Seguía el quejío con lengua de trapo, en un castellano robotizado y pleno de malformaciones, moviendo el pie de vez en cuando en calculadas oleadas de emoción, sintiéndose bereber, pirata, aventurero. Sentado ahí, cerca del tablao, de la carcunda de los Irujo, del arrebato de Lola Flores, pocos verían en él algo más de lo que aparentaba para la mirada inexperta: el guiri miope y santurrón, casi de manual, que ponía todo perdido de dólares y sandalias en su búsqueda de la experiencia novelesca, por más que ésta a menudo se confundiera con un decorado acartonado y la desasosegante mixtura de cabezas de toro, siluetas de Quijote y bailes flamencos.

Durante décadas, David Giler se acostumbró a ser el americano que aparecía en muchas de las fiestas con las que el lujo se devoraba a sí mismo en la emperifollada Marbella; a veces con compañías, como su amigo Peter Viertel, que dejaban a los reyes del desdén y la simulada indiferencia con la boca abierta; otras a solas, expandiendo el rumor ya consabido en los ochenta de su fama de hombre poderoso y con mano en el lejano Hollywood.

Giler irrumpía en las crónicas sociales de la época como el productor que venía con el buen tiempo, casi siempre dispuesto a probar un modelo quimérico de vida que se deshojaba entre las juergas de alto copete y el encierro en su chalé, conocido como la Casa Verde, donde los jazmines hacían de las suyas llenando el espacio de aires de corsarios y noches andaluzas junto a la reja. Allí, según la periodista Viruca Yebra, testigo sempiterno de los saraos, retocó y escribió varias de las películas de la serie Alien, dejando que el reverso de sus gafas inofensivas se poblara de reflejos de vísceras, de alienígenas, de gritos de mujeres. En los salones abiertos y ajardinados de Marbella, el hombre que soñaba con monstruos y viscosidades compartía velada con Remedios Cervantes y la familia Flores; otros tendrán a cantautores con flores en el pelo que queman guitarras eléctricas. La Costa del Sol se queda con esto; con esta identidad única hecha de encuentros imposibles, de alianzas jocosas y a ritmo de cajón flamenco entre civilizaciones.

En ese tiempo de sugestión continua y espolvoreada colección de fiestas, David Giler ya tenía galones de residente, aunque fuera discontinuo, casi siempre a rebufo de los reclamos y tirones a los que le sometía la industria cinematográfica. Desde 1971 llevaba viniendo a Marbella. Decía que le recordaba a Los Ángeles, aunque probablemente sin tanta profusión de gasolineras y con un punto de diferencia que le hacía sentir más embravecido y a la vez sereno; el productor, tantas veces asediado por sueños de bichos y picardías interplanetarias, se sentía atraído por la música española. Y, además, desde su juventud, cuando pisó España por primera vez resuelto a convertirse en guitarrista de cante jondo.

A sus 18 años, con la cabeza llena de acordes, David Giler soñaba en Andalucía con una vida más marciana que la que a la postre le brindaron sus posteriores engendros. Con menos protagonismo mediático que sus amigos y compañeros de generación, el productor está considerado casi una leyenda en Hollywood. Y no tanto por su éxito de crítica como por el revuelo despertado por sus producciones. Su colaboración con Walter Hill hizo de él uno de los artífices más respetados de la industria, con capacidad para emboscarse en la producción y escribir los guiones. El autor que imaginó a Tom Hanks colgado de una alfombra en Esta casa es una ruina fue el mismo hombre al que con frecuencia se le veía sin el menor rubor en las charadas tontilocas de las discotecas de Marbella. Incluso, en los concursos de misses, entonces señalados como entretenimiento de postín, que no todo iba a ser las tardes en la ópera.

Con David Giler la Costa del Sol también se pobló de presencias que en los ambientes más castizos rutilaban con la extrañeza de los extraterrestres; gente como Sean Derek, la hija del famoso actor, que en 1983 lo acompañó durante sus vacaciones. Sólo Marbella podía abrigar las casas en las que se despanzurró Jesús Gil y Gil y se cocieron los diálogos del Alien. La ficción y la realidad de los monstruos. Bajo el mismo arpegio.

Hispanista y escritor de Marbella

El productor estadounidense aprovechó sus estancias en la Costa del Sol para aderezar y dar forma a algunos de sus guiones. Entre ellos, el de varias entregas de Alien, acaso su proyecto más conocido. El escritor se estrenó en el cine con un largometraje, Myra Breckinridge, inspirado en una novela de Gore Vidal. La película no llegó a estrenarse en España por problemas con la censura. David Giler estuvo casado con Nancy Kwan, uno de los primeros iconos sexuales de Estados Unidos de origen asiático.