Del epigrama al guiñol. Del famoso calambur de Quevedo -su majestad escoja- a Rodrigo García y la sorna televisiva de El Gran Wyoming. Chanza, sarcasmo, burla, escarnio, mofa, befa. El humor y la política, pese a quien le pese, siempre han viajado unidos por la historia. Con afán carnavalesco y música de goliardo. El profesor Carmelo Moreno, de la Universidad del País Vasco, es especialista en revelar su complicada, y a veces controvertida, red de interconexiones. Esta semana habló del asunto en Málaga, dentro del programa Aula de Pensamiento Político que dirige para La Térmica el politólogo Manuel Arias Maldonado.

¿Qué monstruos libera el humor en las sociedades contemporáneas? ¿Se trata de un mecanismo de catarsis, de alivio o quizá de rebeldía frente a la degeneración de la política?

Hablar de humor en general es un poco complicado porque el humor tiene muchos géneros y no todos obedecen a los mismos patrones ni van buscando al mismo público. Quizá lo primero sería distinguir entre el papel que desempeña en las sociedades democráticas y en los totalitarismos. En las primeras sí que cumple una función, sobre todo si es reflexivo y lleva a meditar sobre los temas que aborda. En líneas generales, el humor es un instrumento del que disponemos para pensarnos a nosotros mismos y esto es más fácil de conseguir en sistemas en los que hasta la crítica robustece al propio sistema, como es el caso de la democracia.

Después de los atentados de París hubo voces, especialmente en sectores conservadores, que hablaron de la necesidad de poner límites. ¿Todo es susceptible de sátira y parodia?

El primer objeto de la reflexión del humor es el humor mismo. El límite tiene que ver con el propio cómico, con su responsabilidad y su capacidad para evaluar si merece la pena decir algunas cosas de una determinada manera. No creo que sea conveniente establecer límites externos. Se trata de una responsabilidad que tiene que ser ética y moral, nunca jurídica.

¿Se hizo una lectura equivocada de la tragedia?

En el caso de Charlie Hebdo lo que se produjo fue un malentendido. Se mezclaron dos cosas: el humor y la muerte. Y cuando entra la muerte en juego todos los temas quedan un poco pervertidos, porque la muerte condiciona y nos lleva a reflexionar de un modo que en otras circunstancias probablemente jamás admitiríamos. Hubo opiniones airadas y sobreactuadas que entendieron que el humor como si fuera realmente un arma y también otras que insistían en ponerle límites, en medir las consecuencias. Fueron reflexiones mediatizadas, no tanto por el humor, como por la muerte. Es curioso que se hablara más de Hebdo que de los atentados en el centro kosher, cuando la interpretación en ambos cosas era la misma: el derecho que se arroga alguien para disponer de la vida de otro.

España tiene menos tradición de prensa satírica que otros países. Incluso, hace poco, ya en plena democracia, se ordenó el secuestro de la edición de la principal cabecera del género. ¿A qué se debe el bochorno de esta nueva versión del Spain is different?

España tiene todavía ciertos resabios de resquemor frente al humor. Somos una sociedad más puritana que otras. Siempre existe la sospecha, que creo que es falsa, de que detrás de lo cómico hay una intención con unos efectos sociales muy perjudiciales. Algo que no está comprobado en ningún lugar; nunca se ha demostrado que un chiste haga un daño irreparable. Eso es una forma malsana de entender el humor y un menosprecio a las causas reales de los problemas. Si no hay una consecuencia directa, el ataque al humor, sobre todo, si se hace en nombre del honor o del buen gusto, es incompatible con una sociedad democrática.

¿Le preocupa que el asalto a Charlie Hebdo sea utilizado para rebajar la tolerancia? Para el papa Bergoglio burlarse de Dios es como insultar a la madre.

En las palabras del papa quise entender que decía que hay algunos temas que son muy sensibles como la religión, y, sobre todo, la religión vista a través de los ojos de personas que profesan un credo distinto al que es objeto de parodia. No sé que hubiera pensado el papa de la persecución a Salman Rushdie o de los cómicos árabes que hacen humor sobre el Islam desde su propia concepción irónica de la religión. La mención a la madre me resultó un tanto cruda; creo que no es muy afortunado pensar que en el humor existen temas tabú. El problema no es el tema que se ataja, sino el respeto al que escucha. En definitiva, la forma. Nadie piensa que los judíos odian a sus madres por los chistes recurrentes que hacen de ellas.

¿Cómo se conjuga la libertad de expresión con el delito de blasfemia?

No es fácil, depende mucho de las sensaciones del humorista. Creo que hay distinguir entre el respeto a la espiritualidad de una religión y ciertas manifestaciones públicas ligadas al culto que, por su carácter social, pueden llegar a ser cómicas e inspirar a la parodia. Es un tema que hay que tomar con mucho cuidado, pero estoy firmemente convencido de que el humor tiene que desafiar los límites para que los deafiados interpreten que eso también es bueno para su propia religión.

Hitler, en la época de entreguerras, recelaba del dadaísmo. Decía que, si no se le ponía freno, haría que el hombre comenzara a pensar con el cerebro al revés. ¿Por qué los tiranos temen tanto las manifestaciones humorísticas?

El humor es, en esencia, emancipador porque ayudar a ver la realidad desde distintas perspectivas; se ve la parte seria y la que no lo es. Y eso permite entender las cosas de manera distinta, escéptica, con muchas menos credulidad y más autonomía. No es casualidad que en los juicios se lleve tan mal que un acusado utilice el sentido del humor. En una democracia podemos reírnos de los otros y eso quizá nos ayude a entendernos mejor como sociedad.

¿Varía el humor en tiempos de crisis?

En los tiempos duros el diapasón del humor se supone que baja, aunque hay quien dice que ocurre todo lo contario, porque la risa se asume como parte del consuelo. No tengo muy claro si se ríe o no más que en momentos de normalidad, pero sí de que se trata de una risa distinta. En sociedades de progreso, con altos niveles civiles de satisfacción, la gente sonríe de una manera minimalista, influida por pequeñas cosas, mientras que en periodos de crisis, el humor se concentra en torno a la dureza, se hace más ácido, más acerbo y amargo.

La política ha adquirido un velo grave, solemne. Y eso parece muy asimilado en las nuevas generaciones de políticos como Pablo Iglesias. Parece que el humor es sinónimo de frivolidad.

El caso de Pablo Iglesias es de manual. Recuerdo entrevistas en espacios más distendidos, en los que los presentadores han intentado desde el principio que se relaje y apenas lo han conseguido. No sé si es por su carácter o porque entiende que el humor puede ser perjudicial en su imagen como político. Creo que si es esto último sería un error, porque el político tiene que saber reírse de sí mismo y mostrar su debilidad autoirónica como una fórmula de empatizar. A todos nos gusta encontrarnos con discursos humanos, con debilidades.

Los americanos, en cambio, lo llevan a gala.

Sí, pero a veces pecan en exceso y en lugar de transmitir espontaneidad, da la sensación de que lo tienen demasiado estudiado. Obama, por ejemplo, siempre emplea el mismo tipo de sonrisa, con independencia del estímulo, cuando eso es imposible: nunca te ríes del mismo modo, con el mismo rictus.

A diferencia del mundo anglosajón, las series y películas españolas apenas se mojan. Especialmente, más allá de lo políticamente correcto.

Cierto. Y creo que es porque todavía existe la idea de que el humor es un juego peligroso, una especie de caja de Pandora cuya apertura puede desatar reacciones y detonar en todas direcciones. Y para evitarlo se usa en dosis mínimas. Las series parecen tener el freno de mano echado y eso hace que no se salga del chiste manido y costumbrista. Frente al miedo a parecer agresivo, se opta por el humor blanco. Pero eso, también puede resultar ofensivo. Especialmente, por plúmbeo y repetitivo.

En corto

«La sátira no es patrimonio de conservadores ni de progresistas»

En España los programas de sátira política parecen patrimonio exclusivo de la izquierda. ¿Tópico, verdad o coincidencia?

Eso va por países. De hecho, acaba de publicarse una investigación, News parody and political satire across the globe, de Geoffrey Baym y Jeffrey P. Jones , que refuta esa premisa y demuestra con datos que no siempre es así; hay países en los que funciona al contrario. Incluso, dictaduras que emplean el humor como un mecanismo para controlar los chistes. En Italia el programa de sátira más importantes es de la televisión de Berlusconi. El humor no es una herramienta cargada ideológicamente, ni que se usa prevalentemente por progresistas o conservadores.

Pablo Iglesias acudió a su encuentro con Felipe VI con un volumen de Juego de Tronos. ¿Qué serie le regalaría a él? ¿Y al resto de líderes políticos?

A Iglesias y a cualquier otro político le regalaría Girls, de Lena Dunham. Especialmente, porque, al contrario que en Estados Unidos, todo parece indicar que vamos a encontrarnos con un escenario político en el que los candidatos de las cuatro grandes fuerzas políticas y probablemente también de los partidos nacionalistas van a ser hombres. Ya me gustaría que en España se atrevieran a hacer series de este tipo y que los políticos se atrevieran a comentarlas en público. Creo que les ayudaría a empatizar con determinados electorados poco sensibles a tanta adrenalina y tanta testosterona.