­Investigadores, técnicos y diletantes con ambiciones robinsonionas de lobo de mar. En este caso, no hay dudas. Todos, sin excepción coinciden en que el corpachón de la Gneisenau, hundido en 1900 con la ciudad de Málaga como testigo, no puede estar enterrado en otro sitio que en el entorno del puerto. Si la historia es conocida, de sus intentos de rescate se sabe muy poco. En 2009, con la remodelación del dique de Levante, fue la emprea Nerea la que trató de localizarlo; primero por afán académico, pero también para ayudar al recinto a cumplir la ley, que obliga a asegurar el patrimonio antes de cada intervención.

Los investigadores de la firma se echaron a la mar ilusionados con la perspectiva de encontrar el barco hundido; había razones objetivas para creerlo, pero la búsqueda, apoyada en todo tipo de instrumental, resultó infructuosa. Y no porque la Gneisenau hubiera sido desplazado o arramblado por caza tesoros. Si la nave sigue bajo el agua es muy probable que se encuentre cerca del punto en el que sucumbió, aunque quizá en una versión disminuida respecto a la que se tragó el mar.

Javier Noriega, de Nerea, recuerda que en los días posteriores al naufragio un barco con personal especializado, el Narva, faenó por la bahía de Málaga en busca de los restos. Aunque no hubo inventario oficial, es más que probable que la expedición recuperara piezas valiosas de artillería, así como la caja de caudales, en la que se custodiaban las órdenes náuticas y el dinero para financiar la travesía.

Noriega no descarta que los operarios del Narva laminaran también los salientes y los restos de mástiles y velas de la embarcación. Eso no significa, ni mucho menos, que todo el yacimiento fuera desmantelado y enviado a Alemania. En un punto indeterminado de su bocana, el puerto conserva bajo el agua el esqueleto de la Gneisenau. El investigador, que se apoya también en el trabajo de eruditos locales, está convencido de que la antigua fragata se halla muy cerca del punto en el que fue derribada por las olas. Desde la costa de la ciudad se ven las rocas contra las que se estrelló su tripulación. Ahora bien, la escollera ha sido ampliada en diferentes obras. El roquerío es mayor y es muy probable que bajo esa frontera de defensa y seguridad se halle su paradójica víctima: el barco escuela alemán.