El 900 fue considerado durante décadas como el imposible entre todos los trucos que se podían hacer en un halfpipe. Esa especie de tubo que para la mayoría de los mortales conforma una ciénaga de la que uno solamente puede salir embarrado de moretones y con un saco de huesos rotos a las espaldas. A los dos giros invertidos sobre el propio eje que conforma un 720 hay que sumarle media vuelta más, antes de completar la hazaña de bajar de los cielos y aterrizar con pie firme sobre la tabla de skate sin romperse el crisma en el intento. Los giros ya representan, por sí solos, un desafío insultante a todas las leyes de la gravedad. Una aspiración casi distópica para el sentido de supervivencia de una raza, la humana, dada a caminar a ras del suelo y con paso firme.

Invadido por el prístino sueño del hombre por volar, también Tony Hawk, uno de los mejores skaters de todos los tiempos, lo intentaba una y otra vez. Hasta convertir el continuo fracaso en su mayor obsesión. Conocido como Birdman (hombre pájaro), probaba una y otra vez. También, un 27 de junio de 1999 en los X-Games de San Francisco. Once intentos después y con un reglamento que fue cambiado para la ocasión, con todos los intentos ya dilapidados, Hawk se subió de nuevo a su tabla para emprender lo que iba a ser el vuelo de todos los tiempos. No hubo ni un atisbo de aireada protesta entre sus competidores. Como si supieran, que en unos instantes, iban a presenciar historia viva haciéndose ante sus ojos. Hawk cogió impulso y empezó a elevarse con la misma fuerza con la que se dispara un proyectil. Dos maldito giros y medio más tarde, y para asombro de todo el mundo, logró aterrizar sobre la tabla. Esta vez sí.

Delante de las miradas atónitas de miles de testigos que lo presenciaron en directo. Por si acaso, las cámaras de la ESPN también lo estaban transmitiendo para medio mundo. «Es el momento más importante de mi vida, lo juro por dios», aseguró mientras que se abrazaba a su esposa y a su hijo. El día anterior ya era uno de los mejores y más aclamados skaters a nivel mundial. Ahora había pasado a la eternidad en un periquete.

Mañana la leyenda de San Diego estará en Málaga y se introducirá en el halfpipe que corona al Skatepark Rubén Alcántara. Sin duda, un hito que permanecerá en el legado de la ciudad como uno de esos momentos de gloria que pasan desapercibidos para la mayoría, pero que dejará unas estampas imborrables para los aficionados a un deporte que hace tiempo que se desquitó de llamarse minoritario.

Un niño canijo lleno de talento

Tony Hawk nace el 12 de mayo de 1968 en San Diego. Llega de rebote. Sus hermanos, con 18 y 21 años, ya sobrepasan la mayoría de edad. Al instante se convierte en el niño mimado de la familia. Sus padres, atareados, le consienten todo. Desvergonzado, rebelde, inadaptado pero, también, sobrado de talento. Así lo describen amigos y profesores. Con nueve años, su hermano mayor lo sube por primera vez a una tabla de skate. El niño, que hasta entonces había destacado sobre todo por su inquietud descubre, por primera vez, una válvula de escape para sus ansias de movimiento y esa evidente ambición que ya le venía de cuna.

Así llegó, en los años 80, al mítico skatepark Oasis de San Diego. Los mejores skaters profesionales de Estados Unidos habían convertido a este parque en su meca particular. Hablar del Oasis es hablar de tipos surferos que fumaban mariguana, con sus melenas rebeldes al aire a la vez que galopaban con suma facilidad las olas de cemento incrustadas en las piscinas vacías que conforman lo que en el argot se conoce como pool. Es, también, hablar de gimnastas disfrazados de skaters que hacen el pino sobre la tabla. O, incluso, de anarquistas agresivos que se funden con sus tablas para sacarle los trucos casi a golpe de paliza. Entre tanto personaje siniestro, Hawk, casi aún con los dientes de leche, parecía perdido en ese microcosmo de adulación a la rebeldía practicada por unos adolescentes pijos, que se envolvían entre los acordes de la estética del punk rock californiano y que adoraban, sobre todo, a los NOFX.

El primer patrocinador a los doce

La pesada protección que lucía para salvaguardarse de los golpes colgaba de su raquítico cuerpo como si de articulaciones hinchadas se tratara. Por timidez, a veces, se bajaba su casco enorme hasta por debajo de los ojos como ese infantilismo que juga al escondite. El niño flaco es el más joven pero, debido a su talento, destaca y empieza a perfilarse pronto como el protagonista de una nueva era dorada para el skate que aún estaría por llegar. Pesa tan poco que se eleva en el aire como una pluma. Con once años participa en su primera competición. A los doce se hace con su primer patrocinador. El éxito definitivo iba a llegar de la mano de Stacy Peralta. Otra leyenda del skate, reconvertida por aquellos tiempos en el cazatalentos número uno de la escena. Enseguida se fija en el joven Hawk y lo ficha para su formación, la Bones Brigade. A los 14 años gana su primer dinero con el skate. A principios de los años 80 las cantidades que se movían estaban, sin embargo, a años luz de lo que se embolsaba en otros deportes. Esto iba a cambiar, entre otras cosas, porque Peralta demostró tener, al menos, el mismo olfato para descubrir a jóvenes talentos como para comercializarlos. Con algo de marketing y una serie de vídeos espectaculares convirtió a la Bones Brigade en la tropa más cool del país. Como cabeza de cartel siempre lucía Tony Hawk. Ya, durante su época de instituto, acostumbraba a viajar por todo el mundo para participar en campeonatos y representar a su formación. Con 17 años logró amasar unos 70.000 dolares y se compra su primera casa. El contrato lo firma el padre.

A finales de los años 80, el skate experimenta un verdadero boom. Las primas que se pagan en las competiciones explotan y Hawk arrasa. En el fondo es tan bueno, que ya sólo compite contra sí mismo y se convierte en la estrella indiscutible. Pero, como en tantas otras ocasiones, la fama llega acompañada de sombras. A los 19 años llega el primer bache. Hawk se cansa de ser el foco de todas las envidias y, sumido en una profunda depresión, decide dejar el circuito profesional.

A los pocos meses vuelve, aunque de una manera más dosificada. Empieza a interesarse por el aspecto empresarial. En 1992 crea su propio marca, Birdhouse. Tablas, accesorias y ropa. La cosa no empieza a arrancar dentro de una escena que si por algo se caracteriza, es por su extrema volatilidad. Lo que está de moda ahora es el street skate. Ya casi nadie se interesa por su modalidad, el vert. En este punto Hawk medita dejarlo para siempre. Esta vez, de forma definitiva. Pero su socio, el sueco Per Welinder, le convence de lo contrario. Todo para mantener la visibilidad de su marca. Bordeando los treinta, ya es prácticamente el dinosaurio de la escena. Pero como es costumbre en Hawk, vuelve para dominarlos a todos.

Ahora, reconvertido en padre de familia y empresario de éxito, lo único que ve cuando se asoma a su jardín es una enorme rampa. A sus 47 años, sigue volando.