­Nadie rotuló consignas en el agua. Tampoco hubo canciones ni trincheras ni intercambio de tabaco. Pero la batalla fue tan salvaje como tierra adentro, e, incluso, en muchas ocasiones con una interacción disparatada. En Málaga, la Guerra Civil se libró también en el mar, con barricadas desiguales, aunque convertidas por su estruendo en brutales naumaquias.

El hundimiento de El Delfín es, por su dimensión ética, el ejemplo más desalmado. Pero no el único. En los primeros días de febrero de 1937 hubo más naves estrelladas. Episodios navales que implican a submarinos, pero también a barcos que antes de la contienda tenían una razón de ser muy distinta, cuando no antagónica a las penurias de los disparos. Es el caso de la embarcación del Centro Oceanográfico Nacional, que, en el momento del golpe, se estaba preparando para una misión científica en el Amazonas.

Si hay algún ejemplo que confirme la condición de la guerra española como ensayo general a la de 1939 ése podría estar en las costas de Málaga, cosido, además, a los estribos más trágicos. Para muchos historiadores, la Carretera de Almería, en tanto que matanza indiscriminada de civiles, fue el antecedente directo de la locura hitleriana. Y la toma naval de la ciudad, frente a un enemigo desguarnecido y casi inexistente, un ejemplo demoledor del poderío del núcleo que formaría el Triple Eje.

La mayoría de las operaciones desarrolladas en aguas malagueñas, incluida la que tumbó a El Delfín, tuvieron como protagonistas a las tropas italianas. Franco, en su levantamiento golpista, contó con el socorro del fascismo europeo y del ejército alemán, que oficialmente se había negado a participar en la guerra. En la práctica, el cinturón marítimo de Málaga era un campo de pruebas de alta tecnología marítima. Máquinas que, guiadas por el aliento homicida de dirigentes como Queipo de Llano, se engrasaron disparando a niños que huían con lo puesto por La Desbandá.

De haber tocado tierra firme, El Delfín habría podido aliviar la situación de miles de personas, que dependían de la llegada de los buques correo para poder alimentarse en una ciudad con evidentes signos de destrucción, sin capacidad de funcionamiento y de defensa. El barco del arroz fue en realidad un barco de harina, aceite y bacalao. Y no vino nunca. Masacrado.