De las paredes de su despacho cuelgan dibujos con dedicatorias como «Lola pintas muy bien», «Te quiero Lola» o «Lola me gustaría estar siempre en tu cole». Frases de cariño dedicadas a Lola Romero y que se suceden curso tras curso desde hace décadas por ser una maestra entregada en cuerpo y alma a la educación infantil, rama de la enseñanza que descubrió por los azares de la vida.

«Yo era alumna de La Presentación e iba para monja. Me encantaban la Medicina y las ciencias y de hecho las monjas me habían matriculado en Ciencias Exactas. Pero Dios va marcando a la gente, tenía 17 años e ingresaba en el noviciado el 1 de septiembre y el 19 de agosto murió mi madre, María Martín, con solo 39 años».

La muerte de su madre le decidió a aparcar el noviciado para cuidar de su padre, Estanislao Romero, agente comercial de la Casa Larios. Lola era la hermana mayor.

Estaba en Quinto de Bachillerato y pudo estudiar por libre Primero de Magisterio en Granada. Así descubrió que la enseñanza le encantaba. Por aquel entonces, todavía estudiante de La Presentación, ya daba clase en el colegio: «Las monjas tenía mucha fe en mí», cuenta, todavía sin perder el asombro. Segundo de Magisterio ya lo estudió en la nueva Escuela de Magisterio del Ejido. «Fue la primera promoción».

A comienzos de los 60 contrajo matrimonio con Luis Segalerva, delineante de la Confederación, con quien tuvo cinco hijos: Nuria, Marta, Laura, Luis y Daniel. Ya con su primera hija en camino, su marido le pidió que dejara de dar clases. «Pasé un berrinche enorme pero nunca se lo agradeceré bastante porque disfruté de mis niños como se debe disfrutar de un hijo», confiesa. Fue un paréntesis de unos ocho años, aunque como explica con una sonrisa, «tenía tanto amor a la enseñanza que mi casa era un colegio: los vecinos, los sobrinos...». Finalmente, en el arranque de los 70 se reincorporó al Colegio de La Presentación, «y a las dos semanas me dijeron que había una sustitución en Infantil, porque entonces las monjas tenían preescolar mixto». Fue un flechazo: «Yo no había estado antes con niños y me fascinaron». Siendo maestra de Infantil conoció al padre José Pablo Tejera, del Colegio San Estanislao. El jesuita se llevó una magnífica impresión de esta joven maestra que estaba dándole la vuelta a la enseñanza en las guarderías.

Por eso, fue el propio sacerdote jesuita el que la recomendó para un nuevo colegio en Pedregalejo: San Francisco de Borja. Eran mediados de los 7o y un par de años más tarde Lola Romero se sintió con fuerza suficiente como para montar su propio centro. Se enteró de que Ángela Alcaide alquilaba Villa Macarena, una preciosa casa en la calle Eugenio Sellés. En 1978 comenzó el curso del Colegio San Luis Gonzaga -el santo de su marido-. La gran mayoría de alumnos del San Francisco de Borja optó por pasarse al nuevo colegio para poder seguir con Lola.

A partir de ese año fue maestra y directora y siempre tuvo una receta para ofrecer la mejor educación a sus niños: «Quererlos con locura y hacer míos todos sus problemas. Si un niño tiene un problema de pronunciación hay que enseñarle y dedicarle todo el tiempo que haga falta», resalta.

Por eso, la atención a los alumnos más necesitados es lo que más feliz le ha hecho: «Niños que, angelitos, hubieran sido un desastre los he sacado a flote, eso sí me llena de orgullo porque ha sido para mí lo más importante».

Sólo cuatro años después de inaugurar la guardería, en 1982, perdió a su marido y esta imparable profesora tuvo que sacar adelante a sus cinco hijos y a su colegio. Momentos muy duros para ella pero como reconoce emocionada: «Nadie se ha enterado de mis penas nunca. Aquí he estado siempre al pie del cañón».

El Colegio San Luis Gonzaga le permitió desarrollar una actividad incesante y muchas novedades pedagógicas. Una de sus prioridades ha sido siempre la Música: «Es fundamental porque educa al niño el oído, que es esencial para los idiomas, por lo que un niño con música es muy difícil que fracase en inglés», argumenta.

Instrumentos manuales, pictogramas... y para las funciones escolares, zarzuelas con grandiosos decorados pintados a mano por la propia directora, que también es una artista del dibujo, materia de la que fue profesora en sus inicios en La Presentación.

El San Luis Gonzaga quién sabe si fue la primera escuela de Málaga en celebrar casi en los inicios una pequeña Semana Santa para los alumnos. «Recuerdo las caras de mis niños el primer año cuando les hice las túnicas de papel para la procesión: eran las personas más felices del mundo».

Hace unos ocho años, el Colegio San Estanislao, destino principal de sus alumnos, le informó de que abriría su propio preescolar. «Tuvieron el detalle de comentármelo y les dije que no tenía ningún problema porque mi vida laboral estaba ya agotada», explica. A partir de entonces, San Luis Gonzaga dejó de tener alumnos hasta los 5 ó 6 años y se centró en atender a los niños desde los pocos meses hasta los 3 años.

«Lo único que les pedí es que acogieran a mis maestras maravillosas», cuenta. Lola Romero, a partir de ese momento, se dedicó en exclusiva a la dirección, salvo para hacer alguna sustitución, «pero yo no paro», avisa, «y he estado disfrutando».

El próximo 30 de junio el Colegio San Luis Gonzaga cerrará sus puertas. Lola Romero -o Lola Segalerva, como también la han conocido muchos malagueños, en recuerdo de su marido Luis- deja la pasión de toda una vida y al no poder subrogar el alquiler deberá despedirse también de su querida escuela infantil.

Atrás quedan sus años de trabajo constante, los cursos de formación en Madrid o Barcelona, las fiestas de fin de curso y Navidad con la compañía siempre en el patio del recreo de dos veteranas palmeras, desaparecidas ya por el picudo rojo.

Lola sigue reconociendo a sus exalumnos por más que pasen los años y continúa en contacto con ellos gracias a facebook (amigos del Colegio San Luis Gonzaga).

Han seguido sus pasos sus hijas Laura y Marta, profesoras de Infantil y Primaria en el Colegio San Estanislao, así como Nuria, que también es profesora. Abuela de 11 nietos que han pasado por el colegio y que le siguen dando muchas alegrías, Lola Romero repasa su vida y se pregunta cómo ha podido llevar tantas cosas adelante: «Ha sido una carrera contrarreloj pero con una energía y unas ganas... afrontando el día a día con optimismo. Dios da muchas fuerzas».

Toda una vida de entrega ejemplar pero como subraya: «Cualquier persona que ame la enseñanza y piense en el tesoro que tiene en sus manos tiene que hacer lo mismo».