­Pedregalejo es de todos los malagueños. Muchos suspiros nostálgicos mueren en la orilla de su playa entre risas ahogadas en copas mientras el recuerdo en blanco y negro de pescadores aguerridos trajinando sus redes y de noches interminables en la barra de la discoteca Bobby Logan, hoy testigo mudo de un tiempo ido que jamás volverá, sigue persiguiendo a los habitantes del barrio. Su mercado, el mercado municipal de Pedregalejo, es hoy también testigo último de aquellos años dorados, si es que alguna vez esta barriada ha pasado una época que no lo sea, como atestigua su paseo marítimo cada día a la caída de la tarde, cuando muchos eligen sus bares pegados al rebalaje para matar la tensión de su jornada laboral. Sólo dos puestos siguen resistiendo en el mercado, como aquellos soldados, los Últimos de Filipinas, que defendieron con tesón las penúltimas posesiones de ultramar del Imperio Español. Aquí todavía no se ha puesto el sol, porque, según parece, queda mucho futuro para estos comerciantes.

El mercado de Pedregalejo fue inaugurado en 1959 y ha sufrido varias remodelaciones, la última hace pocos años para reducir a cinco los puestos, ocupados por dos comerciantes: un pescadero, histórico de la plaza, Ignacio de Miguel, y un frutero, Mohammed Charafy, que tiene el negocio desde hace poco. En este caso, cualquier tiempo pasado no tuvo por qué ser mejor, pues las sucesivas mejoras acabaron con el barro que dejaban las crecidas del Arroyo de los Pilones y luego con la insalubridad del suelo de una de las versiones del mercado. En cada una de esas reformas, se reducía el número de tenderos hasta llegar a los dos actuales.

Al pequeño recinto se entra por la calle Navas Parejo, una estrecha vía perlada por casas típicas de pescadores en las que el color albero pálido se mezcla con el blanco inmaculado y el ocre irreverente de otras paredes. Al fondo, el viejo edificio de Bobby Logan que parece seguir presa de un hilo musical que sólo escuchan los habitantes de Pedregalejo. Al otro lado de la carretera, las casitas de pescadores y el acceso a la muy concurrida playa del barrio, a cuya orilla se asoman decenas de bares preñados de modernez unidos bajo el manto protector de la palabra lounge.

Mohammed Charafy tiene el puesto desde hace unos cuatro meses aunque trabaja desde hace un año en el negocio, y dice que «va tirando». Su clientela la conforman principalmente vecinos del barrio, pero de las antiguas casitas de pescadores. Asegura que las grandes superficies siguen siendo una competencia durísima, incluso para un mercado tan pequeño como el que acoge su negocio, y se queja de que siempre tiene que dejar «algo fiado». «Hay gente que vive de las pensiones, hay mucho paro y siempre te hablan de mi hijo, mi hija o mi nieto y las criaturas no llegan a final de mes».

Subraya que en verano, cuando se empiezan a mover chiringuitos y bares, sí tiene más volumen de negocio. «Se llevan limones, papas, tomates, lechugas... siempre les falta algo». Está casado pero no tiene hijos. De tenerlos, preferiría que no se dedicaran a esto y recuerda con orgullo que su jornada es muy dura: «A las cuatro de la mañana ya estoy en Mercamálaga para comprar género, verdura, fruta y cosas de alimentación». Él abre por la tarde con el fin de aumentar su clientela.

En apenas un rato entran varios clientes, muchos de ellos extranjeros. Alguno incluso va ataviado con su cámara de fotos. Uno de los individuos que acaba de comprar en la pescadería Ignacio lleva dos bolsas y una gorra vaquera calada hasta las cejas. Mira a su alrededor con desconfianza y se monta en una bicicleta negra que ha aparcado junto a la puerta. Otra chica llega también en bici. La suelta con desprendimiento pero lleva prisa. Al lado del mercado se encuentra el centro ciudadano, en el que una cerámica recuerda a Pedrito el Practicante, Pedro Román García, un querido personaje del barrio del que se destaca su bondad. A las puertas del mercado, varias cajas de plástico apiladas actúan como aviso a navegantes.

Ignacio Miguel y su mujer, Inmaculada Sánchez del Álamo, saben seducir a sus clientes. Ignacio le dice a uno de ellos que el pescado que hay en el mostrador «es cogido ayer tarde». Al fondo de su puesto, una imagen de la Virgen del Carmen parece asegurarse de que todo va como debe. Otras dos instantáneas antiguas de barquitas hacen un silencioso homenaje al pasado del barrio marinero. Miguel explica que montó el puesto en 2003 y que él tiene doble nacionalidad: «Soy de El Palo y de Pedregalejo». Considera que habría que hacer un poco más confortable el mercado, como por ejemplo poner aire y cerrar la puerta - «¡qué calor hace en verano!», dice-, «aunque no es un sitio muy descuidado». «Ten en cuenta que en sesenta años esto se ha reformado sesenta veces y ya somos dos comercios con cinco puestos los que quedamos», añade.

Pedregalejo, dice, no es un barrio muy comercial, «la gente va y vuelve de trabajar, no pasa casi por la calle, excepto la zona más humilde de la playa, donde la gente es mayor». ¿Qué es lo que más se vende? «Los rapes a 12 euros, de Estepona, vivos». Productos de la tierra, boquerones y otros pescados autóctonos de la Bahía de Málaga.

Inmaculada e Ignacio tienen un magnífico sistema de venta. Meten a sus clientes en varios grupos de Whatsapp. Tienen a decenas de ellos en cada uno y, todos los día, suben fotos con la oferta del pescado y el precio. La gente hace su pedido y, o van a última hora al puesto, o se lleva a un punto de recogida convenido anteriormente aunque ya habitual, como por ejemplo el colegio de Madre Asunción o el campo de fútbol de La Mosca, explica Sánchez del Álamo. «Tengo grupos, por ejemplo, que sólo quieren pescado los miércoles o los jueves», dice Inmaculada.

Tras la Navidad y antes del verano, lo normal es que la gente prefiera el pescado para llevárselo a la plancha. Durante las fiestas, frito. La pescadería, explican Ignacio e Inmaculada, tiene clientes no sólo de Pedregalejo, sino también del Limonar, Cerrado de Calderón, Pinares y otras zonas del distrito. Además, se trata de personas con un poder adquisitivo alto en algunos casos, sobre todo los que se contienen en los grupos del móvil. «En verano tengo gente incluso de Madrid y de Córdoba, y muchos guiris se compran cosas e Ignacio les explica cómo hacerse el pescado», señala Inmaculada mientras su marido trocea un calamar con determinación, como si fuera el último pescado que sirve en su vida. Acaban de llegar tres extranjeros con cámaras atadas al cuello. Sonríen mientras la mañana se hace lenta en un mercado en el que resisten los últimos de Pedregalejo.

Un mercado pata negra que define a su barrio

El mercado municipal de Pedregalejo fue reformado en 2005 de forma que se redujo considerablemente el número de puestos, en concreto hasta cinco que hoy ocupan un pescadero y un frutero. El resto del edificio se dedicó a equipamiento social para el barrio. El recinto comercial se encuentra casi pegado a la playa, en la calle Navas Parejo, entre las antiguas casas de pescadores y, al fondo, la discoteca Bobby Logan, testigo mudo de una época dorada de la Movida malagueña. Los dos comerciantes siguen aguantando, pese a la feroz competencia de las grandes superficies, ofreciendo productos de calidad.

Los protagonistas

Ignacio Miguel. Pescadería

«Los jóvenes compran mucho pescado congelado, pero aquí tenemos clientes de muchas zonas: El Candado, Limonar, Cerrado de Calderón, Pinares, Pedregalejo... No le ponemos pegas a nadie. En verano incluso tengo gente de Madrid», explica Ignacio Miguel, quien regenta una pescadería desde el año 2003. Su jornada es dura. A las 5.30 horas ya está levantado.

Inmaculada del Álamo. Nuevas tecnologías

Inmaculada Sánchez del Álamo, esposa de Ignacio Miguel, explica que el negocio tiene varios grupos de Whatsapp con decenas de clientes a los que cada día se suben fotos del pescado y el precio y cada uno de ellos hace su pedido. Luego, las bolsas se llevan a un punto habitual y prefijado y allí los compradores recogen el género. «Hay que renovarse».

Mohammed Charafy. Frutería y alimentación

Mohammed Charafy lleva unos meses con su frutería donde también vende otros productos de alimentación. Él abre por la tarde para llegar a más clientes y pide que los carteles se rotulen en otros idiomas. «La jornada es dura. Me levanto a las cuatro de la mañana para ir a Mercamálaga a comprar género, verdura, fruta y cosas de alimentación», indica.