A pocos metros, el sol resbalaba sobre las casas blancas. El silencio del día extendía su velo sobre la vaguada. De vez en cuando, con blandura remota, se escuchaba la cadena de una bicicleta, el canto entrecortado de los pájaros. Gaucín amanecía entre láminas de calor, con una de sus casas de las afueras, rodeadas de boscaje y ligeramente acentuada por el ruido de un desayuno que sonaba incidental; esa mezcla de bacon, patatas y huevos golpeados mecánicamente contra las sartenes que evidencian siempre en la duermevela española la presencia cercana de algún anglosajón. Si alguien hubiera pasado por allí quizá habría pensado en una de esas familias de turistas que abandonan la playa para refugiarse en la calma del interior. Pero aquel verano, el mapa de sonidos, al menos junto a la finca, era más complejo: había guitarras, pianos con efectos, bajos carraspeantes. Y una voz sensual y melancólica, de las que a veces flotan entre las nubes cuando los adolescentes esperan el atardecer.

Sharleen Spiteri, la cantante de Texas, estaba en Gaucín. Y no a la manera espectral de Madonna, de quien se dice que apareció una vez por La Mancha en busca de un aeropuerto. La artista escocesa había venido a conciencia, con rotundidad y asimilación de un paisaje que le serviría más tarde para enunciar unas vacaciones que consideraba cercanas al ideal. En la espesura atravesada de riscos del Valle del Genal, mientras ardían los toldos de los bares, la líder de Texas desgranaba las letras del que se convertiría en su primer disco en solitario, con su novio cocinando y trasegando con vino de la tierra y una peregrinación constante de artistas procedentes de las islas. Incluido Johnny McElhone, el bajista de su banda, que le ayudó en la primera fase del proyecto.

Para la compositora, durante tres semanas, la casa alquilada en Gaucín se transformó en una especie de paraíso multidireccional; un espacio apartado y grande, que permitía aislarse de la fama y de las heridas personales y al mismo tiempo escribir. Después de más de veinte años liderando Texas, Sharleen quería hacer un alto y sacar adelante un trabajo personal y diferente. Y la provincia le ofreció todo lo necesario para empezarlo a confeccionar. Aquí, en la finca del interior, cumplió en el verano de 2007 el sueño de todos los que en algún momento se sintieron tentados por el demonio de la poesía y de la creación: por la mañana se dedicaba a nadar en la piscina, después del almuerzo escribía canciones y, por la noche, con dos botellas de vino sobre la mesa, comenzaba con la grabación.

Aunque ambicionaba la paz y la tranquilidad, la líder de Texas no había viajado a la provincia a dedicarse a la contemplación ni a seguir el paradigma anacoreta. Sus intenciones eran otras, y se dejaban ver desde el primer momento, cuando llenó junto a su novio un equipaje que incluía todo tipo de cachivaches de producción: desde instrumentos musicales a mesas de mezclas y computadoras. «Fueron unas de las mejores vacaciones de mi vida», declararía más tarde a la prensa británica, estampando en los tabloides el nombre de Gaucín como si se tratara del último grito sobre el mar azul de los clientes más volubles y selectos de la costa.

Entibiada por el aire de la provincia, Sharleen compuso en un registro muy distinto del que solía emplear en Texas, de manera intimista y afrancesada, influida quizá por el momento de cambio que se avecinaba en su vida; la cantante acababa de cumplir los 40 y no hacía mucho que se había divorciado e iniciado una nueva etapa junto al cocinero Bryn Williams, que rápidamente en la llegada a Gaucín se apoderó de los fogones.

La líder de Texas, en cualquier caso, ya conocía la Costa del Sol, aunque en un formato radicalmente distinto. A los 17 años, cuando todavía ejercía de peluquera, convenció a dos amigas del salón de belleza en el que trabajaba para pasar una temporada en Marbella. La cantante recuerda el minúsculo apartamento, situado en las afueras, y las fiestas hasta el amanecer en las discotecas. La joven que iba a ser Sharleen riendo en una cabina de fotomatón, desplomada en la playa sin saber cómo regresar, ajena aún a su futuro como estrella. Después elegiría Gaucín; pura bohemia de veraneante, recorrido a la inversa.

La voz de los treinta millones de discos

Sharleen Spiteri es una de las figuras más conocidas de la música pop británica. Su participación en el grupo Texas fue decisiva para que la banda vendiera más de 30 millones de discos y se convirtiera en una referencia. El álbum escrito en Gaucín, Melody, también fue exitoso, y consiguió disputar a Coldplay la primera plaza en la lista de ventas. Además de la música, la artista ha participado en proyectos cinematográficos. David Lynch quiso reclutarla para Moulin Rouge, pero Sharleen se negó por problemas de agenda. EFE