«Al no vacunar, no solo se expone al niño al contagio de una dolencia infecciosa sino que se corta la cadena de protección, algo que afecta a todo el entorno, tanto en el hogar como en la guardería o escuela», comentan pediatras consultados que defienden, a capa y espada, la vacunación. Es más, en algunos círculos médicos y científicos se equipara la no vacunación a un acto de irresponsabilidad por parte de los padres. De hecho, ocho compañeros del niño diagnosticado con difteria en Olot, un menor que no estaba vacunado contra esta dolencia por decisión de los padres, tienen también la bacteria, pero no la han desarrollado precisamente por estar vacunados.

La viruela, en su día enfermedad grave y contagiosa, se extinguió como resultado de años y años de vacunación y la poliomelitis sigue el mismo camino, el de desaparecer. Este escenario es el ideal para medir los efectos de un calendario de vacunación perfectamente aplicado al conjunto de la población: conseguir erradicar dolencias y reducir así el listado de «males» de la humanidad, en un ámbito global.

El sarampión ha bajado mucho su influencia, con reducción de casos en las últimas décadas. «Está prácticamente erradicado en el hemisferio sur, sin embargo en Europa no es así por una bajada de la cobertura de vacunación, quizás porque los colectivos antivacunas han penetrado más», comenta el pediatra Federico Martinón-Torres, experto en vacunación. Profesionales de las asociaciones españolas de Pediatría y Vacunología lo tienen muy claro y aseguran que no hay debate sobre los efectos positivos de la vacunación. Allí donde baja la cobertura, es decir, donde se dejan de administrar ciertas vacunas por motivos varios (decisión particular de los padres, miedo a efectos secundarios, recomendación de grupos antivacunas, fomento de remedios naturales...) empiezan a recircular los gérmenes y hay más huéspedes para ellos: los niños no vacunados, indican pediatras consultados, es decir, coinciden en que «si se deja de vacunar, aumentan los casos y puede haber brotes en áreas sin defensas».

Acaba de ocurrir, por ejemplo, con la varicela, al aumentar los casos por la desfinanciación de la vacuna hasta los 12 años. Pero no todo el mundo está de acuerdo en vacunar. En algunas ocasiones son los propios padres los que deciden no aplicar vacunas y suele ser por una mala experiencia anterior. Estas, como cualquier medicamento, pueden tener efectos secundarios en el paciente. Normalmente son leves, pero si se genera una reacción adversa puede ocasionar fiebre o convulsiones. Ha habido casos en los que la administración de una vacuna ha causado una parálisis de las extremidades, por ejemplo, como fuerte secuela. Los expertos aseguran que la probabilidad de que esto ocurra es mínima.

Además, surgen con fuerza los grupos antivacunación, que defienden que las vacunas introducen en el cuerpo sustancias perjudiciales para el organismo que pueden generar efectos colaterales peligrosos. Las ideas de estos colectivos calan con fuerza en algunos sectores. Los pediatras aseguran que dichos grupos utilizan «argumentos pseudocientíficos» y que, en el fondo, pretenden fomentar los remedios naturales o la homeopatía en lugar de las vacunas oficiales. La Organización Mundial de la Salud recuerda que la vacunación evita entre dos y tres millones de muertes en todo el mundo al año.