El encuentro formó parte de la investigación del Isabella, rocambolesca y llena de meandros, aunque con un hilo argumental cuya madeja fue sembrando de lógica poco a poco cada uno de los movimientos.

La finca de las religiosas, actualmente un colegio, era la antigua hacienda del industrial Juan Giró, el consignatario marítimo cuyo nombre venía unido a la pista que cambiaría para siempre el rumbo de las investigaciones. Una página de El Avisador Malagueño, encontrada en el Archivo Díaz Escovar, alertaba de la subasta, en abril de 1855, de los restos del barco, que tuvo lugar en los almacenes del empresario de la Alameda de Colón, entonces conocida como la Alameda de los Tristes.

La noticia de la puja, hallada tras la consulta de cientos de periódicos, permitió descubrir por primera vez el nombre del carguero, de bandera británica. Los investigadores se pusieron posteriormente en contacto con la reserva de datos de la Lloyd´s, que confirmó su ruta, partida y cargamento. La certeza de la ausencia de víctimas fue recabada por los estudiosos en los papeles del consulado, que por entonces anotaba el nombre de cada uno de los ingleses fallecidos en la provincia y la causa del deceso.

El material exacto que transportaba el Isabella continúa siendo una incógnita. Los archivos aluden a cañas de bambú, barras de azufre y mármol, pero no a su cantidad precisa ni al número de esculturas que viajaban en la galera. El estudio completo del naufragio exige lo que demandan la mayoría de las investigaciones que se llevan a cabo en España, donde únicamente se atienden los restos localizados en la superficie. Falta voluntad y tecnología de inmersión; un análisis de los fondos marinos depararía, según los especialistas, una inmensa cantidad de restos. Sobre todo, en áreas marítimas como la que cubre el mar de Alborán, emplazada en la ruta estratégica de la mayoría de los desplazamientos entre continentes anteriores al canal de Suez.