Remontan ligeramente las cifras de paro, pero la perspectiva continúa siendo siniestra. Los jóvenes andaluces, aplastados por la crisis, culminan un año más con los indicadores de calidad de vida derrengados y a una distancia cada vez más abismal de las oportunidades, entonces emergentes, que se les ofrecían a sus mayores. Si Andalucía, en general, prosigue empantanada, sus nuevas generaciones miran el futuro forzosamente con poco aliento. Sin que la recuperación de la que se vanagloria el Gobierno y la larga lista de mandatos por la modernización siembre, por ahora, la más mínima esperanza.

Según los últimos datos del Consejo de la Juventud de España, relativos al cuarto trimestre de 2014, los andaluces menores de 30 años apenas trabajan y, cuando lo hacen, cobran menos que la media en España. Además, soportan los niveles de precariedad más altos del país, hasta el punto de que no podrían acceder a una vivienda -ya sea en régimen de propiedad o alquiler- sin el auxilio de otras personas o la aceptación de deudas impagables. Un panorama intimidante que, con las cifras en la mano, ni siquiera se ve aliviado por la contracción del paro, que bajó un 6,77 por ciento en el periodo analizado. ¿Cuestión de pesimismo? Más bien de matemáticas. Porque aunque el desempleo se reduzca, la tasa sigue siendo abrumadora.

De acuerdo con la fotografía fija del estudio, menos de uno de cada tres jóvenes andaluces (el 31,4 por ciento) trabaja. Y sólo 19 de cada 100 ha logrado emanciparse. Eso da lugar a una mayoría que, contra su voluntad, reside junto a sus padres y sin ingresos declarados. Muchos, condicionados por el tiempo dedicado a lo estudios, que se han revelado, especialmente en el grado universitario, en un argumento comparativamente de peso para tratar de escapar del agujero del paro. La juventud de entre 16 y 29 años no consigue sacudirse el estigma y avanzar en autosuficiencia. Y no sólo por la prolongación de la vida académica, sino por la falta de vivacidad de un mercado laboral marcado por el inmovilismo y la falta de garantías económicas.

En Andalucía el rostro del desempleado joven es de los que se maceran al sol. Casi el 60 por ciento de los desempleados de entre 30 y 34 años son parados de larga duración. Tampoco parece levantarse una frontera de abundancia respecto a los que trabajan: en la región, indica la investigación, se cobra un 6,9 por ciento menos que en el conjunto del país, llegando a un promedio de 11.058 euros al año (921 al mes), Unas cantidades a todas luces insuficientes, en sus diferentes variaciones, para cumplir con las exigencias de una vida autónoma. Y más en la región, donde el coste de un arrendamiento o el pago de una propiedad supone de media más del 40 por ciento del salario joven, elevándose a más de la mitad en algunos casos.

Los jóvenes andaluces, según el estudio, compilado en el Observatorio de Emancipación, soportan la tasa de pobreza más alta de España (42,9 por ciento). A eso se le suma un envilecimiento de las condiciones de trabajo que no permite precisamente sacar pecho a los gestores. La tasa de temporalidad está ya en el 67,6 por ciento después de haber sufrido una escalada brutal en el último año, de más de 18 puntos. En 2014 el paro bajó ligeramente, sí, pero la mayoría de los contratos, el 97,4 por cien, fueron temporales. Las cifras recogidas en el informe reflejan que más del 31 por ciento de la juventud empleada no llega a las 25 horas semanales. Y advierte, al mismo tiempo, de un fenómeno reciente e igualmente desasosegante: la ocupación en oficios que no hacen justicia a la formación de los trabajadores, que en un 55,8 por ciento poseen una cualificación superior a la del puesto para el que son contratados.