Tiene un cráneo esponjoso y desbastado, sin apenas accidentes ni pilosidades robinsonianas, de los que, bajo la apariencia rotunda de la calvicie, lo mismo hasta hay una tumba de poeta desde la que se puede ver el mar. Sentado en otomanas tapizadas de cebra, entre luces y lentejuelas, se ha convertido en una figura imprescindible de los saraos a lo divino con los que a veces se retrata a sí misma la noche frívola e ilustrada de la vieja Nueva York. Un tipo colorido, de los que jamás bajarían a las playas de Marbella sin pareo y sin gafas de sol, y que se ha transformado en lo que Truman Capote hubiera querido ser con un tonel más de almizcle en la copa y los labios pintarrajeados de carmín.

En Estados Unidos, si alguien sueña con echarse sobre los hombros la piel de un cocodrilo o cambiar de estilista en el Soho lo primero que hace es consultar la columna de Mickey Boardman. El director de la revista Paper, la misma que catapultó a Kim Kardashian, o a su desnudo, que en el fondo tanto da, es el gran gurú de la moda y de ese universo acanalado en el que se mezcla la parte más superficial del arte con las idas y venidas del vestidor. Un sector apenas existente en España, donde la gente como Mickey acaban siempre en la tele a la diestra de María Teresa Campos hablando de Paquirrín y sin saber leer.

Al contrario que sus émulos de descansillo, Boardman es en Estados Unidos un empresario respetado y un hombre muy querido. Con formación de diseñador, ha sabido explotar la frontera genuinamente neoyorkina en la que se confunde la mundanidad con la cultura y que en los setenta llevaba a vivir al lado de Warhol y pintar con motivos alucinados las lámparas y las cejas de las estrellas del rock. Cualquier señor de los que se afeitan a navaja aspiraría a colarse en las salas de fiesta con la porosidad faraónica de Mickey, casi siempre rodeado de mujeres hermosísimas, en una versión roma y osezna de Hugh Hefner, pero Hugh Hefner, al fin y al cabo, con todo lo que se implica de risas danzarinas y apego y devoción. Detrás del Boardman del imperio del ocio, del asistente infatigable a conciertos y recepciones, se esconde un trabajador metódico que jamás bebe una copa y que revisa todos los procesos de producción de la revista: desde el gesto de las modelos hasta el descuelgue de la luz. Y que se ha hecho un hueco irrenunciable diciéndole a los profesionales liberales con pretensiones dónde tienen que comer, qué deben consumir y, por supuesto, cómo y con qué afeites han de vestir.

En sus viajes por Marbella, los propietarios de los restaurantes de Marbella quizá no son conscientes del todo que su juicio, agazapado en modales desinhibidos y ropa excéntrica, es casi tan importante para América como el de la revista Michelín. Boardman es de los turistas de postín que no ha renunciado a la Costa del Sol ni siquiera en la época en la que el cemento y Jesús Gil empezaban a aplastar cualquier aureola, por ramplona que pareciera, de sofisticación. El gurú y comunicador regresa cada año, tal vez con ganas de renovar los votos de una costumbre que probablemente nació antes de su etapa en Nueva York, cuando era un estudiante de Illinois que se había graduado con un diploma en castellano. Y que nada más finalizar sus estudios se decantó por pasar doce meses en Madrid.

En las fiestas que organiza su revista, referencia insoslayable del diseño y la moda, Boardman acostumbra a rodearse de famosos que conocen igualmente las playas de Marbella. Entre ellos, Liza Minelli, pero también un amplio inventario de personalidades del entorno estadounidense que, como él, no son todavía demasiado conocidos fuera de su país. Mickey viaja a Marbella con algo más que una colección de gafas gigantes de Prada. Y siempre acompañado de multimillonarios y aristócratas. Más que a Regine y a las discotecas en las que últimamente se reúnen los hijos de golfistas con casas de campo y las reinas del corazón, Boardman parece más propenso a esa otra Costa del Sol del lujo que desde que Kashoggui vendió el yate suele suceder a puerta cerrada, con rumor de burbujas y suites inacabables, sin capotes de toreros reciclados en amantes de amantes ni centrales del Real Madrid. La Costa, en suma, más chic.

El mundo de Mickey

Trabajador obsesivo y empresario de éxito, Mickey Boardman ha sabido sacarle partido al hecho de ejercer de sí mismo a todas horas. Incluso en las redes sociales, donde sus intervenciones son continuas. El director editorial de Paper ha caído en gracia. Sobre todo, a partir de su sección Pregúntale a Mickey, que hasta tuvo una especie de prolongación en las páginas del New York Times. Su presencia es clave en la semana de la moda de la ciudad del Hudson. Y también en la progresión de la carrera de famosas esculturales.