­Sus formas son caprichosas, casi alucinadas. Muchas muestran una arquitectura viscosa, apenas compatible con la solidez de los cuerpos, parecidas en su trazo al halo humeante que deja tras de sí la explosión o a los caparazones de las lámparas que han puesto de moda los grandes almacenes. A pesar de que en Málaga casi siempre se identifican con la misma silueta, la de la Pelagia Noctiluca, con sus infalibles tonos rosáceos y amoratados, la variedad es enorme. Y también en lo que respecta a la potencia de su ataque.

Las medusas con las que en los últimos años se ha familiarizado la Costa del Sol no son, ni mucho menos, las más perversas, aunque su picadura resulta bastante urticante. La Noctiluca, con nombre de drama romano, es definida por la biología marina como una criatura provista de un sombrero o umbrela de 20 centímetros de diámetro y de cuatro tentáculos orales y 16 marginales que pueden alcanzar los 2 metros de longitud. Hasta ahí lo que todos los bañistas, con mayor o menor precisión científica, pueden llegar a saber. Pero la medusa de Málaga también entiende de paradojas. Para empezar, y aunque su presencia masiva en las playas lo desmiente, no se trata de un animal muy costero. Y tampoco de una especie especialmente sádica. El ataque en la Noctiluca es un mecanismo de defensa. Por razones, además, poderosamente biológicas: en cada picadura, la medusa pierde un tentáculo, por lo que sus embestidas están de manera natural muy calibradas. Eso sí, en la zona de baño no hay paños calientes. Y el aguijón se eriza de manera automática en cuanto roza con cualquier cuerpo que le obstruye el paso.

Aunque el panorama del sur del Mediterráneo está gobernado por la Noctiluca, tampoco es infrecuente tropezar con el arribo accidental de otras variantes. La segunda en números de irrupciones es la Rhizostoma Pulmo, más voluminosa, con un sombrero de 60 centímetros de diámetro. En lugar de tentáculos, esta especie se vale de ocho brazos conectados en la zona superior que le otorgan una apariencia de coliflor. La última aparición en la Costa del Sol data de 2012.

Más alarmante, por el peligro que entraña su picadura, es la conocida Carabela Portuguesa, que, de momento, sólo se ha dejado ver de manera anecdótica. Hace justamente cinco años se localizaron una veintena de ejemplares en la costa oriental de Málaga.

El abanico zoológico de las medusas es amplio y, en ocasiones, de proporciones mitológicas. En la provincia de Murcia todavía se habla del avistamiento hace unos años de la Rhizostoma Luteum, de grandes dimensiones y apenas estudiada. Y cuya última aparición obliga a remontarse más de un siglo: nada menos que a 1827.

Otra rareza, si bien mucho menos fantasmal, es la Cotylhoriza Tuberculata, conocida popularmente por su parecido con un huevo frito. Esta especie, en cualquier caso, es más cándida y su picadura apenas se presume urticante.

La lucha contra el crecimiento desbocado de medusas apenas tiene el camino trazado. Los métodos utilizados hasta ahora no son precisamente letales. Apenas existe consenso, y, sobre todo, mecanismos, para abordar la plaga de manera eficiente. Muchas comunidades autónomas han probado con redes, si bien sólo para mitigar la acumulación en las temporadas de mayor trasiego por las playas. Los expertos recomiendan actuar en la raíz del problema, favoreciendo el crecimiento de sus depredadores en los caladeros y evitando la contaminación. Las medusas también son víctimas. A su modo. En un desorden mayúsculo.