­Avanza junio. Los bañistas regresan a las playas. Y el mar, taciturno durante el invierno, descorre repentinamente el telón de su teatro de sombras. Desde que en 2007 se diera la voz de alarma, con miles de ejemplares arracimados en la orilla, el análisis de las medusas se ha convertido en un acto de prudencia obligada. Como en los tiempos que sucedieron al estreno de Tiburón, son miles las personas que escudriñan a diario el horizonte antes de zambullirse en el agua. Por un temor, en este caso, que no tiene nada de infundado. Y que este año parte con más posibilidades de cobrar fundamento que en las temporadas anteriores.

Juan Jesús Martín, portavoz del Aula del Mar, recuerda que con las medusas no funciona la ciencia exacta. Su aparición depende de un intrincado entramado de factores en el que el viento tiene siempre la última palabra. Después de un trienio de tranquilidad, con aventamientos esporádicos, este verano se parte, sin embargo, con más riesgo de asistir a la formación de enjambres. La sequedad de la primavera aviva el peligro, que ya ha cristalizado en las primeras concentraciones de la temporada.

El especialista descarta al respecto cualquier tipo de determinismo: el hecho de que haya escaseado la lluvia no presume el avance de más medusas, pero sí que, en caso de ser arrastradas por el viento, alcanzarán con mucho mayor facilidad la zona de baño. En los años de fuertes precipitaciones, detalla Juan Antonio López, también del Aula del Mar, el agua dulce acumulada actúa de frontera natural cerca del rompeolas, impidiendo que los celentéreos, criaturas rigurosamente marinas, se atrevan a abandonar la protección que les aporta la pureza salina. La hipótesis resultante no es, entonces, descabellada: a más inhibición primaveral, más peligro.

La red de informadores y voluntarios ya está desplegada. Su misión es alertar a diario de la presencia de enjambres, que, desde 2013, y gracias al Aula del Mar, se puede consultar desde el móvil. En principio, este año se plantea de alto riesgo, aunque será el viento el que dictamine si la proliferación se acerca a los niveles de hace tres temporadas, cuando las costas de la provincia se vieron tumultuosamente afectadas, con playas clausuradas y más de 2.100 atenciones por picadura en los puestos sanitarios. Que en la última década las medusas hayan ocupado tantos titulares de periódico no responde a una moda ni a una mayor afluencia turística, sino a un problema de base: el crecimiento acelerado del número de ejemplares en el Mediterráneo.

Lo que hace apenas un lustro era apenas una conjetura de los biólogos se transforma ahora en una evidencia abrumadora y difícilmente refutable. Las medusas, que por sí mismas apenas pueden desplazarse por un radio de pocos metros, vienen mecidas por el soplo de las corrientes, pero si no llegan a darse las condiciones favorables para su reproducción continuarían siendo una curiosidad de atlas científico, sin reflejo en la cotidianidad de las playas. La culpa, una vez más, apunta a la negligencia de los hombres y su falta de responsabilidad con el medio, que ha roto el equilibrio natural al esquilmar a buena parte de la población de animales que mantenían a raya a este tipo de especies. En lo que respecta a Málaga, el desbarajuste no viene tanto por la eliminación de los depredadores ­­­-las tortugas suelen acabar con toneladas de celentéreos­­­- como por la escasez de sardinas y boquerones, que suelen alimentarse del tipo de plancton en el que hacen nido las larvas.

Los técnicos del Aula del Mar coinciden en señalar también otras causas en las que no se desprecia el calentamiento global­- esa amenaza arrinconada por la crisis- ni la contaminación, que supone, para las medusas, un aporte adicional de nutrientes. La subida de la temperatura del agua está detrás del crecimiento hipertrofiado de las colonias y de su irrupción en la vida de las playas.

El veneno que portan los celentéreos es uno de los más violentos de la naturaleza, aunque por suerte para los bañistas se transmite en dosis miniaturizadas. Lo normal es que la picadura no pase de la molestia y la aparatosidad, si bien el riesgo es diferente en niños, ancianos y alérgicos. Las autoridades aconsejan ignorar los remedios caseros y buscar alivio en el hielo, además del lavado inmediato con agua salina ­­-en ningún caso de otro tipo­­­­­­-. También resulta esencial desinfectar la herida con alguna aplicación con yodo. El ataque de la medusa se suele traducir en ocasiones en vómitos y mareos.