­Julián Ramos aparta con cuidado las ramas de un ciprés para mostrar en su interior un nido con varios huevos de mirlo. Un panorama impensable hace un año, cuando todavía persistía el trasiego de coches de los escaladores que practicaban la escalada en los riscos de los yacimientos arqueológicos de La Araña, declarados Bien de Interés Cultural en marzo de 2013.

Por fortuna la situación ha cambiado y el colectivo de deportistas ha comprendido en su inmensa mayoría el alcance de la nueva protección legal. «Ha surtido efecto, ya no viene casi ninguno, aunque queda algún irreductible y todavía se anuncia como zona de escalada en internet», cuenta Julián Ramos, que señala satisfecho cómo unos plantones de pinos comienzan a arraigar en la zona surcada antes por coches y que harán de pantalla vegetal de estos yacimientos arqueológicos, un conjunto de cuevas de inmenso valor, poblado hace 500.000 años por Homo heidelbergensis, los mismos que Atapuerca, y con posterioridad por neandertales (150.000-30.000 a.C) y Homo sapiens.

Julián era un arquitecto veinteañero y llenos de sueños en 1976 cuando realizó las primeras prospecciones en la zona, incluida La Cala del Moral y El Candado. «Nos dimos cuenta de que había muy vagas referencias anteriores con la excepción honrosa de los trabajos de Miguel Such en la cueva del Hoyo de la Mina», cuenta.

Un trabajo incansable el de estos casi 40 años que han dado su fruto: en los almacenes de la Biblioteca Provincial se conservan más de 100.000 piezas del complejo arqueológico de La Araña. Una mínima parte podrá verse en el futuro Museo de la Aduana, lo que evidencia que «hay para excavar durante siglos», señala Julián Ramos.

En la supervivencia diaria de este tesoro arqueológico juega un papel primordial la Asociación Arqueológica Yacimientos de La Araña. Su presidente desde 2006, Francisco Luis Martínez, durante muchos años director del colegio Safa-ICET del Palo, ha sido el responsable de las últimas gestiones con el Ayuntamiento para recuperar todo el entorno de las cuevas: tres meses de limpieza con una cuadrilla de unas 20 personas.

«Málaga se está transformando últimamente a nivel museístico pero tiene que atender también los orígenes de la cultura porque son las raíces. La Prehistoria es la base fundamental», explica Francisco Luis Martínez.

Y aunque el cambio en un año ha sido muy positivo, queda mucho camino por recorrer, por ejemplo con algo tan sencillo como los carteles: «No hay carteles indicativos de los yacimientos de La Araña ni tampoco del centro de interpretación y la gente va a la oficina de Turismo y no estamos, se lo tiene que buscar en internet», lamenta Olga García, colaboradora de Julián.

En la actualidad, el prestigioso y tenaz arqueólogo explica que la única subvención con la que pueden contar es con un taller de empleo del Ayuntamiento, «pero a lo mejor hay taller un año y tres que estamos sin taller y todo esto hay que sostenerlo sin ninguna subvención».

Las cuotas de los socios, los talleres para niños y las visitas guiadas que cuestan 3 ó 5 euros -dependiendo si la visita es sólo al centro de interpretación, junto a la Torre de las Palomas en la playa de La Araña, o incluye las cuevas- son algunos de los pocos ingresos que obtiene este valioso conjunto. En la actualidad, por cierto, tienen firmados sendos convenios con la UMA sobre voluntariado y prácticas de grado.

El arqueólogo subraya también el potencial de la zona, que además de incluir las cuevas, con evidencias de ocupación humana casi hasta nuestros días, incluye en la parta alta, en terrenos de la fábrica pero incluido en el BIC y en un camino público, una antigua casa de postas, el arco conmemorativo de la apertura del antiguo Camino real a Vélez, de finales del XVIII. Y fuera del BIC un precioso puente dieciochesco sobre el arroyo del Judío y la mencionada Torre de las Palomas, de 1574. Tiene todos los ingredientes, de momentos desaprovechados por las administraciones, para ser un punto primordial de turismo cultural.

La visita de Arsuaga

Por eso, Olga García recuerda la grata sorpresa que para el paleoantropólogo Juan Luis Arsuaga, el alma de Atapuerca, supuso visitar el complejo de La Araña. «Nos decía la ventaja que hay aquí, porque él tiene que llevarse las visitas a Atapuerca, mientras nosotros tenemos el turismo aquí».

Por eso, Francisco Luis Martínez resalta la necesidad de más atención por parte de las administraciones, aunque precisa que cuentan con el apoyo personal del alcalde Francisco de la Torre, que ha visitado algunas de las cuevas.

A la entrada de éstas se suceden los espacios para los niños: un ciervo en una tela para el tiro con flecha, una roca exenta para ejercitarse en el arte rupestre, la zona de excavaciones para niños en la que tienen que localizar varias sorpresas ocultas... Arqueólogos por un día.

En el entorno, por fin limpio, puede verse la instalación de riego pero sigue sin llegar agua, pese a que cuentan con un aljibe. «Cuando hacemos alguna plantación nueva hay que traer una garrafa de cinco litros», señala el arqueólogo.

A la entrada de la cueva más grande, la del Humo, al igual que en el resto se echa en falta el techado para que las lluvias fuertes no dañen las zonas de excavación. En el interior, ya con cascos con linterna incorporada, Francisco Luis Martínez y Julián Ramos muestran al periódico las zonas visitables y no visitables de este escenario milenario, en el que se pueden apreciar las huellas de humo en el techo ya en la primera sala, restos de fogatas de los neandertales.

La Cueva del Humo es llamada de hecho por los arqueólogos la Casa de los Neandertales, porque al contrario que en otras cavidades de La Araña, sólo se han encontrado restos de neandertales y algunas huellas enigmáticas como el rastro de una cuerda en el barro fósil. Y junto a ella, una huella parcial de un perro pequeño. Parcial porque un grupo de escaladores de Granada entró sin permiso en la cueva y una pisada imprudente deshizo miles de años de preservación.

Pero lo más fascinante de la Cueva del Humo es su condición de cueva fósil, al haber perdido la humedad, por eso las cristalizaciones que en una cueva lucirían blancas y brillantes, «ahora parecen barro», cuenta el arqueólogo, que va señalando las estalactitas (las de arriba) y estalagmitas (las de abajo) paralizadas en el tiempo, quebradas por terremotos remotísimos o bien resecas.

La huella de los neandertales es continua y en los tramos más trabajosos, en esta burbuja de piedra que se mantiene inalterable todo el año entre 18 y 22 grados, aparecen unos hoyuelos artificiales hechos con una piedra en los que se han localizado microscópicas pepitas de carbón: «Nos hace pensar que eran lámparas de grasa fundida con una mecha vegetal, siempre coinciden con los puntos más peligrosos de la cueva», explica Julián Ramos.

En la actualidad, los puntos más peligrosos de la cueva cuentan con barreras y pasamanos hechos con tubos soldados y gavillas de obra que deberían hacer enrojecer a cualquier responsable de política cultural.«Ahora mismo cumplimos con la seguridad y funcionalidad pero estéticamente no está a la altura de un yacimiento como este», destaca el arqueólogo.

Sin subvenciones a la vista, las investigaciones constantes en el complejo cuentan con la colaboración de universidades como la de Oxford, que realiza pruebas gratis de carbono 14 de última generación a cambio de utilizar esos datos. Quizás la inminente monografía sobre el yacimiento, que se publicará en breve después de 40 años de estudios, haga que este esperanzador adecentamiento del entorno de las cuevas sólo sea un primer paso para relanzar esta joya prehistórica sorprendentemente minusvalorada.