Lo primero que deseaba hacer Marina Arias nada más inaugurar su taller, en calle Don Cristian, 14, era colgar los hermosos dibujos de las vidrieras modernistas que realizó en 2009 para la biblioteca de Cuevas del Becerro, reproducción de los diseños del famoso artista checo Alfons Mucha, aunque con algunos cambios: «Mejoré los dibujos porque las mujeres eran un poco feíllas de cara», sonríe.

Marina posa feliz junto a estos dos grandes dibujos a lápiz de factura prodigiosa. Delante, en la mesa de operaciones, los colores apagados de una de las tres vidrieras de 1,80 de altura de los años 50 ó 60, del panteón de la familia Ojeda en el Cementerio de San Miguel y que espera recuperar su belleza. «Me gusta hacer vidrieras pero lo que más me gusta es la restauración», confiesa.

El flechazo de esta maestra vidriera, nacida hace 42 años en El Perchel, se produjo gracias a la primera escuela taller Molina Lario, en la Catedral. Marina Arias, que iba para médico, fue oportunamente guiada hacia el arte por una profesora y tras estudiar en la Escuela de Bellas Artes de San Telmo y trabajar unos meses con un decorador, «salió la escuela taller, vi el módulo de vidriera artística y me dije: si no entro no quiero otro».

Y entró y le ocurrió como al escritor Marcel Proust, otro amante de las vidrieras catedralicias: se sintió fascinada. «La idea era conservar todos los elementos decorativos de la Catedral y como tenía ciertos conocimientos de Arte me dieron la oportunidad de ir a los archivos para sacar la documentación de los encargos de las vidrieras, la inmensa mayoría de la casa francesa Maumejean», explica.

De la misma firma francesa es la vidriera del panteón de los Ojeda que ahora restaura. Un trabajo de cirujano artístico en el que entre otras cosas tendrá que eliminar las huellas de reparaciones apresuradas del pasado, sustituir alguna pieza pero en ningún caso retirar el plomo que ensambla este puzle de colores que forma un crucificado. «Hay que evitar a toda costa que se desemplomen las vidrieras porque el plomo, cuanto más tiempo, más resistente es, aparte de que los plomos de antes eran plomos y ahora tienen de todo», ríe.

A Marina Arias, que con los años se convirtió en profesora en la escuela taller Molina Lario en la que entró como alumna, le gustaría seguir restaurando las vidrieras de los panteones privados del Cementerio de San Miguel, un monumento histórico-artístico en el que, subraya, queda mucho por hacer y hay bellísimas obras. Pero también destaca que hay numerosas iglesias de Málaga que necesitarían la recuperación de sus vidrieras, como la Basílica de la Esperanza y no se olvida del Hospital de San Tomás. De sus manos, por cierto, salieron las vidrieras para la moderna parroquia del Cerrado de Calderón.

En 2007 tuvo la satisfacción además de recuperar una vidriera de la Catedral, la de San José, «que rompió un ladrón para entrar». Una restauración «muy laboriosa porque casi no quedaron vidrios que salvar». También ha hecho trabajos para cofradías como dos vidrieras para el salón de tronos de la Hermandad del Huerto.

Maestra vidriera y miembro del colectivo Urban Sketchers, muchos de sus compañeros visitan su tienda taller Acuarelarias, en la que compagina la tienda de Bellas Artes, donde también expone algunos de sus diseños, con la restauración y creación de vidrieras. Su sueño ahora es seguir devolviendo el esplendor a las vidrieras de San Miguel. Lo alcanzará seguro.