Después de una semana de trabajo, horas interminables de viaje acompañadas de 400 kilos de material destinado para rescatar la vida de entre las ruinas en las que ha quedado parte de Nepal un grupo de Bomberos Sin Fronteras, compuesto por 12 personas y dos perros de rastreo, regresa con la imagen de todos los que se han quedado sin nada a pesar de haber hecho todo cuanto ha estado en sus manos.

«Se podría haber hecho más. Siempre se puede hacer más. Vamos para eso, para trabajar de noche y de día si es necesario pero las circunstancias no han permitido más», resume el vicepresidente de la ONG, Lorenzo Álvarez. Cuando una catástrofe natural sacude algún lugar por remoto que sea el caos y la incertidumbre se convierten en el enemigo número uno de aquellos que acuden para tender su brazo. El terremoto que azotó el pasado 25 de abril al país nepalí es la prueba una vez más de ello.

En el trayecto de regreso a casa desde Barcelona a Málaga en el AVE, Lorenzo detalla que él y su equipo, compuesto por ocho malagueños y otros cuatro voluntarios de Córdoba, Alicante, Albacete y Zarauz (Guipúzcoa), se ponen en alerta nada más conocer la noticia. Las primeras horas son cruciales para conocer la magnitud de lo ocurrido y ver si es necesario su desplazamiento. Los medios empiezan a dar cifras que crecen por segundos y tras encontrar vuelos y hacer los trámites burocráticos oportunos salen desde Madrid el lunes 27. A fecha de ayer el terremoto de magnitud 7,9 en la zona del Himalaya ha dejado más de 7.500 muerto, 14.000 heridos y un país que tardará años en recuperar la normalidad.

El equipo liderado por este malagueño de 46 años y veterano en actuaciones de este tipo se pone a disposición de la ONU el martes por la tarde al llegar a céntrica ciudad de Katmandú. Su labor se centró, tal y como detalla, en salvar vidas y chequear todas las zonas que se les indique.

Gorkha es el primer lugar al que se desplazaron el miércoles, una de las zonas más afectadas, según les indicaron. «Tras ocho horas de trayecto hasta la localidad rural nos dicen que para llegar al norte de Gorkha hay que desplazarse en helicóptero», subraya. Las autoridades finalmente les indicaron que no sería posible trasladarlos por aire y tras su regreso al campamento de Katmandú esperaron el nuevo destino al que acudir.

«Los traslados son difíciles y largos. Las carreteras son un problema más», señala Lorenzo quien detalla que en este tipo de situaciones el llegar a las zonas devastadas se convierte en un auténtico desafío. Las infraestructuras son precarias y las carreteras y caminos que interconectan unas zonas con otras desaparecen o son intransitables.

La próxima actuación los situó en Chautara, al noreste de Kamandhu y a unas seis horas por carretera. Estuvieron en un hospital para ver el grado de actividad que había y rastrean la zona para conocer si hay algún superviviente enterrado. Los propios vecinos de la zona les informan que cuando tuvo lugar el terremoto todos salieron fuera y se preparan para ir a otra localidad.

Para entonces, el equipo había comprobado que la ciudad principal, Katmandú estaba afectada pero no tanto como imaginaban. El panorama más desolador se halla en las zonas apartadas, donde las infraestructuras no están levantadas con hormigón y la ayuda llega con cuentagotas.

A su paso por Chautara les detallaron que desde hace días se escucha a una persona enterrada. Fue su próximo destino. Prepararon un equipo ligero para partir la madrugada del jueves al viernes hasta allí. Habían quedado con un vecino para que les indicara el camino pero tras horas de espera decidieron regresar al campamento para partir hacia Sanosirubari. Allí rastrean seis viviendas derruidas y no dan con supervivientes. Acuden hasta un colegio donde buscan desde hace días a dos niños pero al llegar el director les cuenta que han aparecido sin vida. Tras una inspección técnica regresaron al campamento.

Ya era viernes por la noche y la ONU levantó el dispositivo de búsqueda el sábado por la mañana. «Teníamos prevista la vuelta para el miércoles pero la adelantamos al lunes», menciona. Mientras tanto, visitan las zonas afectadas. En su equipo hay un arquitecto y les explica por qué caen los edificios de una forma u otra, qué situaciones constituyen un peligro para trabajar... Horas de formación para conocer más aún las consecuencias de estos fenómenos y saber cómo actuar. «Hemos hecho lo que nos han dejado pero regresamos con mal sabor de boca por ver tanta gente afectada y a tantos que lo han perdido todo» sentencia.