Puede que sean los únicos andaluces que a esa hora del día, las 8 menos cuarto de la mañana, se disponen a desayunar fruta pero acompañada por huevos fritos con ajillo, flamenquín de presa ibérica y asaduritas de chivo. En días anteriores, por la privilegiada mesa del bar restaurante Nerva (calle Cristo de la Epidemia, 55) han desfilado chistorras, chorizos con manteca, asaduritas de cordero encebollado y por supuesto también churros. Ninguna de estas viandas ha sido devuelta a la cocina.

«Desde el siete de julio sólo he cogido un kilo», comenta el victoriano Emilio Hidalgo, que luce un pañuelo rojo de San Fermín comprado en la histórica calle Estafeta de Pamplona. El resto de amigos luce la mayoría pañuelos de idéntica procedencia e incluso uno de ellos, Chico Cuevas, una espectacular chapela con su nombre. «Fue un regalo de una empresa de San Sebastián, se la regalaron a 200 en una convención», explica.

Faltan 10 minutos para el último encierro de los sanfermines y poca diferencia se aprecia entre este grupo de malagueños y unos pamplonicas. Desde el pasado 7 de julio han repetido el rito de los últimos tres años: acudir al Nerva a diario a disfrutar del encierro de los sanfermines y de paso para desayunar por unos días como sólo lo haría un levantador de pesas.

«Son clientes y amigos de muchos años y pasamos el rato», cuenta Agustín Fernández, el fundador de este bar en el que cuando uno entra tiene la sensación de hacer el paseíllo, por la gran cantidad de fotos y recuerdos taurinos que exhibe.

Y entre ellos, los que atestiguan los casi 40 años de amistad con Curro Romero. «La última vez que vino al bar fue hace dos años. Cada vez que ha venido a torear a Málaga he tenido la suerte de acompañarlo en los momentos previos a la corrida, por amistad», cuenta.

También José Luis Gálvez, el funcionario responsable de asuntos taurinos de la Diputación, que también integra este grupo de pamplonicas de Málaga que ha fluctuado esta semana entre los 5 y 8 asistentes. Como experto, cree que San Fermín «es una fiesta única, pero en el aspecto taurino deja que desear».

Quedan cinco minutos para el último encierro. Mihuras como castillos. Los comensales se levantan y brindan con un anís de innegables aires taurinos: Machaquito, de Rute.

Los toros salen por fin en tromba atronadora seguidos por los mozos y los expertos malagueños siguen esos dos minutos y medio de tensión y sobre todo se deleitan con las repeticiones: «Los toros van muy despacito, igual les han echado la multa a uno», «no puede ser más soso el encierro», «ahí hay dos a los que les han dado».

Para el pintor Clemente Blázquez, otro de los asistentes, ha sido, «quizás el encierro más tranquilo de todos» y explica que «en la carrera, los toros de Jandilla dan más puntazos que los Mihura», aunque la fama se la lleven los segundos en la plaza.

Concluye el encierro y queda lo más importante: el avituallamiento. Antonio Fernández, el hijo de Agustín, va presentando los platos. «El flamenquín está de lujo... menos mal que San Fermín sólo dura una semana», bromea Luis Tentor, otro de los fijos.

Todos ellos han estado alguna vez en los sanfermines, aunque lo de correr delante de los toros se lo dejan a Hemingway. Para la foto de grupo uno de ellos entona el Pobre de mí. Ya sólo queda una año para que regrese San Fermín y unos desayunos inolvidables, aunque a veces haya que acompañarlos con bicarbonato.