Si la nueva -es un decir- presidenta ni ninguno de sus obedientes tribunos. Nadie en los últimos tres años ha ladeado una sola coma el discurso oficial de la Junta y su deshumanizada prosa administrativa. La Cónsula y La Fonda, con nóminas frecuentemente impagadas y sin dinero para suministro, llevan mucho tiempo difuminándose y poniendo lentamente fin a la historia dorada de las escuelas de hostelería en Andalucía. Su caída es rotunda y ha adquirido una materialidad a prueba de mentiras y de chalaneo político; después de tanto tiempo, nadie duda de que sus problemas son espesos, por más que el Gobierno andaluz quiera excusarse miniaturizando la situación y otorgándole el estatuto de desajuste temporal en la contabilidad, como si todo fuera cuestión de volver a sumar albaranes y esperar plácidamente el retorno de Mary Poppins y hasta de las aves del paraíso.

La agonía de ambos centros es ya irremisiblemente una patología política. En este caso, de la voluntad y con un responsable claro: la Junta. Al igual que los anteriores mandatarios, Susana Díaz, que ha incumplido varias promesas de resolución, se obstina en echar balones fuera y en apelar a errores cometidos por otros, a la sazón miembros de su partido, como si en el pasado Andalucía hubiera estado gobernada por alienígenas y gentes de la oposición y no por compañeros con los que ha mantenido vasos comunicantes y relaciones de poder personalmente fructíferas. Tres años después del inicio de la crisis en las escuelas, saltan por el aire todas las excusas. En la Andalucía de los ERE, de las ciudades del flamenco a medio construir, cuesta creer que no se disponga de recursos suficientes para restaurar un centro de formación como La Cónsula. Y menos aún que ni siquiera se sea capaz de corresponder a lo más elemental, la nómina de sus trabajadores. Una y otra vez la administración ha ido sembrando el sufrimiento en las escuelas e insultando con descaro a sus protagonistas: a los trabajadores, de los que el exconsejero Luciano Alonso dijo públicamente que sólo se adeudaba una paga, como si el hecho de que fuera una restara importancia e impiedad al asunto; pero también a los estudiantes, empantanados en su futuro y a los antiguos miembros del centro, que ven con estupor como se entenebrece un proyecto que llegó a alcanzar prestigio internacional y a vigorizar el atractivo regional de la gastronomía. Para las enciclopedias del cinismo, queda la historia negra de Antonio Fernández brindando en Madrid por los éxitos de La Cónsula. Susana Díaz quiere convertir al turismo en el motor económico, pero debería empezar por actuar con franqueza y decir sin más elusiones y moratorias qué piensa hacer con las escuelas. De lo contrario, la Junta, que tanto se ufana de haber financiado los centros, con ayuda, claro está de la UE, puede pasar del papel de padre al de Saturno: devorando con saña, y sin sazonar, a sus mejores criaturas.